Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La derecha vendepatrias
El pasado viernes 25 de marzo el Ejecutivo asestaba un golpe de efecto en Bruselas donde, tras meses de tensas negociaciones, logró que la Comisión reconociera la excepción ibérica. Esta permitiría a España y Portugal limitar los precios energéticos saltándose de manera extraordinaria las reglas de fijación de la UE, un sistema que penalizaba a estos dos países por su baja interconexión con el continente europeo y su limitada dependencia del gas. Pese a que los detalles del nuevo marco no los tendremos hasta que la Comisión dé el visto bueno a la propuesta que España y Portugal preparan, este representa sin lugar a dudas un enorme logro económico en la política exterior de nuestro país debido en primer lugar a su relevancia económica en un contexto de crisis de los precios y, en segundo lugar, la dificultad de conseguir el mismo, dada la reticencia de la Comisión a alterar la regulación de la competencia de la UE.
A nadie le ha podido sorprender la reacción de la derecha radical de nuestro país, tan dada a movilizar el discurso más nacionalista contra los más vulnerables mientras pagaban las nóminas de su líder con las prebendas del Consejo Nacional de la Resistencia de Irán. Resulta algo más desconcertante la reacción del renovado Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo, que no hace sino ahondar en la estrategia europea de Pablo Casado y, sobre todo, de Ciudadanos. Empecemos por este último.
La derecha española es nacionalista hasta que su nación la gobierna democráticamente la izquierda. Como Feijóo parece estar demostrando, esperar una oposición de derechas responsable en política exterior es como esperar a Godot
A las pocas horas de conocerse la victoria del Gobierno, Luis Garicano —Jefe de delegación de Ciudadanos Europa, hombre fuerte del partido en Bruselas— escribía que el acuerdo en Bruselas no había sido tal y que las nuevas medidas no resolverían esta situación. Resulta cuando menos curioso que el adalid de las políticas basadas en la evidencia se decantara por leer su bola de cristal antes siquiera de conocer la propuesta de los equipos técnicos de España y Portugal. Esta no es sino la última iteración del esfuerzo de Garicano en Bruselas, más preocupado por desprestigiar las propuestas del Gobierno de coalición que de coordinar los esfuerzos de nuestro país en este tipo de espacios. El ejemplo más claro de esto ha sido la constante enmienda a la totalidad de la propuesta española para los Fondos de Recuperación, que finalmente se ha tenido que tragar cuando nuestro país fue el primero en recibir luz verde de la Comisión. Una lectura generosa sugeriría que el comportamiento de Garicano en Bruselas se debe simplemente a cálculos electorales, pero la inminente desaparición de su partido sugiere que el resentimiento de haberse quedado fuera del Gobierno resulta una explicación más posible. Porque Dios sabe que, de haber conseguido Ciudadanos este acuerdo, nos lo estarían vendiendo como la mayor negociación internacional desde la Crisis de los misiles de Cuba.
El Partido Popular de Casado también dedicó sus esfuerzos no solamente a posicionarse contra el plan de recuperación español, sino también a tratar de movilizar sus contactos en el Partido Popular Europeo (EPP) para torpedearlo. Por fortuna para nuestro país, las últimas semanas han demostrado que la incompetencia de Pablo Casado y su equipo ha resultado ser mayor que su mezquindad. Uno podría haber esperado de Feijóo, otrora moderado, un cambio de rumbo que a todas luces no solo no se ha dado, sino que se ha intensificado en los últimos días, calificando de incompleta la propuesta del Gobierno y condicionando su apoyo a una bajada de impuestos. Esta oferta se hace a sabiendas de que dicha bajada de impuestos no sólo sería regresiva, sino que además se llevaría a cabo en un país cuyos impuestos a los hidrocarburos ya están sensiblemente por debajo de la media europea:
Lo más desconcertante de la línea del Partido Popular es que mantenía esta postura al mismo tiempo que, tras la sin duda controvertida decisión del Ejecutivo de virar su política respecto al Sáhara, ponía el grito en el cielo por no respetar el hecho de que la política exterior es una “política de Estado”. En este sentido, la izquierda española ha demostrado ser la única que se ha tomado la política exterior de esa manera cerrando filas cuando había una cuestión de interés nacional en el extranjero, como cuando apoyó la candidatura de Luis de Guindos al Banco Central Europeo. En ocasiones esta lealtad nacional fue tan lejos como para pedir respeto por un expresidente cuyas políticas había revertido completamente, como cuando Rodríguez Zapatero se enzarzó con Hugo Chávez por los insultos de este último a Aznar en aquel desencuentro que terminó con el célebre “por qué no te callas” del rey emérito.
En contraste, la deslealtad en el plano internacional de la derecha española viene de largo, algo que probablemente emana del hecho de que siempre le ha costado mucho reconocer la legitimidad de la izquierda para gobernar nuestro país (primero en 2004 y luego en 2018). Sea como fuere, los que seguimos la política exterior española recordamos el esfuerzo del Partido Popular de Rajoy en la oposición por socavar la proyección española en Latinoamérica o burlarse de iniciativas multilaterales españolas como la Alianza de Civilizaciones (la cual, por cierto, acabaron apoyando una vez llegaron al Gobierno).
La derecha española es nacionalista hasta que su nación la gobierna democráticamente la izquierda. Como Feijóo parece estar demostrando, esperar una oposición de derechas responsable en política exterior es como esperar a Godot. Hasta que llegue, que al menos tengan la decencia de no aburrirnos con sus discursos sobre política de Estado.
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