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“Una ciudad sin ley es donde impera la ley del más fuerte”.
Pablo Iglesias deja el Gobierno y baja a la arena local a disputarle la Comunidad de Madrid a Isabel Díaz Ayuso y en el camino del Congreso a la Puerta del Sol no deja huellas sino interrogaciones. La primera pregunta es si no había otro, si en Unidas Podemos no veían a nadie capaz de plantarle cara a la lideresa del PP en la capital. La segunda, por qué la ven tan vulnerable, entre otras cosas después de su catastrófica y, en lo que se refiere a las residencias geriátricas, mortífera gestión de la pandemia de coronavirus, y al mismo tiempo tan difícil de ganar que sólo podría hacerlo, supuestamente, un primer espada como el vicepresidente, aunque sea quemando sus barcos para dar la batalla a pie. La tercera es si, dadas las circunstancias, su rival será ella o más bien el candidato del PSOE, Ángel Gabilondo, porque en un territorio y una época de polarización, donde los votos cambian de partido, pero no de bloque ideológico, parece más fácil que se los quite a él que a ella. La cuarta es si se puede ser aliado y adversario de alguien a la vez, los mismos en el Consejo de Ministros y los otros en una campaña electoral que será a cara de perro, a la vista de quiénes van a protagonizarla.
La quinta pregunta es si esto supone un paso adelante o un paso atrás para Pablo Iglesias, o incluso un movimiento que hace dudar si va o se va, si avanza o huye. La sexta es si al no estar él ya junto a Pedro Sánchez en los bancos azules del Parlamento, de alguna manera vigilándolo a la vez que lo acompaña y secunda, la política del Ejecutivo será menos de izquierdas, más obediente al poder económico y menos beligerante con ciertos medios que lo acosan sin descanso y a menudo con calumnias dignas de una banda de extorsionadores. La séptima, qué tiene que ver en todo esto el terremoto en Ciudadanos, el cambio de dirección de Inés Arrimadas y la sospecha generalizada de que en la calle de Ferraz la esperan con los brazos abiertos.
La octava pregunta es si la coalición de Gobierno peligra según lo que suceda en mayo y dependiendo de lo que cada cual diga y haga en la campaña, o de hecho puede salir fortalecida con nuevos apoyos, si en Madrid llegan a sumar esfuerzos y escaños Unidas Podemos, PSOE y Más Madrid. El lema con el que van a zaherirle ya lo ha anticipado Pablo Casado: "comunismo o libertad", que tiene el punto débil de ser bastante fácil de contrarrestar: ¿libertad es la Gürtel, son los sobresueldos y el dinero negro, lo es la financiación ilegal de su partido, lo son Aguirre, González y compañía? En un programa de televisión, este mismo lunes, Ayuso dijo: "Que te llamen fascista es señal de estar haciendo las cosas bien". ¿Será que ella cree que es de centro y que no dio una orden que condenó a muerte a miles de ancianos en las residencias de Madrid, al prohibir derivarlos al hospital? El caso es que su Gobierno sí que la dio y que el horizonte penal de una decisión de esa magnitud puede ser oscuro, porque las denuncias se acumulan y las pruebas también. Es lo que ocurre cuando se convierten derechos en negocios, a los alumnos o pacientes en simples clientes y a las y los ancianos en carne de cañón. Está demasiado cerca la palabra privatizar de la palabra prevaricar como para que sea por casualidad. Y como resulta que la avaricia no tiene límites, ayer mismo dejaba clara una información de Manuel Rico en este diario que hasta de las defunciones sacaron provecho los dueños de algunos centros donde se había producido una auténtica hecatombe, con cientos de difuntos a los que no se hizo nada por intentar salvar la vida. A estas alturas, resulta inquietante que alguna gente trate de seguir echándole la culpa de la catástrofe al propio Iglesias, cuando resulta meridianamente claro que las responsabilidades sanitarias no sólo estaban en manos de las autonomías, sino que fueron ampliadas al habilitar para ellas la posibilidad de uso de los centros privados. También se les dio un dinero que en el caso de Madrid nunca se ha llegado a saber cómo y para qué usó el gabinete de Díaz Ayuso.
La novena pregunta es si la presencia en el nuevo combate de Pablo Iglesias aumentará o no la movilización ante las urnas de los simpatizantes de la izquierda, que tienden por lo común a quedarse en sus casas, si los estudios que se hacen una y otra vez sobre ese particular no mienten. Recordemos que en la última convocatoria ganó Gabilondo, aunque no pudo convertir la victoria en el triunfo, por así decirlo, gracias al pacto de todas las derechas, incluida la peor. Ahora, en ese lado de la balanza las cosas se han simplificado: Ciudadanos se ha devorado a sí mismo y Vox aspira a devorar al PP. El antiguo segundo de a bordo, Aguado, llora el fracaso del motín de su formación en Murcia, con lo cómodo que estaba él en un despacho que no volverá a ser suyo jamás, y llora por las esquinas y los tuits, pero eso no conmueve a su antigua compañera de viaje, que le responde ante los micrófonos que le da igual lo indignado que esté: “Más indignada estoy yo. Nos hemos llevado mal siempre, lo sabe todo el mundo.” Había muchas cosas que sabía todo el mundo, pero algunas y algunos las callaban, incluida, naturalmente, Inés Arrimadas, que ahora ha descubierto que el PP es un partido corrupto, y a la que intenta cesar desde las sombras el oscuro Albert Rivera, tan incapaz de digerir su fracaso. Veremos quién se lleva a los gatos madrileños al agua.
Queda la décima pregunta y es para ustedes. ¿Qué piensan hacer, algo o lo de siempre? Igual la opción no es ni la que dice Ayuso ni la que dice Casado. Igual es socialismo o Gürtel,Gürtel por resumir con ese nombre las mil y una tramas de corrupción que arrastra el PP, especialmente en Madrid y especialmente en la época de Esperanza Aguirre, la mentora de Isabel Díaz Ayuso. Por si lo habían olvidado.
“Una ciudad sin ley es donde impera la ley del más fuerte”.
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