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Sánchez Cuenca y los intelectuales

Jorge Urdánoz Ganuza

Me parece profundamente errónea la tesis que viene manteniendo Ignacio Sánchez-Cuenca sobre los intelectuales españoles. O, cuanto menos, profundamente confusa. No sé muy bien qué es lo que quiere decir, pero entiendo que las posibilidades son dos.

La primera –llamémosle “tesis suave”– vendría a afirmar que el nivel de nuestros intelectuales es bajísimo y que estos conforman una casta frívola, osada e impune. ¿Qué tiene de “suave” esta brutal enmienda a la totalidad? Es “suave” en el sentido de que es una opinión perfectamente legítima. Se podrá estar o no de acuerdo, pero entra dentro de lo permisible en una deliberación pública. Algo que no creo que pueda reclamar para sí la otra posibilidad interpretativa. La tesis, digamos, “fuerte”.

La tesis fuerte, si no la entiendo mal, vendría a decir que ese ínfimo nivel de nuestros intelectuales se debe a que la mayoría de ellos son escritores y ensayistas. “Sabrán escribir muy bien, pero en materia política y económica no hacen sino patinar”. Si esto es lo que quiere decir, no creo que sea admisible, de la misma manera que no lo sería que, dónde él dice “escritores”, otros dijeran “fontaneros” o “empresarios”. Sospecho que Sánchez–Cuenca cree que su artículo anterior en El País generó mucha polémica porque los intelectuales aludidos eran especialmente irritables. Pero puede ocurrir también que sea su afirmación la que es especialmente desafortunada, y que él no acabe de verlo.

Cuando Sánchez-Cuenca afirma que los escritores “no hacen sino patinar” parece concebirse a sí mismo como ungido por una suerte de inmaculada infalibilidad que le hace capaz de diagnosticar quién patina y quién acierta. La pregunta es obligada: ¿cómo distingue él una cosa de otra? Si los “escritores y ensayistas” son más proclives al error que otros colectivos, ¿qué otros colectivos son esos? La tesis fuerte es democráticamente inadmisible, porque rompe la igualdad ciudadana ante el Ágora (los escritores estarían menos capacitados para opinar) y porque desemboca en la tecnocracia (la opinión política se habría de reservar a ciertos gremios).

No creo que Sánchez-Cuenca abrace la tesis fuerte. Dada su trayectoria y sus ideas y posicionamientos intachablemente democráticos, sería muy extraño. De hecho, él mismo venía a negarlo en una respuesta a las críticas recibidas el año pasado: “mi queja consistía en que muchos escritores prefieren recurrir a la retórica y a las invectivas que a los argumentos y a los datos”. Pero sí creo que a veces sus expresiones no son afortunadas y que debería cuidarlas más. No es lo mismo decir “muchos escritores patinan” que decir “los escritores patinan mucho porque son escritores”. Lo segundo, la tesis fuerte, no es de recibo.

Y la tesis suave, por lo demás, aunque legítima es a todas luces una burda generalización que contradice todas las propiedades que Sánchez-Cuenca defiende como necesarias en el debate público y que, por eso mismo, contradice también su propia trayectoria intelectual.

Todo el texto es, creo, una gran contradicción, sembrada además de pequeñas contradicciones menores. Entre estas últimas destacan tanto citar como autoridad contra la preeminencia de los escritores a un crítico literario (algo así como combatir la brujería con la astrología) como criticar que alguien hable de la “casta política” para, a renglón seguido, denunciar la existencia de una “casta intelectual”. Pero, como digo, el mayor problema es otro.

Hay ocasiones en las que un “científico social” puede intervenir en el debate público y aportar una verdad irrebatible. Pero eso, que es lo que subyace bajo la pretensión de Sánchez-Cuenca, ocurre en contadísimas ocasiones y, sobre todo, jamás nos va a liberar de la necesidad de elegir entre valores. La ciencia puede ayudar a la política, pero la política es sobre todo una práctica, no una disciplina científica. No hay un manual de instrucciones.

De todos los ejemplos que Sánchez-Cuenca expone, creo que sólo uno puede entrar en la categoría de “científico”. Es, en efecto, palmariamente contradictorio que Molinas abogue por un sistema electoral mayoritario y persiga a la vez acabar con el bipartidismo. Eso es un error: sabemos que un sistema mayoritario supone más bipartidismo. También, añado yo, es un error, o por lo menos un dato sin contrastar, la cifra de políticos en España que utiliza Molinas. Muy bien, pero todo lo demás no es “falso”, sino discutible.

