Rajoy se prepara una sorpresa

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Arrecian las críticas de analistas, expertos y todólogos contra lo que vienen tachando de “espectáculo lamentable”, en referencia a las negociaciones de gobierno tras las elecciones autonómicas y municipales. Cierto que la forma de abordar posibles pactos ha sido y es francamente mejorable, sobre todo cuando las dos principales fuerzas emergentes han hecho bandera de la absoluta transparencia y del rechazo a los cabildeos y trapicheos de la llamada “vieja política”. Vale. Pero esos pequeños "espectáculos" están desviando la atención del mayor de todos ellos, que es la forma en que Mariano Rajoy aborda inminentes cambios en el Gobierno y en el PP.

Uno no recuerda precedentes que superen la inconsistencia que caracteriza el mandato del actual presidente del Gobierno. Es verdad que, desde que pisó la Moncloa, siempre ha actuado a la defensiva y a rebufo de los acontecimientos o de las indicaciones que le hacían desde Berlín, Bruselas o Francfort, siempre bajo sesudas y tranquilizadoras justificaciones: “tenemos que hacer lo que hay que hacer”, “no hay otra” o “pudo ser mucho peor”.

Pero nada comparable a la ausencia de iniciativa o, mejor dicho, la evidente falta de criterio que viene demostrando como estratega político tras el desastre electoral del PP en los comicios del pasado 24 de mayo y el pluripartidismo que dibujan los resultados. Repasemos sus propios anuncios:

1.-No haré cambios, ni en el PP ni en el Gobierno”, proclamó Rajoy el 25 de mayo tras analizar los resultados con la plana mayor del partido.

2.- Iré tomando, poco a poco, las decisiones más convenientes para que el PP llegue a las generales en la mejor forma posible”, anunció apenas dos días más tarde, después de que varios barones territoriales se rebelaran anunciando sus respectivas retiradas y apelando a la necesidad de autocrítica y de asumir responsabilidades por el desastre electoral.

3.-Tenemos cosas que cambiar y lo haremos”, dijo el presidente el día 30 de mayo ante el empresariado catalán reunido en Sitges en las Jornadas del Círculo de Economía, donde añadió, eso sí, que los cambios no afectarán a la política económica.

4.-Los cambios, sean en el partido o en el Gobierno, se anuncian una vez que se han producido, como es perfectamente entendible”, ha comentado Rajoy cada vez que se le ha interrogado por la crisis de gobierno en las últimas dos semanas.

5.-Los cambios se conocerán antes de que acabe este mes [junio]”, concretó el presidente el miércoles desde Bruselas.

y 6.- "Que no se genere tanta expectativa...", ha declarado Rajoy este mismo jueves. "No vamos a cambiar las políticas y a partir de ahí se pueden sacar algunas conclusiones. Yo desde luego las expectativas no las he generado", ha añadido, no sabemos si para tranquilizar a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, a Cospedal, a los "mercados", a los ciudadanos o a nadie en particular.

Un giro de 360 grados

Como todo el mundo sabe, las crisis de gobierno son oportunidades que los líderes políticos intentan manejar con la mayor habilidad para sorprender al personal y reconvertir un problema en un tanto a favor. La mejor crisis de gobierno es la inesperada, o al menos la que contradice todas las quinielas que analistas y todólogos rellenan durante días o semanas. Suelen venir aliñadas de topicazos como “el presidente es el único que sabe…”, “sólo él tiene en la cabeza lo que va a hacer"... y por ahí hasta el clímax de la adulación: "es un artista en el manejo de los tiempos…”. (Lo dicen a menudo colaboradores y ministros desesperados con su jefe). Caben pocas dudas acerca de lo que habría dicho el PP si Zapatero hubiera tenido la ocurrencia de andar anunciando durante varias semanas cambios en el Ejecutivo. ¡Qué frivolidad! ¡El Gobierno paralizado! ¡La 'Marca España' por los suelos!  

En nuestra (más que joven) cuarentona democracia se recuerdan ya casos de tipos nombrados ministros de una cosa que terminaron en otra cartera en el último minuto sólo para que Felipe González pudiera presumir de su pericia como estratega. O la demostración de esa mezquina audacia tan propia de José María Aznar, cuando en 1999 dejó creer a todo el mundo que Elena Pisonero sería ministra, y ella estuvo toda una tarde recibiendo ramos de flores de felicitación de amigos y familiares, para quedarse luego compuesta y sin cartera.

Rajoy ha hecho tal despliegue de contradicciones y ha dado tan pocos pasos por iniciativa propia, tanto en el partido como en el Gobierno, que tiene atrofiada la capacidad de sorprender. Ya hemos escrito alguna vez sobre el perfil ecuestre de Rajoy como político. En cualquier momento de las próximas horas o días, "antes de que junio acabe", anunciará unos cambios en el Gobierno y en el partido sobre los que él mismo rebaja las expectativas. (Tampoco había tantas).

Es evidente que Rajoy no se cree la necesidad de los cambios que él mismo va a realizar. Dijo que no hacían ninguna falta, pasó a asumir que tenía un problema "de comunicación”, dejó luego filtrar que los cambios no serían meramente "cosméticos” y finalmente ha echado un jarro de agua fría a las expectativas creadas, en una especie de giro de 360 grados para volver al punto de partida.

Puede que Rajoy termine dándose una sorpresa a sí mismo. Incluso un autosusto. Es un territorio sin explorar en el arte de las crisis de gobierno.

Arrecian las críticas de analistas, expertos y todólogos contra lo que vienen tachando de “espectáculo lamentable”, en referencia a las negociaciones de gobierno tras las elecciones autonómicas y municipales. Cierto que la forma de abordar posibles pactos ha sido y es francamente mejorable, sobre todo cuando las dos principales fuerzas emergentes han hecho bandera de la absoluta transparencia y del rechazo a los cabildeos y trapicheos de la llamada “vieja política”. Vale. Pero esos pequeños "espectáculos" están desviando la atención del mayor de todos ellos, que es la forma en que Mariano Rajoy aborda inminentes cambios en el Gobierno y en el PP.

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