¿Está recuperándose el PSOE con Pedro Sánchez?

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Ángel González Bardají

Sabemos que el lenguaje directo, franco y claro no figura de un tiempo a esta parte entre las reglas de los debates socialistas, como recientemente ilustraba Alfredo Pérez Rubalcaba en una entrevista en El País: “Cuando mis críticos internos pedían primarias abiertas en realidad lo que querían decir es que me marchase”. (Por cierto, ¿no tendrá también que ver ese sistemático doble lenguaje con el alejamiento ciudadano que padece el PSOE cuando la calle reclama ante todo autenticidad?). Por eso, en todo caso, hay que interpretar las expresiones crípticas (“personalismo”, “estilo centralizado de dirección”, etc.) que se han producido en los últimos días como reflejo de una inquietud incipiente en las filas socialistas por el futuro del partido y de los primeros movimientos de cara a futuras disputas por el liderazgo.

De momento no constan ni mucho menos dos proyectos diferenciados, pero sí parecen contrastarse dos diagnósticos sobre el estado de salud del PSOE y dos caminos de futuro. Para la nueva dirección nucleada por Sánchez, las quejas además de carecer de fundamento, perjudican la incipiente pero sostenida recuperación del partido propiciada por el tirón de Pedro Sánchez. La principal prueba aportada es la encuesta de Metroscopia publicada por El País el domingo 7 de diciembre, que sitúa al PSOE en cabeza de intención de voto, seguido de Podemos y, a mayor distancia, del PP.

La buena valoración personal de Sánchez, que superaba ampliamente al presidente Rajoy y pisaba los talones a Iglesias, confirmaría que la vía, segura aunque trabajosa y lenta, para recuperar el PSOE pasa por el fortalecimiento de la figura de su flamante secretario general. El diario de Prisa parece especialmente interesado en respaldar esta tesis y desde el mismo comienzo del mandato de Sánchez comenzó a hablar de “el efecto Sánchez”, sin dejar por eso de reivindicar el problemático legado de su antecesor Rubalcaba.

Los sectores críticos se muestran menos expresivos –al menos en público- respecto del estado de salud del partido y se limitan a lamentarse del “culto a la personalidad” del nuevo secretario general al que acusan de trabajar más por su candidatura a las elecciones generales que por los resultados territoriales del partido en las inminentes contiendas municipales y regionales. Solo soterradamente confiesan su preocupación por el horizonte electoral socialista. Es más un murmullo que un lamento expreso, seguramente para no empeorar las expectativas de los miles de candidatos municipales y regionales que competirán en mayo próximo.

¿Declive o recuperación? ¿Quién tiene razón?

Para responder a esta pregunta hay que remontarse al punto de partida: la explosión de la crisis del PSOE tras los catastróficos resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014, los peores de toda la serie histórica desde 1977. El castigo electoral golpeó de lleno a Rubalcaba (no en vano la lista estaba encabezada por su número dos y brazo derecho, Elena Valenciano) que se vio obligado a anunciar su dimisión y a convocar un congreso extraordinario. Saltó por los aires así el calendario establecido que preveía unas elecciones primarias abiertas para el mes de noviembre de 2014 y un nuevo congreso ordinario tras las elecciones generales de 2015.

Al pésimo resultado electoral se sumaba un segundo factor: acababa de brotar en el seno de la izquierda un competidor que exhibía vocación mayoritaria y que podía desbaratar un mercado electoral cerrado y monopolizado por dos actores principales (PP y PSOE) y varios figurantes menores (IU, UPyD, nacionalistas). El PSOE estaba obligado a reaccionar con energía.

Y el PSOE reaccionó con su Congreso extraordinario y la elección de una dirección renovada que, tras numerosas peripecias que la población siguió entre atónita e indiferente (autoexclusión de Chacón, que reclamaba unas primarias abiertas; implantación súbita de un sistema de elección directa del secretario general por los militantes a petición de Madina; ulterior autoexclusión de Susana Díaz; concentración de apoyos negativos frente a Madina…) concluyó con la elección de Pedro Sánchez el 13 de julio de 2014.

El desacuerdo sobre el balance del medio año escaso de gestión de este último deriva del término de comparación que cada cual utiliza. Los partidarios de Sánchez insisten en el contraste con la última fase de Rubalcaba, un líder de la oposición con menos crédito que el propio presidente Rajoy y una sensación de declive imparable. En este sentido, alegan “se ha detenido la hemorragia”. “El partido estaba en caída libre y se había hecho invisible. Con Sánchez ha recuperado una voz pública y una presencia digna”. Es completamente cierto. En la foto fija electoral, la posición del PSOE no es peor que hace medio año e incluso en algunas mediciones muestra una leve recuperación.

Así lo acredita incluso la más reciente y sombría de las encuestas, la publicada por El Periódico el sábado 20 de diciembre: los socialistas prosiguieron una lenta y sostenida decadencia tras las funestas elecciones de noviembre de 2011 (del 28,4% hasta el 25%, en enero de 2014); el declive se transformó en desplome a raíz del resultado europeo y la irrupción de Podemos como alternativa clara (bajada hasta el 19,4%) y seis meses después han logrado estabilizar el vuelo y retener a su electorado más rocoso (19,8% de voto estimado en diciembre de 2014). El PSOE figura, junto a PP y Podemos, en la terna que se disputa la primacía en las distintas encuestas y su líder aventaja ampliamente al presidente del gobierno.

¿Entonces tienen razón los optimistas? ¿Está el PSOE en el camino correcto aunque sea lento?

Hay otro modo de evaluar lo sucedido en este periodo. Recordemos para empezar que la crisis socialista se origina por un doble factor: pésimo resultado en las elecciones europeas e irrupción amenazante de Podemos (7%).

