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El poder y las témporas

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Esta semana vuelvo a tener la impresión de que el ejercicio del poder aísla tanto que termina privando a los poderosos de la percepción de la realidad. Esta pérdida de juicio se observa con claridad meridiana si uno se sienta a contemplar con cierta atención los movimientos que los gobiernos y los partidos que les apoyan –o que dependen de ellos, según el momento- realizan cuando en el horizonte se atisba ya el tiempo electoral. Todos se ponen nerviosos, pero los que gobiernan suelen acercarse a la histeria, sobre todo si corren tiempos difíciles y está en riesgo real la pérdida parcial o total de poder con el consiguiente descalabro político y sus gravísimas consecuencias de empleo y privilegios para las legiones de cargodependientes que soportan las administraciones públicas.

La última manifestación de inquietud y desasosiego ha estallado con la marcha del fiscal general del Estado, el señor Torres-Dulce. Tanto él, como el PP, como el Gobierno, saben muy bien que no hay razones “personales” en esa forzada dimisión, pero se empeñan en ignorar la realidad de un país más adulto del que creen administrar y machacan una y otra vez con esa explicación que irrita a la razón y dice muy poco del respeto que tienen a la ciudadanía.

Aceptar como si tal cosa que hay razones “personales” en la marcha del fiscal en un momento en que hay tanto pendiente en el ámbito judicial es asumir que el señor Torres-Dulce es un perfecto irresponsable o que en su vida se ha producido algún acontecimiento de tan enorme dimensión que anula cualquier otro tipo de consideraciones profesionales. Y no parece que se de ninguna de las dos circunstancias.

Pero ahí siguen, tratando de evitar lo inevitable, que es que la ciudadanía piense que el señor fiscal se va harto de que le hagan la cama o le obliguen a hacerla al estilo que le interesa al Gobierno. Es tan creíble lo de las razones personales de Torres-Dulce como la búsqueda de pluralismo con el nombramiento de José Antonio Sánchez al frente de RTVE.

Estamos otra vez ante la expresión de falta de respeto fruto de ese aislamiento del poder que se traduce en una absoluta convicción en la verdad de lo propio sobre cualquier criterio ajeno y la seguridad de poder vender a los ciudadanos cualquier mensaje por increíble o pintoresco que resulte. Es lo que tiene confundir poder con omnipotencia o culo con témporas…que viene a ser lo mismo.

Pretender que el control de la Justicia y las operaciones de propaganda se van a poder hacer hoy y en España sin que el público se de cuenta y actúe en consecuencia es tener una escasísima visión de la realidad, y un inexistente respeto por la ciudadanía.

Esa misma que cualquier día les sorprende respondiendo a su desconsideración con la propuesta de un nuevo diccionario de uso del español para políticos en el que se modifiquen algunos significados de palabras de uso corriente como “personal”, “transparencia” o “liderazgo” por ejemplo.

Así, “asunto personal” sería cuestión relacionada con la actividad pública que ha de mantenerse en secreto; o “transparencia”, acción de mostrar sólo lo que no tiene importancia mientras lo sustancial permanece oculto; “liderazgo” algo así como cualidad del mandatario elevado por otros mantandarios, cuando ordena y manda sobre un grupo independientemente de sus capacidades; “entrega” podría ser el acto de intercambiar favores por compensaciones económicas… Por poner sólo algunos ejemplos, que bien podrían completarse con otros términos, ideas o palabras que ustedes mismos puedan tener en mente ahora.

Quizá entonces se dieran cuenta de la nada sutil diferencia entre el ejercicio del poder y la responsabilidad de gobernar.

Esta semana vuelvo a tener la impresión de que el ejercicio del poder aísla tanto que termina privando a los poderosos de la percepción de la realidad. Esta pérdida de juicio se observa con claridad meridiana si uno se sienta a contemplar con cierta atención los movimientos que los gobiernos y los partidos que les apoyan –o que dependen de ellos, según el momento- realizan cuando en el horizonte se atisba ya el tiempo electoral. Todos se ponen nerviosos, pero los que gobiernan suelen acercarse a la histeria, sobre todo si corren tiempos difíciles y está en riesgo real la pérdida parcial o total de poder con el consiguiente descalabro político y sus gravísimas consecuencias de empleo y privilegios para las legiones de cargodependientes que soportan las administraciones públicas.

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