Tiempo de estorninos, cabreados y cómicos

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Compartí mesa redonda el otro día con la responsable de Asuntos Públicos de Google en España, quien nos ofreció en un bellísimo vídeo una metáfora del funcionamiento actual de la opinión pública. La gente se comporta hoy, en esta nuestra era de información hiperacelerada, como estorninos en bandada: por miles en una dirección y de pronto en la contraria, en una sincronía colectiva sorprendente.

Ayer pusimos la atención en el tifón filipino, hoy prácticamente olvidado. Nos ocupa esta semana esa Ley mordaza que el Gobierno español prepara. Nos olvidaremos de denunciar el despropósito en cuanto nos cansemos de clamar en el desierto un par de días. Anteayer parecía que lográbamos torcer el brazo a los bancos gracias a la presión de unos cuantos comprometidos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, pero no estamos hoy seguros de haber ganado la guerra; ni siquiera batalla que merezca reseñarse.

Nosotros mismos nos autodenominamos mareas: blanca o verde. Mareas que por definición van y vienen. Nos creemos movilizados porque le damos al click en esas plataformas-negocio como change.org, invento cool para el sofactivismo: el activismo rápido y fácil de sofá, en el que vale lo mismo la causa en defensa del cartel de Tío Pepe en la Puerta del Sol de Madrid, que el derecho a conducir de las mujeres árabes o el cambio climático global. Aunque el concepto fuera inventado hace décadas, nos encanta hablar de esos “memes” que nacen, se reproducen por internet y mueren en horas. Tenemos auténtico déficit social de atención. Estamos tentados de hacer política al ritmo de trending topics: como los mismísimos estorninos.

En Estados Unidos Obama sufre estos días (y lo nota en su menguante índice de aprobación) por el pésimo funcionamiento de la web que el Gobierno había preparado para el lanzamiento del Obamacare, su famoso programa de reformas en el sistema de salud, y también por la negativa de las compañías de seguros a mantener la prima a muchos ciudadanos en las nuevas condiciones fijadas por el Gobierno federal. El personal se impacienta y disgusta esa parsimonia y frialdad tan característica del presidente. Los americanos quieren una solución y la quieren ya.

Dos perfiles políticos que parecen encontrar el ambiente adecuado para llamar la dispersa atención de una ciudadanía en movimiento espasmódico. Los cabreados y los cómicos. Frente al flemático Obama, del lado republicano surge Chris Christie: el corpulento e impulsivo gobernador de Nueva Jersey, que podría ser candidato conservador a la Presidencia. Del lado demócrata, la también pasional y muy pasional Liz Warren, que podría competir con Hillary por la candidatura progresista. Si algo caracteriza a ambos es ese perfil “enfadado”, parecido aquí en España al de Rosa Díez o al de Oriol Junqueras o al del alcade de Marinaleda, salvando las diferencias entre todos ellos. Señores y señoras que se indignan con facilidad y que reciben por ello el reconocimiento del público, o al menos su fugaz atención.

Buenos tiempos también para los cómicos. Esos otros políticos “alternativos” que hacen uso del humor para llamar la atención, sin que por ello renuncien a cierta sustancia política en sus planteamientos. Beppe Grillo (¿qué fue de él, por cierto?), o el británico Russell Brand, que estos días parece la voz más autorizada para hablar de sistemas políticos, aunque él mismo confiesa que nunca votó. Si el Gran Wyoming o Buenafuente se animaran, probablemente no tendrían mala acogida como políticos de nuevo cuño. Definitivamente son más divertidos y más ácidos en la crítica que la inane oposición parlamentaria actual.

Compartí mesa redonda el otro día con la responsable de Asuntos Públicos de Google en España, quien nos ofreció en un bellísimo vídeo una metáfora del funcionamiento actual de la opinión pública. La gente se comporta hoy, en esta nuestra era de información hiperacelerada, como estorninos en bandada: por miles en una dirección y de pronto en la contraria, en una sincronía colectiva sorprendente.

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