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Qué ven mis ojos

¿Y si dejamos de llamarlo bloqueo y lo llamamos secuestro?

Benjamín Prado nueva.

Una persona manipulada es la que cree que tirar piedras contra su propio tejado es el único modo de arreglar las goteras”.

Ser conservador no es que nada cambie, pero así es como lo entiende la derecha española, que considera que el poder es suyo y que todo lo demás es un caso de apropiación indebida contra la que se puede combatir con armas legítimas e ilegales, da lo mismo si hay que financiarse bajo cuerda y vulnerando la ley electoral, hay que pagar tránsfugas o hay que ponerle espías a los adversarios y antiguos compañeros de viaje caídos en desgracia: la consigna es que todos los caminos son buenos si llevan al palacio de La Moncloa. Y para domesticar a la opinión pública no hay más que empobrecer el debate político y periodístico, callar bocas porque quien paga manda, radicalizar las opiniones, mentir lo que haga falta, dar voces que lo vuelvan todo un desierto, montar un guirigay con aromas de circo para que las ideologías silencien las ideas y el alboroto enturbie las aguas y nuble el juicio: del adocenamiento al adoctrinamiento hay un paso. 

Para que nada cambie, el PP ha conseguido que este lunes comenzase otro curso judicial con el CGPJ bloqueado y bajo su control. Es una trampa recurrente, un as que siempre llevan en la manga, así que Casado no le hace al actual Gobierno de coalición nada que no le hiciese el de Aznar al de Zapatero, aunque lo haga peor y se le note más, como todo. Les es indiferente el daño que eso causa a la propia institución y al país, con tal de que la magistratura no les vaya a seguir buscando los trapos sucios, que la lavadora de la calle de Génova ya no da abasto. Las órdenes internas tampoco cambian, son las tradicionales: hay que echarle la culpa a Pedro Sánchez. Para qué van a cambiar, si les funciona: Isabel Díaz Ayuso y su partido en tromba le cargaron también los muertos en las residencias geriátricas a los que ella dejó a su suerte al prohibir que se los llevara a los hospitales de Madrid cuando se infectaban, dijeron que eran competencia del Ejecutivo central y del entonces vicepresidente Iglesias, cuando no era ni ha sido nunca cierto, y el resultado fue una victoria innegable en las elecciones. La gente quería que abriesen los bares aunque lo hicieran los que cerraran los ambulatorios.

Por increíble que parezca, lo del PP es lo que parece

Las continuas negativas del PP a solucionar el bloqueo con coartadas y disculpas que van cambiando según se les van haciendo concesiones y se aceptan sus exigencias y sus vetos, no tienen más función que retener la vara de mando aunque las urnas y las alianzas democráticas se la quitaran. Ya no gobiernan pero aún mandan y ahí están sus once vocales, puestos en la época de la mayoría absoluta de M. Rajoy, frente a los siete elegidos por el PSOE, el de IU y el PNV. Y ahí sigue comandándolos Carlos Lesmes, un antiguo alto cargo en los gobiernos de Aznar. Todo queda en casa, atado y bien atado. Si en lugar de bloqueo lo llamáramos secuestro, tampoco exageraríamos mucho.

La polarización no es un fenómeno espontáneo, sino fabricado por quienes se benefician de que todo se haya convertido en un problema de siglas y  camisetas que propicia que cada cual lleve la suya y jalee a su equipo mientras silba  cualquier cosa que haga el rival, al enemigo ni agua, de modo que da igual lo que se haga y sólo importe quién lo haga y si es de los míos o de los otros. Sin esa explicación, resulta imposible explicarse que determinados comportamientos no tengan castigo en las urnas y determinadas personas se vayan de rositas, por profundo que sea el daño que hayan hecho. Que tantas y tantos ciudadanos más bien modestos toleren y hasta justifiquen, por poner un ejemplo, las incesantes privatizaciones de los servicios públicos, es sorprendente, porque no es ya que tiren piedras sobre su propio tejado, sino que además lo hacen convencidos de que es la única forma de arreglar las goteras.

Que nadie se engañe, porque no buscan la independencia de la justicia, sino su propia impunidad. Lo demás es puro teatro.

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