Prefiero que me bajen el sueldo los míos a que me lo suba el enemigo

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Las elecciones en Castilla y León las ha ganado la ultraderecha. El PP, lejos de los partidos conservadores de Europa que le ponen al neofascismo unas líneas sanitarias que son el abecé de la democracia, le ha dado las llaves de unas instituciones que sabe que tratará de vaciar desde dentro y, aunque sepa a ciencia cierta que este caballo de Troya es un lobo, da igual, porque a su actual líder y a su equipo todo les parece asumible mientras constituya un atajo al poder. Pablo Casado es una máquina de perder elecciones y por eso va cambiando barcos por salvavidas, le va entregando parcelas de gobierno a sus socios, que cada vez son más fuertes, a cambio de una vara de mando aquí y allá. Sin los ultras como avalistas no mandarían en ninguna parte y, por este camino, muy pronto no lo harán, porque van a ser devorados por el monstruo al que ahora alimentan.

Vox no engaña a nadie que no quiera ser engañado, sus mensajes son transparentes y su lucha por tierra, mar y aire contra los derechos de algunos colectivos se entienden a la perfección. Ser su socio convierte al PP en su cómplice, además de en su víctima, algo que la parte más sensata de la formación de la calle de Génova ve con horror: saben que están en las peores manos posibles, a la vez soberbias e indocumentadas; que su prestigio se socava un poco más cada día; que su secretario general y su camarilla a menudo oscilan entre lo ridículo y lo fatídico, es decir, que se mueven en ese filo del disparate en el que lo cómico y lo trágico son fronterizos, porque se ve venir que de estos polvos vendrán lodos muy oscuros. También dominan las reglas básicas de la demagogia, así que Casado y los suyos venderán como un éxito lo que ha sido una debacle a petición propia, dado que fue su jefe regional quien rompió el acuerdo con Ciudadanos y convocó unas elecciones en las que su única conquista ha sido seguir borrando del mapa al partido hoy de Arrimadas. Al cambiarlo por Vox da otro paso hacia el extremo y al necesitarlo para mantener la silla, tendrá que hacer concesiones severas. Quien le vende el alma al diablo se vuelve un esclavo del mal. ¿Quién va a mover ahora los hilos de Mañueco? No hace falta ser un lince para verlo.

Pero hay que ser justos y admitir que a la ultraderecha la llevan a los parlamentos la torpeza y falta de ética del actual Partido Popular, pero también el blanqueo que se hace de ella en muchos medios de comunicación, que convierten las televisiones en lavadoras y las radios en megafonía; y en tercer lugar, por supuesto, los votos de muchas y muchos ciudadanos en los que ha calado su discurso violento y barato, ese populismo envenenado que ha recuperado para el debate público conceptos típicos de la dictadura e inaceptables en un Estado de Derecho, que ni les gusta, ni les conviene: no creen ni en la libertad ni en la igualdad, sino en todo lo contrario, el sometimiento, la intervención de la vida privada de las y los ciudadanos. Algunos de los cuales, los votan.

La ultraderecha no es astuta, sólo es oportunista, saca petróleo del descontento de muchas personas agobiadas por los problemas y cegadas por sus eslóganes. Su especialidad es levantar la voz y su griterío da el pego

La ultraderecha no es astuta, sólo es oportunista, saca petróleo del descontento de muchas personas agobiadas por los problemas y cegadas por sus eslóganes; su especialidad es levantar la voz y su griterío da el pego, logra que miles de mujeres y hombres confundan a los villanos con héroes y metan en las urnas la papeleta de quienes se opusieron a que se les subiera el sueldo mínimo o la pensión de jubilación, pero les prometen ser parte de un segmento de elegidos a los que, supuestamente, perjudican otros a quienes cuelgan el sambenito de peligrosos y hacen pasar por una amenaza: es la base de la xenofobia, de la homofobia y demás.

A ver si de tanto crecer, al final tienen que asomar la cabeza, asumir responsabilidades y que se vea a qué han venido, porque lo de cortar el bacalao en la sombra no puede durar mucho más. Quién sabe, igual cuando la gente que hoy los santifica tenga que sufrir las consecuencias de su política, aprenden la lección. O puede que no, y muchos prefieran que les bajen el sueldo los suyos a que se los suba el enemigo.

Las elecciones en Castilla y León las ha ganado la ultraderecha. El PP, lejos de los partidos conservadores de Europa que le ponen al neofascismo unas líneas sanitarias que son el abecé de la democracia, le ha dado las llaves de unas instituciones que sabe que tratará de vaciar desde dentro y, aunque sepa a ciencia cierta que este caballo de Troya es un lobo, da igual, porque a su actual líder y a su equipo todo les parece asumible mientras constituya un atajo al poder. Pablo Casado es una máquina de perder elecciones y por eso va cambiando barcos por salvavidas, le va entregando parcelas de gobierno a sus socios, que cada vez son más fuertes, a cambio de una vara de mando aquí y allá. Sin los ultras como avalistas no mandarían en ninguna parte y, por este camino, muy pronto no lo harán, porque van a ser devorados por el monstruo al que ahora alimentan.

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