Yo creo que el artículo de Molinas ilumina muy certeramente algunos aspectos de nuestra realidad, y a mí al menos su lectura me ha parecido provechosa. Puede que Acemoglu y Robinson forjaran el concepto de “élite extractiva” para las autocracias, pero Molinas puede aprovecharse de él para aplicarlo a España de modo fructífero. Yo abomino del remedio que él propone, y en eso coincido con Sánchez-Cuenca: un sistema mayoritario en España sería la peor solución imaginable. Pero, precisamente porque con algunas cosas coincido y con otras discrepo, me parece que su aportación es valiosa, y no se me pasa por la cabeza lamentar que Molinas y gente como Molinas tengan demasiada presencia pública. Una cosa es discrepar con algunas o con todas sus tesis y ofrecer razones al respecto, otra defenestrar al propio autor por no sé muy bien qué pertenencia a qué grupo de intelectuales. Lo primero es parte del método científico, lo segundo, parte del inquisitorial.

Lo mismo, pero más agravado, me ocurre con las afirmaciones sobre Savater. Cuando Sánchez-Cuenca defendía el diálogo con ETA y Savater lo denostaba, yo estaba del lado del primero, y creo que el tiempo le ha dado la razón. Pero nunca, jamás, bajo ningún concepto me atreveré –creo– a afirmar que Savater es un intelectual “frívolo”. Fernando Savater y otros muchos intelectuales han arriesgado su vida frente al terror, y ese valor ante la infamia y esa dignidad ante la barbarie otorgan a sus palabras un valor moral innegable. Eso no les garantiza ningún certificado de infalibilidad, por supuesto, pero sí les confiere una autenticidad y una categoría incompatibles con ningún asomo de “frivolidad”. Si una persona con su currículum intelectual y moral es un “frívolopensador”… ¿quién no lo es y por qué?

Que Muñoz Molina publique un ensayo sobre la crisis “en clave nacional” me parece una excelente noticia, de la misma manera que me parecería estupendo que lo publicara mi vecino del sexto. Se podrán discutir las tesis de uno y de otro, pero habrá que hacerlo una por una, con ánimo constructivo y sin descalificaciones gremiales. No porque mi vecino sea carnicero o porque Muñoz Molina sea novelista caben desautorizaciones previas.

No vale tampoco hacer decir al otro lo que no dice para poder criticarlo a placer. No he leído Todo lo que era sólido, solo alguna reseña, pero me extrañaría mucho que Muñoz Molina diga en ningún lado que la crisis tiene un origen español. Si él analiza los aspectos nacionales que han hecho que la crisis haya tenido una repercusión tan brutal entre nosotros, se podrán discutir sus tesis, pero no se puede dictaminar la improcedencia del enfoque, ni mucho menos decir que produce “vergüenza ajena” que nuestros intelectuales no vean que otros países también sufren la crisis. Creo que es evidente que sí lo ven, pero que no están hablando de eso.

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Por lo demás, Muñoz Molina hace en ese ensayo algo que le honra: se reconoce entre los culpables. Admite que, como intelectual, falló, que no estuvo a la altura. Y son precisamente ese tipo de gestos los que aportan a alguien la capacidad de hacer que su voz sea creíble. Porque el espacio público se conforma de razones, de evidencias y de conocimientos, cierto, pero también de ejemplos, de sensibilidades y de actitudes. Los datos y los argumentos que Sánchez-Cuenca solicita son necesarios, sin duda, pero insuficientes. Como él sabe muy bien, la política es algo más que eso.

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Jorge Urdánoz Ganuza es profesor de Filosofía del Derecho y del Máster de Derechos Humanos de la Universidad Oberta de Catalunya. Su ensayo “Veinte destellos de ilustración electoral (y una página web desesperada)" se publicará en 2013.

Me parece profundamente errónea la tesis que viene manteniendo Ignacio Sánchez-Cuenca sobre los intelectuales españoles. O, cuanto menos, profundamente confusa. No sé muy bien qué es lo que quiere decir, pero entiendo que las posibilidades son dos.

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