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Preguntas trampa

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Seguramente recuerdan ustedes a Kimbo, ese mono malcriado con el que convivo y que suplantó mi personalidad en estas páginas, creándome serios quebraderos de cabeza durante las dos últimas semanas. Pues bien, siento comunicarles que el martes sufrió un terrible accidente: lo atropelló el tramabúsramabús. El suceso tuvo lugar horas después de que le leyera los durísimos comentarios que sobre él –con toda legitimidad- habían hecho algunos de los socios de infoLibre. Le afectaron tanto que no descarto el intento de suicidio. Puedo imaginarlos, estimados lectores, sinceramente consternados, preguntándose qué parte de responsabilidad tienen en este asunto y deseosos de hacer públicas sus disculpas. No hace falta. En mi nombre y en el de Kimbo están todos ustedes perdonados. Aquí no ha pasado nada.

No me gustaría que este asunto se politizase. Quiero eximir de toda culpa al tramabús y agradecer a sus ocupantes su sincera preocupación por Kimbo tras el atropello. Especialmente a aquellos que se ofrecieron voluntarios a hacerle un torniquete, que finalmente no llegó a practicársele porque Kimbo, nervioso e impaciente, se negó a esperar el final de la asamblea en la que se estaba decidiendo si la medida procedía.

En estos momentos Kimbo se encuentra estable. Está en la UCI del Ruber Internacional porque, en consonancia con su espíritu elitista, no quiso ser ingresado en ningún otro centro hospitalario.

Pero yo quería hablarles de otro asunto. Estamos viviendo una semana convulsa, dominada en sus espasmos informativos por la corrupción política –el tramabús, la citación de Rajoy como testigo, la detención de Ignacio González–, que ha conseguido eclipsar otra noticia que a mi juicio tiene gran interés y que afecta a otro tipo de corrupción: la de los cuerpos.

El Gobierno no dispone de protocolos específicos con que afrontar un hipotético apocalipsis zombi. Como seguramente sabrán esa es la respuesta que ha recibido el senador por Compromís Carles Mulet a la pregunta “¿Qué protocolos tiene adoptados el Gobierno ante la posibilidad de un apocalipsis zombi?”, que, como una astuta celada, dirigió al Gobierno el pasado mes de febrero para criticar la “poca calidad” que, según él, tenían las respuestas del Ejecutivo ante cuestiones “muy concretas que se le planteaban”.

El Gobierno, que, según Mulet, sabe “que esta respuesta va a ser posiblemente leída por mucha gente, ha mostrado un esmero y dedicación que no suele ser habitual con preguntas de interés". Es verdad también que, como el propio Mulet explica tras presentar un recurso de disconformidad con la respuesta, se ha evitado contestar a la primera parte de la pregunta y para Mulet la más importante: la que hacía referencia, en sus propias palabras, “a la mala calidad o burla en las respuestas a preguntas escritas”, intentando averiguar si se trataba “de un problema de comprensión, atención o de interés en la temática".

Siento disentir cordialmente del señor Mulet. Si el Gobierno se hubiera esmerado en la contestación habría podido dar más detalles, tal como hizo ante una pregunta similar el Ayuntamiento de Bristol: un alto funcionario elaboró un documento interno de carácter secreto que establecía la estrategia a seguir ante una “pandemia de zombis” y que incluía un código en forma de palabras clave para advertir en los medios de comunicación de que el ataque había comenzado, así como instrucciones sobre cómo matar a los zombis. No contento con eso, bajo el epígrafe Implicaciones en la contratación pública, se afirmaba en el documento que se procedería a comprar equipos adecuados para atacar a los muertos vivientes siempre que la “política de compras” del consistorio lo hiciera posible. Además, se advertía a los trabajadores municipales que en la intranet estaba disponible “un catálogo de equipamiento de serie: puños, pistolas paralizantes, trajes de protección, etc.”.

Por su parte, el Gobierno español se limita en su respuesta a detallar las distintas acepciones que las palabras “apocalipsis” y “zombi” tienen según el diccionario de la RAE y que expondré de manera resumida. Por un lado, por “apocalipsis” puede entenderse una “situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total”. Por el otro, un “zombi” es “una persona que se supone muerta y reanimada por arte de brujería con el fin de dominar su voluntad”. Así las cosas, ante un hipotético “apocalipsis zombi”, el Ejecutivo afirma no haber adoptado “ningún protocolo específico […] dada la dudosa probabilidad de que se produzca semejante circunstancia bajo tales premisas”.

Es decir, el Gobierno –atinadamente– no cree que los muertos puedan volver a la vida. O dicho de otro modo: el Gobierno no cree en la resurrección, que es, básicamente, el sustento fundamental de la religión católica. La segunda afirmación es mía pero no se trata de un silogismo tramposo. ¿Cuál sería la diferencia entre un resucitado y un zombi? ¿El que, atendiendo al diccionario, en el caso del resucitado el motivo de la reanimación no sería necesariamente el dominio de su voluntad? No se sostiene como matiz diferenciador. Tanto Jesús como el resto de su familia eran bastante proclives a insistir en que siguiéramos a rajatabla sus instrucciones. De no haber sido así, bien hubiera podido Dios llamar a los “Diez Mandamientos” las “Diez Recomendaciones”. Claro que “Diez Mandamientos” suena a obligación ineludible para los cristianos mientras que “Diez recomendaciones” suena a menú degustación. En cuyo caso, la única relación con el cristianismo es que también van a clavar a alguien. Tampoco es lo mismo “No robarás” que “Recomendamos no robar”. Imaginen si lo de no robar, en lugar de un mandato inexorable, fuera sólo una recomendación cómo estaría ahora la Comunidad de Madrid.

