Aranceles sí pero no así

La radical ofensiva comercial de Trump ha reabierto un viejo debate en Europa sobre la utilidad de las políticas arancelarias. En los próximos días, y tras la inevitable contundencia que requiere la respuesta europea a Washington, parece que nos debatiremos entre responder con la misma lógica de confrontación comercial o resistiendo el embate con un poco más de diplomacia, al estilo de la excelente conversación de Albares y Rubio. Sea lo que sea, lo claro es que el objetivo fundamental a perseguir es la bajada de la temperatura de unos mercados en preocupantes números rojos. Las narrativas varias bélicas, inflacionistas, securitistas o nacional-proteccionistas no ayudan a pensar por fuera de esta dicotomía. Sin embargo, los tiempos que corren son tan rápidos como de encrucijada, y una nueva crisis puede ser una nueva oportunidad. 

Europa, y muy especialmente el Gobierno de España, tienen la capacidad de pensar una vez más fuera de las lógicas comerciales y geopolíticas que nos han traído hasta esta situación. ¿Qué hará la UE frente a Trump? ¿Más nacionalismo de mercado? ¿Más pasividad tecnocrática de Bruselas? ¿Pueden tomarse decisiones económicas, también arancelarias, que sirvan para proteger a la gente y sus derechos y no a las grandes multinacionales? ¿Puede ser esta guerra comercial una oportunidad para redefinir las condiciones de posibilidad de una economía para la gente y no para los beneficios de los que más tienen?

El Día de la Liberación ha marcado el inicio de una nueva era geoeconómica. Con tasas arancelarias no vistas en casi un siglo, Trump ha desafiado el orden económico establecido desde la Segunda Guerra Mundial. A pesar del negativo impacto en los mercados, celebra en su red social, irónicamente llamada Truth Social, la caída del precio del petróleo, niega la inflación e insta a la Reserva Federal a hacer su parte para incentivar la economía. Por supuesto, ha criticado a aquellos países que han querido pagarle con la misma moneda. Mientras termino de escribir este mismo artículo ha saltado la noticia de que podría subir los aranceles a Pekín al 50% por el hecho de que hayan respondido con más aranceles a su propuesta inicial. La guerra comercial está servida. Masivo, de locos, que dirían ahora los más jóvenes. En medio de toda esta tensión, hoy se ha celebrado una reunión de ministros de economía de la UE para coordinar una respuesta. Insiste la presidenta de la Comisión en una propuesta de aranceles industriales 0 que lleva ya casi dos meses encima de la mesa del presidente de EEUU. Escucho atentamente al ministro Cuerpo, con la esperanza de encontrar consuelo. Dice Cuerpo que hay que recapacitar y llegar a una solución negociada que suponga un beneficio para nuestras economías. Poco consuelo para este otro cuerpo

Si vamos a redefinir las condiciones de comercio con otros países, tenemos una gran oportunidad para que prevalezcan los criterios de la justicia social y no criterios meramente economicistas. Esto es lo que haría a Europa y a su gente ganar, ganar vida y paz

A estas alturas de genocidio, rearme y arancel, perdonen que me pregunte qué sería beneficioso para nuestras economías. La Comisión establece en 81.000 millones el recargo que van a suponer los aranceles para las exportaciones europeas. En las próximas horas y semanas iremos conociendo las medidas, muchas de ellas arancelarias, que levantaremos en respuesta. Si Europa recaudara un importe parecido al que suponen los recargos de Trump, ¿Cuáles serían las actuaciones que se pondrían en marcha? Esta es la pregunta hoy más urgente de responder. Lo que puede resultar hoy beneficioso para los mercados o las grandes corporaciones no tiene por qué ser beneficioso para la gente. Esta es precisamente la consecuencia más preocupante de la jugada de Trump. Por ello, la respuesta europea debería estar lejos de emular a imagen y semejanza la guerra iniciada por Washington. Se podría comenzar asumiendo con honestidad que la política arancelaria no es ajena a la política comercial de la Comisión.

En este sentido, puede resultar de mucho interés seguir el camino iniciado por la implementación del CBAM o el llamado arancel verde al carbono, que se encuentra ahora mismo en fase transitoria, y que según las estimaciones que maneja Europa podría llegar a generar 14.000 millones de ingresos anuales. ¿Sería posible sumar a este arancel verde otros aranceles rojos y morados que protegieran aquellos productos que, por ejemplo, no tengan detrás condiciones de explotación laboral en su elaboración? Si podemos penalizar la huella de carbono en una mercancía, ¿Por qué no hacer lo mismo con la huella patriarcal o de explotación laboral? ¿Por qué no planificar una política arancelaria que ayude a empujar las reformas fiscales y presupuestarias necesarias en Europa para proteger a la gente y ganar esta tan deseada soberanía estratégica?

No se trata de elegir entre aranceles sí o no, sino de escoger aquellos instrumentos económicos que nos permitan diseñar una economía para la vida. Como recuerda Thomas Piketty, este no es un asunto técnico, sino un tema eminentemente político. Por ello, no se trata de llegar a acuerdos que beneficien a las economías como señala el Ministro Cuerpo, sino de diseñar economías que beneficien a la gente. Si vamos a redefinir las condiciones de comercio con otros países, tenemos una gran oportunidad para que prevalezcan los criterios de la justicia social y no criterios meramente economicistas. Esto es lo que haría a Europa y a su gente ganar, ganar vida y paz. Y esta es nuestra principal oportunidad de diferenciarnos de ( y ganar a) Donald Trump. 

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