El efecto flou (pronúnciese flu) es muy conocido en fotografía. Consiste en forzar un desenfoque de una imagen con el fin de darle un toque artístico y estético. Al fondo, se puede observar la imagen real, pero al aparecer borrosa no terminan de apreciarse los detalles precisos y nítidos. Como recurso expresivo, se ha utilizado también en la publicidad, el cine, la pintura y en la literatura. Ahora, vemos también su uso cotidiano en el discurso político sobre el conflicto catalán.
Los medios españolistas más radicalizados suelen abordar la cuestión desde una perspectiva directa, en ocasiones demasiado burda y maniquea, sin matiz alguno. Sin embargo, de manera cotidiana, cuando escuchamos a los principales líderes del independentismo tenemos la sensación de que lo que cuentan no es falso, pero no refleja la realidad con suficiente precisión y nitidez.
Un caso paradigmático al respecto lo vivimos hace unos días con la difusión de los mensajes enviados por Carles Puigdemont a su exconceller Toni Comín. Los textos eran de una claridad meridiana. No se podía decir más en tan pocas líneas. Los implicados no ocultaron la veracidad de la comunicación hecha pública con la exclusiva de El Programa de Ana Rosa, tras el vano intento del abogado Gonzalo Boye de explicar en televisión que la conversación de Comín era con un amigo también llamado Carles, pero que no era el expresident. La reacción inmediata de buena parte de los portavoces del independentismo fue la de aplicar un efecto flou. Es decir, difuminar el hecho en sí, centrando la discusión en la licitud de la obtención del pantallazo. La realidad, los mensajes, quedaba como fondo vagamente desdibujada. Al día siguiente, todo se atribuyó a un leve momento de bajón anímico de Puigdemont y borrón y cuenta nueva.
Subsiste una disonancia entre los hechos y las declaraciones que se realizan cada día. Uno de los casos más llamativos de aplicación del efecto flou tiene como centro el delicado asunto de los presos. Los hechos están escritos negro sobre blanco en el Tribunal Supremo. Varios líderes del independentismo permanecen en prisión preventiva acusados de diversos delitos claramente especificados: malversación, prevaricación, desobediencia, sedición y rebelión. Hay una abierta polémica respecto a la adecuación de la prisión preventiva a los cuatro encausados que aún permanecen en la cárcel. Hasta aquí la realidad.
Ahora llega el desenfoque. Los acusados han manifestado ante el juez Llarena su aceptación del marco constitucional con el compromiso de no volver a reincidir en los delitos de los que se les acusa. Siempre que se pregunta a los seguidores independentistas sobre estas afirmaciones, reiteran que entienden que digan lo que sea necesario con tal de salir en libertad. Es decir, dejan entrever que en realidad no lo creen, sino que es una simple estrategia de defensa, pero que no renuncian a mantener los hechos que han desencadenado su prisión. Más adelante, esgrimen que es injustificable e inaceptable que el juez Llarena los mantenga entre rejas ya que han acatado el orden constitucional. La dura realidad es que siguen presos cuatro hombres aún no juzgados. Muchas de las declaraciones a su alrededor son puro efecto flou. No siempre se entiende bien lo que se quiere defender cuando se aborda la cuestión.
En este contexto, la justicia acaba por imponer la verdad legal y contundente que choca con el difuso discurso de la política cotidiana. Una verdad que está basada en las leyes aprobadas por los políticos. Se entiende que algunos portavoces se quejen de la “judicialización de la política”. En términos de lenguaje, así no hay manera de hacer un discurso adaptado a cada necesidad. El discurso político, bajo el efecto flou, se desenvuelve con soltura en el territorio de la indefinición, la incertidumbre y el relativismo.
El argumento más repetido últimamente entre los líderes independentistas se puede resumir en la siguiente afirmación: “El pueblo ha elegido a Puigdemont como candidato a president y no vamos a renunciar”. En enero de 2016, Artur Mas renunció a la investidura pese a haber sido el candidato previsto si Junts pel Sí ganaba las elecciones, como así fue. Renunció tras el veto impuesto por la CUP. Este hecho propició que Carles Puigdemont llegara a la Generalitat como tapado inesperado. Ahora es el Tribunal Supremo el que impone el veto a Puigdemont mientras siga siendo un fugado de la justicia. Pero esta vez la renuncia parece ser inaceptable.
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Estos días vivimos a la espera de que entre Junts per Catalunya, ERC y la CUP encuentren la fórmula para solventar la aparente imposibilidad legal de investir a Puigdemont. La pasada semana, Roger Torrent, president del Parlament, compareció por sorpresa la mañana de la anunciada investidura para hacer pública su decisión de aplazar la sesión. Lo más curioso de su intervención fue el contundente, firme y solemne tono con el que inició su discurso. Según empezó a hablar, era evidente que no iba a desobedecer al juez Llarena. A medida que el procès ha empezado a chocar con la justicia suele cumplirse un peculiar protocolo. Cuando se va a anunciar algo que supone aceptar el orden constitucional va siempre antecedido de una introducción que suena casi revolucionaria, apocalíptica y antisistema. Por el contrario, cuando se va a llevar adelante un paso que supera la línea de la ley, el tono se rebaja de forma considerable y se recurre a la ambigüedad como coraza. Así ocurrió con la famosa declaración de la república que aún hoy en día seguimos sin saber si sucedió o simplemente se trató de una declaración con efecto flou.
Da la sensación de que Puigdemont necesita mantener a toda costa la escenificación de un grave conflicto acompañado de cierta agitación social y de una presión internacional que aboque al Gobierno español a una negociación final que cumpla sus objetivos y paralice la amenaza de la persecución de la justicia. Para ello, Puigdemont necesita ser el principal referente, estar en el foco, ser el principal interlocutor. Le es indispensable ser investido de alguna manera. Su ideal sería poder ser el president en el exilio o convertirse en un president elegido e inhabilitado a la fuerza. Ser president como sea, durante al menos un instante y aunque fuera de forma simbólica. Busca una presidencia con efecto flou.
Da la sensación de que el conflicto catalán tiene una vía de solución: guardar las apariencias. Al igual que ocurría en las familias tradicionales de bien, cuando algún hijo se desmandaba el disgusto era inevitable, pero todo se amortiguaba si la situación no se conocía en el entorno cercano. El mensaje era claro: que nadie se entere de la verdad y sigan creyendo que somos una familia decente. Esa familia cuyo retrato preside el salón de casa. Una fotografía emblemática, especialmente estética gracias a la aplicación de un delicado efecto flou.
El efecto flou (pronúnciese flu) es muy conocido en fotografía. Consiste en forzar un desenfoque de una imagen con el fin de darle un toque artístico y estético. Al fondo, se puede observar la imagen real, pero al aparecer borrosa no terminan de apreciarse los detalles precisos y nítidos. Como recurso expresivo, se ha utilizado también en la publicidad, el cine, la pintura y en la literatura. Ahora, vemos también su uso cotidiano en el discurso político sobre el conflicto catalán.