Lo que ómicron nos enseña sobre las relaciones internacionales

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Ómicron ya circula en nuestro país. Esta es la quinta «variante preocupante» de la covid-19. Pese a que la mayoría de los expertos insisten en que aún no hay motivos para dejarse llevar por el pánico, sí encuentran al menos inquietante el hecho de que de las cincuenta mutaciones que se han identificado de esta variante, más de treinta de ellas estén en la proteína de la espícula (una parte del virus crucial para el funcionamiento de las vacunas ARNm). Cuando la comunidad científica encuentra una nueva variante de virus, se preocupa por tres riesgos: que sea más contagiosa, que sea más mortal o que sea más resistente a las vacunas que ya tenemos. Con lo que sabemos de ómicron, los resultados preliminares indican que estas mutaciones presentan estas tres características.

No obstante, esta variante también ha puesto de relieve una serie de características que constituyen las relaciones entre el Norte y el Sur global, o más concretamente, las de Europa, Norteamérica y Australia con África, el sudeste asiático y otros países en vías de desarrollo. 

En primer lugar, las causas de ómicron demuestran la miopía del Norte global, puesto que la comunidad científica llevaba meses alertando sobre el hecho de que o hacíamos un esfuerzo por llevar las vacunas a todos los rincones del mundo, o no iban a dejar de aparecer nuevas variantes en el Sur global que acabarían por afectarnos. Pese a ello, los gobiernos occidentales convirtieron COVAX (el Fondo de Acceso Global para Vacunas, por sus siglas en inglés), que tenía que ser una respuesta multilateral a la crisis sanitaria, en una suerte de coordinadora de caridad. Y esos mismos gobiernos, influidos por grupos de presión de grandes farmacéuticas, se han opuesto también a las exenciones de propiedad intelectual que podría facilitar el acceso a las vacunas.

En conversación con la revista académica Nature, Peter Singer (asesor especial del director de la OMS) afirmaba que “la caridad no está mal, pero no podemos depender solo de ella”. Decidido a saber qué podían hacer nuestros gobiernos para ir más allá de la caridad, decidí hablar con él. Pese a que algunos periodistas han señalado que el problema principal es uno de demanda (es decir, que no hay suficiente gente deseando ser vacunada en países del Sur global), la lectura de Singer es la contraria: “el principal obstáculo es la oferta: no hay suficientes vacunas para los países de ingresos bajos y medios”. ¿Y qué podemos hacer para facilitarla? El primer paso, sin duda, es renegociar los llamados TRIPS (Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, por sus siglas en inglés), con los que la Organización Mundial del Comercio gestiona la propiedad intelectual, para permitir la exención de patentes médicas relacionadas con la covid-19. A través de esta exención, países fuera del Norte global podrían fabricar sus propias vacunas. “Si no en medio de una crisis de una vez en un siglo, donde hay escasez de suministro de vacunas, donde mueren decenas de miles de personas cada semana, si no ahora, ¿cuándo?”, apunta Singer. 

Asimismo, hay obstáculos que se deben a problemas estructurales. Como indicaba un informe de la ONG CARE, donar vacunas no es suficiente puesto que por cada euro que los países desarrollados invierten en las mismas, serían necesarios cinco para poder distribuirlas correctamente. Stephen Paduano, investigador en la London School of Economics, me explicaba que «la gran crisis que la gente espera no es una escasez de dosis, sino una escasez de jeringas. El problema es que en conjunto existe toda una infraestructura farmacéutica médica que los países de ingresos bajos y medianos no tienen y que nosotros sí tenemos. No podemos simplemente donarlas; es una cuestión de desarrollo y cooperación. No puede donarse capacidad industrial, sino que realmente necesitas trabajar en el desarrollo de esta».

Las consecuencias de ómicron demuestran la incompetencia de muchos de nuestros gobiernos a la hora de decidir ciertas políticas públicas como, por ejemplo, los injustos e ineficaces cierres de fronteras.

Esta falta de infraestructura demuestra la dejadez de los estados occidentales, incapaces en su mayoría de llegar siquiera al objetivo del 0,7% de ayuda al desarrollo que la OCDE se fijó a mediados del siglo pasado. Es, definitivamente, el caso de nuestro país después de que el gobierno del Partido Popular recortara brutalmente su presupuesto. Ómicron —como consecuencia de una desidia estructural— pone de manifiesto tres características del comportamiento de los países del Norte global: irresponsabilidad, puesto que el infradesarrollo es en gran medida consecuencia de relaciones extremadamente desiguales tanto coloniales como más recientes, inmoralidad, debido a que se está dejando de brindar un apoyo que es relativamente fácil de proporcionar y que salvaría decenas de miles de vidas, y estupidez, ya que este egoísmo tendrá como resultado la aparición de más epidemias, conflictos armados o crisis migratorias que acabarán por afectarnos de una manera u otra.

Finalmente, las consecuencias de ómicron también demuestran la incompetencia de muchos de nuestros gobiernos a la hora de decidir ciertas políticas públicas como, por ejemplo, los injustos e ineficaces cierres de fronteras. Sudáfrica no solo identificó ómicron, fue extremadamente en notificar la variante a otros laboratorios, lo que permitió comenzar su investigación. Ahora ha sido castigada con la exclusión de la tráfico internacional, pese a que haber identificado el virus en un país no implica que haya emergido ahí, y pese a la insistencia de numerosos expertos de la poca utilidad de este tipo de medidas.

Además, no han sido pocos medios los que han tratado de señalar a los extranjeros africanos como portadores de esta variante. Como ya sucedió con personas asiáticas en la primera ola del virus, hemos visto algunos medios estigmatizar a personas migrantes, como sucedió recientemente con una desafortunada viñeta. Ómicron nos demuestra cómo una de las primeras reacciones que tenemos como sociedad es construir un «otro» peligroso, del cual nos tenemos que proteger. Ante estas tentaciones, tenemos que rechazar cualquier respuesta basada en la xenofobia, tanto en forma de política pública como de discurso periodístico.

En conclusión, ómicron pone de manifiesto una serie de relaciones verticales entre el Norte y el Sur global, tanto recientes (con relación a la covid-19) como de longue dureé (coloniales y poscoloniales). Debemos actuar con rapidez a través de exenciones de las patentes que se necesitan para luchar contra esta epidemia, pero también con políticas de cooperación al desarrollo más ambiciosas que permitan generar un tejido farmacéutico autosuficiente. 

 Por justicia y por interés, ante las tentaciones nacionalistas, hemos de ofrecer soluciones basadas en la solidaridad. En palabras de Singer, «la inequidad de las vacunas genera variantes como la ómicron. Y si tenemos este nivel de inequidad, seguiremos teniendo variantes. Pi —la siguiente letra del alfabeto griego— está de camino, pero podemos evitarla. Ómicron fue un evento predecible». Aprendamos la lección y evitemos la siguiente.

Ómicron ya circula en nuestro país. Esta es la quinta «variante preocupante» de la covid-19. Pese a que la mayoría de los expertos insisten en que aún no hay motivos para dejarse llevar por el pánico, sí encuentran al menos inquietante el hecho de que de las cincuenta mutaciones que se han identificado de esta variante, más de treinta de ellas estén en la proteína de la espícula (una parte del virus crucial para el funcionamiento de las vacunas ARNm). Cuando la comunidad científica encuentra una nueva variante de virus, se preocupa por tres riesgos: que sea más contagiosa, que sea más mortal o que sea más resistente a las vacunas que ya tenemos. Con lo que sabemos de ómicron, los resultados preliminares indican que estas mutaciones presentan estas tres características.

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