Vivimos una realidad que ha oficializado la mentira. Las grandes palabras, la política, las siglas, los compromisos, las renovaciones, todo suena a mentira. La corrupción es un capítulo más, el cristal roto y sucio que brilla en el vertedero. Shakespeare le hizo decir al joven Hamlet palabras duras contra su madre: “Perdonad este desahogo, ya que en esta delincuente época la virtud misma tiene que pedir perdón al vicio”.
Quién pudiera tener en casa un manual de historia que contase los próximos 25 años de España. Sería un consuelo ante la incertidumbre. El problema es que la historia próxima no está por leer, sino por hacer, y ahora nadie sabe nada, todo se confunde. A veces uno piensa que la audacia es la mejor forma de prudencia, a veces uno siente que el anacronismo es una manera digna de afrontar el futuro, a veces se intuye que estamos equivocándonos cuando hacemos lo que se debe hacer o que acertamos al asumir lo que sólo es fruto del egoísmo.
Quizás la única solución sea plantearse en serio el papel de la mentira, su condición y sus consecuencias. Una parte importante, desde luego, nos viene de la Transición, de haber convertido en padres de la democracia a fascistas impunes con méritos suficientes para ser buscados por la justicia internacional. Las víctimas de la dictadura fueron obligadas en el desamparo a pedir perdón a sus verdugos, como la virtud al vicio.
Pero hay otras mentiras que se han acumulado después. Cuando pase la urgencia, cuando el mal olor y el ruido insoportable de la corrupción pasen de largo, tendremos que enfrentarnos a la raíz de la hierba que nos ha hecho mentirosos como país, como sistema, como economía.
Cervantes escribió el Retablo de las maravillas para denunciar una situación de engaño colectivo. Los comediantes Chanfalla y Chirinos consiguen que todo un pueblo vea sobre la escena pública aquello que no existe, lo que sólo sucede como pura mentira. Desde el gobernador hasta el ser más humilde están dispuestos a admitir una representación imaginaria. ¿Cuál era la mentira de entonces, la que aparecía también en El Quijote y en otras obras de Cervantes? Era la limpieza de sangre. La gran patraña de la contrarreforma, la mentira que justificaba la complicidad con una España que se arruinaba por momentos, era la consigna de ser cristiano viejo, sin gotas de sangre judía o árabe.
Para no parecer conversa, por devoción a una Iglesia retrógrada, por miedo, por una culpa inventada, la gente se acomodaba de forma ridícula a la mentira y se hacía cómplice de la nobleza feudal, la clase que estaba imponiendo el atraso y la ruina sobre los siglos de España. Prefirió hundir al país que perder sus privilegios. Retablo de las maravillas: aplaudamos todos a un Sansón que no existe, sintamos pavor ante toros y ratones imaginados.
¿Pero cuál es la mentira de la España de hoy, de la política y la economía de hoy? Creo que la mentira más importante es Europa, es decir, la Europa que hemos construido. Esa parece la razón última de nuestro retablo de las maravillas.
A la derecha, en estos días, no se le va de la boca la palabra España. Sin embargo todas sus medidas han estado encaminadas a maltratar la dignidad laboral, los salarios y los servicios públicos de los españoles. La palabra Europa no ha servido para construir una comunidad vinculada, sino para crear condiciones favorables de libre explotación contra los españoles. El poder económico no tiene patria, juega a su particular globalización. Las élites españolas han aprovechado la crisis y la construcción europea para acabar con los modestos derechos conquistados por la democracia social después de la muerte del dictador. Europa es la tapadera de su avaricia. En nombre de Europa, siguen pidiendo sacrificios, justificando fraudes y paraísos fiscales.
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Y Europa ha sido también la gran mentira de la socialdemocracia. El verdadero problema de los socialistas, más allá de las corrupciones y los errores puntuales, fue participar en una construcción europea que liquidaba la soberanía popular y la política como opciones para regular la vida pública, los derechos y la justicia económica. Más que la corrupción, aunque ayuda mucho, el descrédito de la política y del socialismo europeo se debe a su inutilidad para solucionar los problemas de la gente. Hablan de izquierda, de sociedad, de compromiso, igual que la derecha habla de España. Pero los debates reales se fraguan en unos despachos que ya no les pertenecen.
Esto no significa que el Estado haya perdido todas sus posibilidades de acción. Pero está en peligro de muerte. Y cualquier posibilidad de mejora pasa por comprender que la farsa de nuestra limpieza de sangre, de nuestra Europa, ha convertido la realidad oficial en un Retablo de las maravillas.
Hay que pensar Europa de otra manera. Más que los cielos, necesitamos asaltar Europa. Eso sí, para un ciudadano español Europa empieza en España.
Vivimos una realidad que ha oficializado la mentira. Las grandes palabras, la política, las siglas, los compromisos, las renovaciones, todo suena a mentira. La corrupción es un capítulo más, el cristal roto y sucio que brilla en el vertedero. Shakespeare le hizo decir al joven Hamlet palabras duras contra su madre: “Perdonad este desahogo, ya que en esta delincuente época la virtud misma tiene que pedir perdón al vicio”.