Que Dios me perdone: un obituario crítico sobre Francisco

Una escribe situada. Acudí a un colegio de monjas durante toda la educación obligatoria y sin embargo no hice nunca la Comunión. Desde bien pequeña recuerdo preguntarme sobre la existencia de Dios y por la viejuna inamovilidad de las costumbres eclesiásticas. Sobre ambas sigo pensando mucho y por separado. A veces a la vez, una verdadera contradictio in terminis, cómo iba a permitir Dios todo bondadoso semejantes injusticias. No puedo afirmar que no crea en Dios. A mis 35 sigo preguntándome por qué el ser y no más bien la nada. A veces me lo pregunto científicamente, como hacen los autores del reciente y persuasivo bestseller Dios. La ciencia. Las pruebas, cuya lectura me atrapó un verano entero en la idea de que científicamente era imposible no creer en un dios. La mayoría de las veces me lo pregunto desde la filosofía. A veces, y en las horas más jodidas, me encuentro a mí misma deseando creer. Lo que quiero decir con esto es que escribo este texto desde el más absoluto respeto por el fallecimiento del papa y, por supuesto, a la religión católica. A todas las creencias. Y lo hago además con el convencimiento de que en un mundo en el que hasta la idea de verdad se ha convertido en un relato, dejando de ser pilar sobre el que se sostienen el conocimiento y el progreso humanos, comprender, respetar y tolerar las creencias humanas es una cuestión urgente. El debate entre fe y razón está vigente. Y por ello este obituario crítico.

Si bien Francisco nos acostumbró a simbólicos gestos que hoy tienen a la mitad de la izquierda admirando su figura, no deberíamos olvidar que debajo de una medida superficie comunicativa, la Iglesia seguía siendo bajo su mandato la vieja Iglesia de siempre

Ahora lo que todos sabemos y que no te cansarás de leer estos días. Incluso en los perfiles más de izquierdas y menos creyentes. Probablemente nunca ha existido en la historia de la Iglesia católica un papa con ideas tan cercanas a lo que hoy conocemos como izquierda. Jorge Mario Bergoglio, conocido para todos como el papa Francisco, muere dejando atrás una extensa lista de primeras veces, dentro de una casa construida con muros de sólida tradición. Después de los papados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, y en un contexto de desgaste preocupante por los escándalos de abusos sexuales dentro de la Iglesia, la llegada de Bergoglio se leyó como una ruptura simbólica con toda la etapa anterior. Primer papa latinoamericano y jesuita, adoptó el nombre de Francisco de Asís, como preludio de un papado dialogante, austero y cercano. El papa Francisco ha tenido gestos valiosísimos e inéditos. Ha criticado la economía neoliberal, ha sido incansable contra los devastadores efectos de la crisis climática o con la gestión inhumana de la migración. Su papado ha supuesto un proceso de escucha y apertura en la Iglesia que es objetivamente positivo. Francisco es probablemente de lo mejor que la Iglesia podía tener al frente. Lamentamos su muerte. Y en un contexto de estabilización de los poderes reaccionarios, tememos a un posible sucesor que elija mirar de nuevo hacia la derecha. Sin duda, encontrará fieles.

 Y aun con todo, ¿no cabe la crítica a su figura y a lo que ésta representa? Es posible, y diría que precisamente por los tiempos que corren, es necesaria. Si bien Francisco nos acostumbró a simbólicos gestos que hoy tienen a la mitad de la izquierda admirando su figura, no deberíamos olvidar que debajo de una medida superficie comunicativa, la Iglesia seguía siendo bajo su mandato la vieja Iglesia de siempre. Con el pontificado de Francisco se siguió calificando el aborto como un homicidio y a los médicos que lo practicaban como sicarios, se calificó muy recientemente en términos doctrinales la transexualidad como una ofensa a la dignidad humana, y aunque haya dicho que no se quería meter en lo que cada uno hace en su intimidad (se ve que lo dijo en relación a la homosexualidad, no le trae a cuenta meterse en la intimidad sexual de los miembros de la Iglesia por lo que parece), las uniones entre homosexuales siguen estando fuera de consideración.

