El día que la presidenta Ursula Von der Leyen congela los fondos a Hungría por sus continuas violaciones al Estado de Derecho, Fernando Grande-Marlaska despliega una pobre defensa de los derechos humanos en el Congreso. La dimensión no es comparable, pero sí el marco. La tensión dentro y fuera de Europa, de Bruselas a Budapest y de Madrid a Rabat, es precisamente la integridad en la defensa de los valores democráticos. La inmigración, por más que tensione las políticas comunitarias de norte a sur, son médula espinal de esos derechos. La versión de Grande-Marlaska de la tragedia de Melilla ha sido triturada por la realidad, revelada en vídeos y la investigación de la prensa. La masacre ocurrió en suelo español, hubo muertos en terreno propiedad del Gobierno y sí ocurrieron “hechos trágicos”, aunque el ministro los niegue.
Fernando Grande-Marlaska ha elegido negar los hechos, rechazar toda evidencia y dar una respuesta conservadora a la tragedia del pasado 24 de julio. Pero también ha dejado pasar la ocasión de contextualizar la tragedia humanitaria de Melilla en el marco europeo. Ha evitado recriminar a Marruecos que sus actuaciones irregulares en la frontera arrastran a España a cometer otras. Ni un reproche a la gendarmería que arrastró cuerpos, los ató, los apiló en tres montones. Ni una justificación a por qué la ambulancia no socorrió a los heridos. El ministro ha podido humanizar a los muertos ahora que tienen nombre —gracias a los medios y no a Interior, la Fiscalía o el Defensor del Pueblo—. Pero no lo ha hecho.
Marlaska ha elegido negar los hechos, rechazar toda evidencia y dar una respuesta conservadora a la tragedia del pasado 24 de julio. Pero también ha dejado pasar la ocasión de contextualizar la tragedia humanitaria de Melilla en el marco europeo
En lugar de emular a Ángela Merkel en 2015 durante la crisis de refugiados sirios, ha preferido una comparecencia indistinguible a la de un ministro de derechas. El titular de Rajoy, Jorge Fernández Díaz, utilizó argumentos similares a la defensa de la integridad y seguridad de la frontera en la polémica actuación de El Tarajal. Eso sí, fue más allá y mostró los vídeos en Comisión a puerta abierta. La comparecencia de Grande-Marlaska parecía más dirigida a tapar la tragedia que a esclarecerla. De ahí que haya cuestionado la investigación de los medios antes que impulsar las diligencias del ministerio público con las nuevas pruebas.
Europa tiene una crisis migratoria en ciernes. Solo este año, ha habido más de 1.800 muertos en el Mediterráneo. Como apunta en su última edición The Economist, las mejoras en políticas migratorias desde 2015 se han centrado en mantener a los inmigrantes fuera de las fronteras. Como Marlaska. No son los “sucesos de Nador”, en palabras del ministro, sino los de Melilla, España. Suecia tiene en el Gobierno a un partido antiinmigrantes. Francia ha tenido que recibir al Ocean Viking, con 230 migrantes a bordo, porque Georgia Meloni se negó a permitir que entraran en sus costas. Vox podría entrar en un gobierno del PP.
La tragedia de Melilla ha evidenciado que el Gobierno guardará silencio si en el marco del acuerdo migratorio España-Marruecos, este último incumple los mínimos estándares. Un gobierno progresista no puede abordar una tragedia migratoria como un problema de seguridad nacional. En una Europa con fuertes presiones de líderes de ultraderecha, Marlaska no debería utilizar argumentos similares. Menos mientras Bruselas castiga, como a Hungría; o vigila, como a Italia.
El día que la presidenta Ursula Von der Leyen congela los fondos a Hungría por sus continuas violaciones al Estado de Derecho, Fernando Grande-Marlaska despliega una pobre defensa de los derechos humanos en el Congreso. La dimensión no es comparable, pero sí el marco. La tensión dentro y fuera de Europa, de Bruselas a Budapest y de Madrid a Rabat, es precisamente la integridad en la defensa de los valores democráticos. La inmigración, por más que tensione las políticas comunitarias de norte a sur, son médula espinal de esos derechos. La versión de Grande-Marlaska de la tragedia de Melilla ha sido triturada por la realidad, revelada en vídeos y la investigación de la prensa. La masacre ocurrió en suelo español, hubo muertos en terreno propiedad del Gobierno y sí ocurrieron “hechos trágicos”, aunque el ministro los niegue.