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Maldita la hora

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El buen hipocondríaco sabe que la vida es un deporte de riesgo. Y si en algún momento se le olvida, ahí está Internet para recordárselo. No me refiero a esa costumbre habitual del hipocondríaco de, ante cualquier mínima dolencia, acudir a la red en busca de un posible diagnóstico que casi siempre se corresponde con un popurrí de patologías que suelen transitar desde la molestia sin importancia hasta la extrema gravedad. No se conoce el caso en Internet de que un síntoma, por muy insignificante que sea, no pueda convertirse, a poco que uno se descuide, en una enfermedad casi mortal. De tal forma que un simple padrastro al que no se le preste la debida atención puede acabar en amputación de la mano a la altura del hombro.

Pero no hace falta que sea uno el que acuda en busca de información mortificante, lo mejor de Internet es que –como los buenos oráculos–, además de ofrecer respuesta a aquello que preguntas, te obliga a convivir con la posibilidad de enfrentarte a lo que prefieres ignorar. Gracias a Internet, por ejemplo, puede uno enterarse de que el anhelado cambio de hora que prolonga la luz de las tardes primaverales e invita a imaginar ya próximo el estío puede convertirse en una seria amenaza para la salud. La transición al horario de verano provoca infartos y accidentes cerebrovasculares. No lo dice un periódico amarillista, ni es el reclamo de algún medio sin escrúpulos a la hora de conseguir clics, lo afirma un artículo de la edición electrónica de una revista científica. Por su aspecto y contenido parece ser una publicación seria, de hecho la información está incluida en una sección dedicada, precisamente, a distinguir la ciencia de la pseudociencia.

Se trata de una revista inglesa, y en el artículo se señalan las ventajas que tiene el adelanto de esa hora, como el consecuente ahorro energético o permitir a los habitantes del Reino Unido disfrutar de un mayor número de horas de sol, tan escasas por esos lares. El mundo es un juego perfecto de pequeñas venganzas, y así en pago a nuestro obligado esfuerzo por aprender inglés, los ingleses tienen la penitencia de venir a España si quieren disfrutar sin cortapisas del sol que les ofrecemos, con esa generosidad tan española para lo que no es nuestro o se paga con dinero público.

De la verosimilitud de esa alarmante afirmación sobre las consecuencias negativas del cambio horario para la salud da fe, según cuenta el artículo, un estudio realizado entre marzo de 2010 y septiembre de 2013 en los hospitales del estado norteamericano de Michigan y que viene a concluir que tras el adelanto de una hora en primavera hay un incremento coyuntural de los infartos de miocardio. El propio informe, al que el buen hipocondríaco tiene el deber de acudir, advierte, eso sí, que el hallazgo podría ser extrapolable a nivel nacional, aunque no ha sido verificado en una población más amplia. Para el buen hipocondríaco, que vive una cierta bipolaridad del autoengaño, que el estudio sólo se haya realizado en Michigan es una buena noticia que podría tranquilizarle si no fuera porque resulta preocupante que detrás del informe estén tres prestigiosos doctores de la Universidad de Michigan y  la base de datos médicos de The Blue Cross Blue Shield of Michigan Cardiovascular Consortium Percutaneus Coronary Intervention Quality Improvement Initiative, una organización de la que jamás ha oído hablar pero a la que, con ese nombre, es imposible no otorgarle la mayor fiabilidad. Como buen gourmet de las aprensiones, sabe que todo lo que se diga en nombre de una institución como The Blue Cross Blue Shield of Michigan Cardiovascular Consortium Percutaneus Coronary Intervention Quality Improvement Initiative merece, de entrada, un preocupado respeto. De hecho, ni siquiera hace falta que sean unos doctores los que la representen, tratándose de The Blue Cross Blue Shield of Michigan Cardiovascular Consortium Percutaneus Coronary Intervention Quality Improvement Initiative, bastaría con que el conserje le dijera que tiene mala cara para que el buen hipocondríaco corriera a hacerse un chequeo.

Los datos hablan por sí solos: aunque no hay diferencias en el total de casos semanales, el lunes siguiente al cambio de hora de verano está asociado con un aumento del 24% en los conteos diarios de infartos de miocardio agudos. Como pueden ver, las malas noticias nunca vienen solas: ya es molesto sufrir un infarto; imaginen que, además, te da precisamente el lunes que has dormido una hora menos. Que puedes olvidarte de recuperar en la UCI, porque debe de ser imposible dormir con ese bip-bip constante con el que para recordarte que sigues vivo te hacen imposible el descanso. Una de las mayores incoherencias médicas es que lo primero que le receten al infartado no sean unos tapones para los oídos.

Pero el infarto no es el único mal que trae aparejado el cambio al horario de verano. Volviendo al artículo matriz, este también cita un estudio finlandés que, sin establecer una relación directa, sí observa un aumento del riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular tras la ruptura que para el ritmo biológico supone el nuevo horario. Otro motivo de preocupación para el buen hipocondríaco, no sólo por lo atemorizador del titular sino también por la fiabilidad que concede a la investigación, es su origen geográfico. Como digo, el estudio es finlandés. No chipriota o checheno, finlandés. Y está firmado, entre otros, por el doctor Jori Ruuskanen, quien al final del mismo declara –en un detalle de honestidad y transparencia típicamente finlandesas– que ha recibido compensaciones personales por actividades con la farmacéutica Roche. ¿Puede alguien dudar de un hombre así? La respuesta es no. Jori Ruuskanen se presenta a las primarias del PSOE y le vota hasta Pablo Iglesias.

Pero la prueba definitiva de que tras la aparente bondad de una medida como el cambio horario se esconde el mal en estado puro es que otro estudio publicado en la revista estadounidense Psychological Science concluye, tras una comparativa de los datos de archivo de los tribunales federales de ese país, que, debido a la falta de sueño, los jueces norteamericanos tienden a sentenciar a los acusados con condenas más largas el día después de cambiar al horario de verano.

Es imposible para el buen hipocondríaco, que tiene una natural tendencia a la acumulación de perspectivas dramáticas, no imaginar que el lunes siguiente al cambio de hora se le junta todo: un infarto, con complicación cerebrovascular justo cuando tienen que juzgarle en Wisconsin. En previsión de la escena, sólo cabe acudir a Google y escribir en la ventana de búsqueda: “Mejor seguro médico en el corredor de la muerte”.

El buen hipocondríaco sabe que la vida es un deporte de riesgo. Y si en algún momento se le olvida, ahí está Internet para recordárselo. No me refiero a esa costumbre habitual del hipocondríaco de, ante cualquier mínima dolencia, acudir a la red en busca de un posible diagnóstico que casi siempre se corresponde con un popurrí de patologías que suelen transitar desde la molestia sin importancia hasta la extrema gravedad. No se conoce el caso en Internet de que un síntoma, por muy insignificante que sea, no pueda convertirse, a poco que uno se descuide, en una enfermedad casi mortal. De tal forma que un simple padrastro al que no se le preste la debida atención puede acabar en amputación de la mano a la altura del hombro.

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