Es importante comprender el poder político de la Iglesia, un poder que es también económico ya que en España, por ejemplo, se financia con los acuerdos con la Santa Sede, intactos desde 1979, los conciertos educativos o los enormes privilegios fiscales. Y si ampliamos la mirada,y pese a las enormes promesas de limpiar la economía del Vaticano que Francisco hizo al comienzo de su mandato, fueron igualmente frecuentes los escándalos con la gestión de las inversiones y el patrimonio de la Iglesia. Inversiones que incluso se han revelado contrarias a su doctrina, puesto que durante estos años se supo de la inversión en farmacéuticas que producían píldoras anticonceptivas. Un ejemplo más de doble moral, prohibido en la cama, permitido en la bolsa siempre que dé inversión.

A pesar de los gestos simbólicos y discursivos, no se dio ningún paso para la incorporación de las mujeres al sacerdocio, ni en ninguna de las estructuras de poder de la Iglesia católica

Y claro, hay que hablar de las mujeres. A pesar de los gestos simbólicos y discursivos, no se dio ningún paso para la incorporación de las mujeres al sacerdocio, ni en ninguna de las estructuras de poder de la Iglesia católica. Por supuesto reconoció que la Iglesia debía escuchar más a las mujeres, pero se reafirmó en la idea de que el sacerdocio, como todos los sacramentos, están reservados a los hombres, por “voluntad de cristo”, sin admitir ningún debate. Esta posición hizo que durante el Sínodo de la Sinodalidad (2023-2024), numerosas organizaciones de mujeres católicas denunciaran este proceso como poco efectivo, ya que, más allá del discurso, en cuestiones doctrinales no supuso ningún cambio. La Iglesia católica con el papa Francisco ha seguido teniendo exactamente la misma estructura patriarcal que siempre ha tenido, donde las mujeres nunca podrán ostentar posiciones de poder y quedan relegadas a roles secundarios de cuidado.

La ausencia de transformaciones en la Iglesia católica para la incorporación de las mujeres en su estructura de poder es un aspecto crucial de la crítica al papa Francisco, puesto que no podemos obviar el peso que el catolicismo sigue teniendo en la ideología patriarcal. No en vano, fue frecuente escuchar a Francisco hablar del genio femenino, una terminología que aparece por primera vez en el catolicismo moderno con Juan Pablo II, en documentos como Mulieris Dignitatem, y que ha sido repetido por sus sucesores. La Iglesia sostiene a través de esta idea de genio femenino que las mujeres tenemos cualidades naturales (genio) y que son esenciales para la humanidad y la propia Iglesia, como son la capacidad de cuidar, amar incondicionalmente, una sensibilidad moral superior, una disposición natural hacia la entrega y hacia la maternidad. Aunque pudiera parecer un concepto que aislado sirva para elogiar el papel de la mujer desde un punto de vista aperturista, alberga una concepción patriarcal y esencialista de las mujeres, donde el papel que se nos permite tener en la Iglesia y en la sociedad es servicial, nunca de poder. Se nos encamina moralmente a ser madres y cuidadoras, creando así la idea de que existen buenas y malas mujeres, siendo aquellas mujeres buenas las que se entregan al cuidado de los demás porque así lo manda su naturaleza femenina. Nada lejos de las trad wife de las redes sociales y en general de todo el discurso conservador que ha aparecido como reacción al feminismo y que pretende resituar a las mujeres como el complemento perfecto para los hombres, las perfectas amas de casa, madres, parejas sexuales. El genio femenino supone la muerte de la autonomía de las mujeres. Sobra explicar la incompatibilidad de ese genio femenino con la idea de que una mujer pueda ser lesbiana, elegir ser soltera, elegir no ser madre, ser trans o cualquier otra cuestión que la aleje natural o socialmente de la función que nos ha reservado Cristo.

Escribo esto con pena, porque yo querría creer. Querría una Iglesia que fuera compatible con mi existencia y con la diversidad de vidas humanas que existen (o que dios ha querido que existan). Y por ello me niego a que la muerte del papa, de este o del que sea, sirva para zanjar la necesidad de seguir criticando la religión que hace que algunos hombres con mucho dinero decidan cómo debe ser la vida de todas las mujeres.

________________

Ángela Rodríguez Pam es exsecretaria de Estado de Igualdad.

Más sobre este tema
stats