¿Cuál es la situación medio año después? La preferencia electoral del PSOE sigue estancada en sus niveles históricos más bajos y Podemos ha crecido hasta situarse en torno al 25%. Se dirá que cinco meses son poco tiempo para enderezar un rumbo declinante, pero es exactamente el mismo tiempo del que ha dispuesto Podemos para multiplicar por 3,5 sus previsiones electorales (es decir, crecer a un ritmo de casi 3 puntos mensuales). Y el mismo plazo en que se ha confirmado el ocaso del PP, aquejado como el PSOE, de una rampante infidelidad de sus electores históricos que solo en una tercera parte se muestran resueltos a repetir.

Es cierto que esta sostenida caída del PP puede producir un efecto óptico de recuperación socialista: el PP pierde más puntos que el PSOE; pero si contemplamos las dinámicas electorales y el papel combinado de los diferentes actores, hay dos poderosas razones para pensar que las perspectivas son mucho más sombrías para el PSOE.

La primera razón es que el PSOE ha perdido, o cuando menos está en la víspera de perder, su tradicional hegemonía en el espacio del centro izquierda. La irrupción de Podemos desplaza en numerosas zonas al PSOE a la tercera posición, y también a escala nacional en la mayoría de las encuestas (El Mundo, El Periódico, Tele 5, La Sexta… De hecho solo Metroscopia/El País le vaticina un futuro benevolente). Más allá del dato, grave en sí mismo, esta situación plantea a su vez un triple problema: anulación de la dinámica de voto útil, merma de la rentabilidad del voto en las dos docenas de circunscripciones menos pobladas donde el tercero en disputa no cosecha escaño por mor de la Ley D´Hont y un endiablado dilema en los pactos postelectorales.

La segunda razón es la clamorosa ausencia de lo que podría denominarse un Proyecto socialista. Entendiendo por tal no el mamotreto de 300 páginas aprobado en la Conferencia Política auspiciada por Rubalcaba a finales de 2013 en la que proclamó “¡Ha vuelto el PSOE!”. Tampoco uno de los prolijos y minuciosos programas a modo de Manual de Instrucciones de Uso que solamente son leídos por los oponentes con intenciones polémicas, en busca de fallas y olvidos. Un Proyecto es una exposición breve, condensable incluso en pocas frases, sintética como un haiku japonés, formulable en espacios tan distintos como un encuentro de colegas ante la barra de un bar o un foro académico, y que responde a tres cuestiones: ¿Qué le pasa al país? ¿Cómo se resuelve? ¿Cómo piensa el Partido y el candidato lograrlo?

Y hay que reconocer que en la profusa presencia de Pedro Sánchez en los más diversos medios hemos escuchado de todo: opiniones audaces y palabras huecas; continuismo y voluntad de efectista de sorprender; críticas al PP y críticas a Podemos, críticas incluso a Rodríguez Zapatero. Pero no hemos atisbado nada que se asemeje siquiera remotamente a un Proyecto; esto es, una razón inspiradora, convincente y asumible por una mayoría ciudadana para confiar al Partido Socialista la salida de la angustiosa situación en la que se encuentra el país. Ni tan siquiera un esbozo de política de alianzas sociales y políticas, más allá de la reiteración increíble de la voluntad de no pactar con nadie.

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Se dirá que cinco meses son poco tiempo. Así es en condiciones normales. En tiempos de cambios sociales acelerados cinco meses son una eternidad. Bajo el efecto del shock que genera una nueva situación, los ciudadanos se abren a revisar prejuicios y preferencias políticas. Que se lo pregunten al PASOK que pasó de un 34,6% en las elecciones de 2010 a un 16,2% a principios de este año y se asoma ahora al precipicio con un pronóstico de un escuálido 5%. O, si se quiere un ejemplo en positivo, que se lo pregunten al Partito Democratico Italiano de Mateo Renzi que, tras vencer en unas primarias abiertas recogió un partido en el 25 % de intención de voto y lo llevó, tres meses después, en las elecciones europeas de mayo, a su mayor cota histórica: un 41%.

Es verdad, que ese súbito ascenso vino asociado a un recambio en la cabeza del PD pero también a un nuevo Proyecto que Renzi sintetizó con tino: La rottamazione, el desguace de la maraña de intereses creados y privilegios que bloquean, en su opinión, el progreso económico y social de Italia.

Los socialistas no parecen haber entendido la gravedad de la situación en la que se encuentran. Una situación de la que no saldrán fingiendo que no pasa nada grave, ni a través de maniobras orgánicas de intriga o de pacto, ni tampoco cerrando filas en torno a ningún liderazgo providencial presente o futuro. Lo que una gran porción de ciudadanos les ha retirado no es simplemente el voto, sino primero la confianza y, después, la atención que se han desviado hacia otros actores. Para recuperar la atención de forma pasajera tal vez sirva de algo gesticular y cambiar de caras. Pero restablecer la confianza requiere esfuerzos y sacrificios mucho mayores.

Sabemos que el lenguaje directo, franco y claro no figura de un tiempo a esta parte entre las reglas de los debates socialistas, como recientemente ilustraba Alfredo Pérez Rubalcaba en una entrevista en El País: “Cuando mis críticos internos pedían primarias abiertas en realidad lo que querían decir es que me marchase”. (Por cierto, ¿no tendrá también que ver ese sistemático doble lenguaje con el alejamiento ciudadano que padece el PSOE cuando la calle reclama ante todo autenticidad?). Por eso, en todo caso, hay que interpretar las expresiones crípticas (“personalismo”, “estilo centralizado de dirección”, etc.) que se han producido en los últimos días como reflejo de una inquietud incipiente en las filas socialistas por el futuro del partido y de los primeros movimientos de cara a futuras disputas por el liderazgo.

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