Habrá quien abunde en la cuestión semántica y arguya que, en contraste con la reanimación zombi, la resurrección no se consigue por medio de la brujería. Hombre, lo de Lázaro no se hizo precisamente con un desfibrilador. Según el mismo diccionario que sirve al Gobierno para argumentar sus afirmaciones, la cuarta acepción del vocablo “brujo” define a un “hechicero supuestamente dotado de poderes mágicos en determinadas culturas”. Repasemos el pasaje bíblico de la resurrección de Lázaro para ver en que ámbito encaja mejor, si en el de la magia o en el de la ciencia médica:

"Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»

Puestos a establecer paralelismos, ¿dirían ustedes que la actitud y puesta en escena de Jesús a la hora de devolver a la vida a Lázaro se parece a la de, por poner un ejemplo, el anestesista que, tras concluir la cirugía, nos devuelve a la consciencia o recuerda más al Mago Pop?

Yo estoy convencido de que la resurrección, si se diere, sería lo más parecido a un apocalipsis zombi. El mismo caso de Lázaro puede ilustrarnos. Observen lo que dice Marta sobre cómo huele –Marta, su propia hermana, no Fran Rivera de cuyo fino olfato nada puede extrañarnos–. Añadan al inconveniente del olor el consiguiente malestar que suele ocasionar el llevar cuatro días muerto. Si ya es difícil reponerse de algunas siestas, imaginen después de cuatro días fallecido el mal cuerpo que debe tener uno. Y a eso sumen el que te revivan a gritos y con exigencias. Quién puede dudar de que cuando Jesús pide a Lázaro que ande lo más probable es que, en su fuero interno, el pobre infeliz esté pensando: “¿Ya? ¿Tan pronto? ¿Sin rehabilitación?”. Por no hablar de un detalle que convertiría la prometida resurrección en el peor de los apocalipsis: los incinerados. Esa gente, ¿cómo resucita? ¿Con o sin urna? Si es con urna, por muy resucitado que uno esté, metido ahí, ¿qué le distingue de un cenicero? Y si es sin urna, ¿ha pensado alguien en los resucitados empadronados en Tarifa?

En todo caso, lo que sorprende es que el Gobierno se atreva a descartar tan alegremente la posibilidad de un apocalipsis zombi aludiendo a su condición de terror fabulado e improbable acontecer, teniendo en cuenta que del Ejecutivo forman y han formado parte ministros que no dudan en conceder medallas al mérito policial a vírgenes, encomendarse a la Blanca Paloma para solucionar la falta de empleo o izar a media asta las banderas de los cuarteles por la muerte de alguien sobre cuya verdadera existencia aún discuten los expertos.

No se explica. Salvo que la respuesta del Gobierno a la pregunta de Mulet signifique algo más que un mero trámite en el que ha querido adornarse y suponga el abrazo definitivo del Partido Popular al escepticismo racionalista. Sería una gran noticia, pues gran parte de los posicionamientos políticos de los conservadores en temas tan importantes como la educación, el aborto o la eutanasia, por mencionar sólo algunos, tienen su fundamento en postulados religiosos. Es decir, la cotidianeidad llena de experiencias tangibles supeditada a etéreas convicciones indemostrables. No es un problema exclusivo de nuestro país, ni siquiera lo es del catolicismo. Es la religión y, más allá de ella, esa cómoda y natural tendencia del ser humano a creer antes que a razonar, que ocasiona tantas molestias.

Kimbo es creyente. Mientras escribo estas líneas duerme plácidamente en la habitación del Ruber a donde acaban de trasladarlo tras ser expulsado de la UCI por intentar desconectar el oxígeno a un paciente que roncaba. Es un firme defensor de las teorías creacionistas. Abomina de la evolución, se niega a admitir que viene del mono. Está convencido de que desciende de Adán. Salvo cuando me pide que lo vista de flamenca para bailar a cambio de chucherías en la calle, en cuyo caso afirma proceder de Eva.

Seguramente recuerdan ustedes a Kimbo, ese mono malcriado con el que convivo y que suplantó mi personalidad en estas páginas, creándome serios quebraderos de cabeza durante las dos últimas semanas. Pues bien, siento comunicarles que el martes sufrió un terrible accidente: lo atropelló el tramabúsramabús. El suceso tuvo lugar horas después de que le leyera los durísimos comentarios que sobre él –con toda legitimidad- habían hecho algunos de los socios de infoLibre. Le afectaron tanto que no descarto el intento de suicidio. Puedo imaginarlos, estimados lectores, sinceramente consternados, preguntándose qué parte de responsabilidad tienen en este asunto y deseosos de hacer públicas sus disculpas. No hace falta. En mi nombre y en el de Kimbo están todos ustedes perdonados. Aquí no ha pasado nada.

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