Sobre el ruido y los bulos

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Tenemos un problema con la desinformación. La industria que llegó a EEUU, a la Europa post Brexit o a la Francia de Le Pen tiene en España sus propias sucursales del odio. Un magma de webs y canales tan fáciles de reconocer como la comida podrida. Se trató a estos canales como si fueran medios y se colaron, por ejemplo, en el Congreso. Ahí llaman la atención porque conviven los profesionales con agitadores, quienes hacen información y quienes complican el trabajo al resto vulnerando las reglas deontológicas más básicas. Son pseudomedios porque operan como las fake news, necesitas que tengan algo de cierto para que el resto parezca creíble. El huevo dentro de la serpiente. Lo dijo Von der Leyen en Davos: "La preocupación principal durante los próximos dos años es la desinformación".

El debate de los bulos se ha abierto con fines políticos. Lo ha hecho abruptamente Pedro Sánchez como reacción a la ofensiva contra su mujer, Begoña Gómez. Y lo ha abierto el PP, difundiendo sin rigor todo tipo de informaciones -más sin contrastar que las veraces-, para sentar lo antes posible al presidente y su mujer en la Comisión de investigación del Senado. 

La reflexión es obligatoria y ojalá dure. Pero el gobierno debe saber que si no fue posible en EEUU, ni en Europa, tampoco lo será aquí. Intentar regular cuestiones que afectan a los medios termina con la profesión enfrente. Ocurre siempre. El debate debe ser colectivo pero las soluciones deben venir desde los periodistas. No es fácil, no todos trabajan igual y es una carrera llena de obstáculos. Pero es unidireccional. De la profesión, al poder. Y el PP es quien menos autorizado está para recordarlo. Casi todos tenemos en nuestro currículum persecuciones, amenazas y represalias de hace no tanto. 

No se pueden regular los medios pero sí el entorno y las condiciones donde operan. Lo poco que hay para abordar la lucha contra la desinformación es el reglamento europeo de Servicios Digitales, que debe implementarse en España lo antes posible. Las medidas pasan por hacer transparentes los ingresos, fondos, subvenciones y accionariados de las empresas de medios. Parece lógico que en un contexto con tantas injerencias -extranjeras incluídas-, donde hay cabeceras con fines más políticos que informativos, saber de dónde llegan los fondos sea clave para garantizar el derecho a la información y evitar sabotajes. Sánchez hizo referencias a esa transparencia en su última entrevista en la Cadena SER, sin concretar si irá más allá de dónde ha llegado Europa.

El debate es imprescindible aunque llega viciado de origen. El PP ha tirado del hilo argumental que arrastra desde 2018: la única pretensión del Gobierno es imponer una autocracia y controlar los medios. Y en esta psicosis intencionada de la oposición, el Gobierno no podrá plantear medidas sin el consenso de los profesionales. Conclusión, regular la desinformación será difícil.

Intentar regular cuestiones que afectan a los medios, termina con la profesión enfrente. Ocurre siempre. El debate debe ser colectivo pero las soluciones deben venir desde los periodistas

Así que seguiremos un tiempo donde quedó todo antes de los cinco días de Sánchez. En un estado de opinión desquiciado desde la caldera de Madrid sin agarre en informaciones, hechos veraces, realidad concreta sobre las supuestas actividades de Begoña Gómez, entre otros ejemplos. Más allá de que el presidente se deba a todas las explicaciones que se le pidan, incluidas ruedas de prensa con preguntas, es fácil entender la referencia a la “impotencia”

Las informaciones veraces sobre Begoña Gómez se han visto arrastradas por un falso relato construido sobre el caso Koldo, acusaciones contra el entorno familiar de Sánchez sin fundamento; y “escándalos”, como los calificó la portavoz del PP Ester Muñoz, inexistentes. ¿Cuántas veces necesitaría Pedro Sánchez llamar corrupto a Feijóo para que su electorado lo creyera? Probablemente las mismas que necesita el PP para meter a Begoña Goméz en el Caso Koldo y que sus votantes piensen que es cierto. 

Tan bulo es una información falsa como construir una corrupción que hoy no existe. El PP ha abonado el “todo se sabrá” sin ser capaz de decir exactamente el qué, ha insinuado que la investigación judicial acechaba al presidente y ha amenazado con llevar a Begoña Gómez a los tribunales. El fondo de las amenazas no hace pie. El juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, descartó llamar como testigo a Gómez porque las acusaciones se basaban en “recortes de prensa sin indicios” penales. Los mismos recortes que sí han tenido entrada en un juzgado de Madrid en connivencia con el grupo ultra Manos Limpias. 

Hay un magma de exageraciones, falsedades, de futuribles sin comprobar, de hilos que no tienen conexión entre sí, que terminan en una realidad que descansa sobre material averiado. Se señala cómo los medios internacionales hablan de la “corrupción de Begoña Gómez” y es imposible concretar de qué corrupción estamos hablando. La actividad profesional de la esposa de Sánchez merece luz y explicaciones. Y también abrir el debate de la regulación de la pareja del presidente para que lo ejemplar no sean las que “han dejado de trabajar para no tener ninguna duda al respecto”, como dijo Feijóo en La Brújula.

Escribe Sergio del Molino a raíz de la reflexión abierta abruptamente por Sánchez cómo debemos aguantar el ruido como precio de la libertad: “Siempre habrá chalados que irrumpan en la plaza y en el juzgado dando berridos”. El problema es cuando esos “chalados” son un partido mayoritario, cuando el “berrido” de la oposición pide recuperar la democracia inexistente en España. Dice el sociólogo Víctor Sampedro que el PP está “con un pie fuera de las instituciones, en los modos y las maneras de hacer una política democrática madura”. El Gobierno es quien más cuentas debe rendir en democracia y la oposición instar a esa rendición y no a supuestos asaltos a la democracia. Ese trabajo ya lo hace VOX y es el partido ultra quien operaba con Manos Limpias. Por tumbar una legislatura, van a terminar por derribar el andamiaje.

Tenemos un problema con la desinformación. La industria que llegó a EEUU, a la Europa post Brexit o a la Francia de Le Pen tiene en España sus propias sucursales del odio. Un magma de webs y canales tan fáciles de reconocer como la comida podrida. Se trató a estos canales como si fueran medios y se colaron, por ejemplo, en el Congreso. Ahí llaman la atención porque conviven los profesionales con agitadores, quienes hacen información y quienes complican el trabajo al resto vulnerando las reglas deontológicas más básicas. Son pseudomedios porque operan como las fake news, necesitas que tengan algo de cierto para que el resto parezca creíble. El huevo dentro de la serpiente. Lo dijo Von der Leyen en Davos: "La preocupación principal durante los próximos dos años es la desinformación".

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