La masacre de Orlando es una de tantas. Nos hemos acostumbrado a que, de manera regular, lleguen a nuestros oídos los ecos de un tiroteo masivo desde el otro lado del charco. O de un niño que abatió a su padre de un disparo. O de un adolescente que se suicida con una pistola. En Estados Unidos cada año mueren decenas de miles de personas por arma de fuego. 6.000 en lo que llevamos de 2016. La Asociación Médica Americana (AMA) clama y acaba de calificar el fenómeno, único en el mundo desarrollado, de crisis de salud pública.
“Con 30.000 hombres, mujeres y niños muriendo cada año frente al cañón de una pistola en colegios, cines, lugares de trabajo, centros religiosos e incluso en directo en la televisión, Estados Unidos se enfrenta a una crisis de salud pública por violencia por arma de fuego”, declaraba ayer Steven Stack, presidente de la AMA. El mismo Obama reconocía tras el tiroteo en una universidad en Oregón en octubre que salir ante los medios a comunicar el pésame se había “convertido en una rutina”.
Aún así las masacres como la del pasado martes en la discoteca gay de Florida son la punta del iceberg. Tan solo suponen el 1% de las muertes por arma de fuego en Estados Unidos. La violencia con arma está integrada en el día a día de la sociedad.
No hay ninguna duda de cuál es el medicamento para esta enfermedad que mata más que los accidentes de tráfico. Cuantas menos armas menos muertes. Cuanto más control sobre la tenencia de armas, menos muertes. Los estados con leyes más restrictivas sobre la tenencia de armas tienden a tener menos propietarios de armas, y por lo tanto menos muertes y heridos por arma, incluidos homicidios, suicidios y accidentes. Los estados que revisan los antecedentes penales antes de vender un arma son los que tienen menos índices de tiroteos. Permitir las armas en los campus tampoco favorece la contención de la epidemia.
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Stack, combativo, ha puesto con frustración sobre la mesa uno de los grandes problemas para frenar el bochorno: “Aunque América se enfrente a una crisis sin igual en ningún otro país desarrollado, el Congreso prohíbe a los CDC (Centros de Control de Enfermedades, el organismo encargado de estudiar y asesorar sobre las enfermedades epidémicas) llevar a cabo una investigación profunda que nos permitirá entender el problema. Un análisis epidemiológico es la clave para que los médicos, los cuerpos de seguridad y la sociedad pueda prevenir los daños, muertes y secuelas provocadas por las armas de fuego”. Los médicos, en su reunión anual, han resuelto presionar al Congreso para que cambie la ley que desde hace 20 años impide al CDC recibir financiación federal para investigar. “Somos la vergüenza del mundo. Otros países nos miran y piensan '¿qué les pasa a los americanos?' Dejadnos contribuir a cambiar las cosas”, reivindicaba el galeno Mike Miller, miembro de la asociación en Wisconsin.
La sociedad americana navega entre los que defienden a capa y espada la tenencia de armas libremente y sin casi control, los que restringirían la tenencia y los que consideran que tener un arma en casa es ser cómplice de las muertes. Sin embargo, no tenemos ni idea de cómo palpita la sociedad naciente. Un cuarto de los adolescentes estadounidenses aseguran que tienen acceso sencillo a un arma de fuego, siente inmensa curiosidad por empuñarla y a su vez la mayoría asegura que le gustaría vivir en una sociedad donde esto no fuera posible. Los niños están más en riesgo de lo que sus padres creen. En recientes estudios, la mayoría de los padres aseguraron que tienen la pistola guardada en un lugar de la casa fuera del alcance de sus hijos y que los infantes lo desconocían. Los niños confesaron conocer el lugar donde sus padres escondían el arma y que alguna vez habían jugado con ella sin que ellos se enteraran.
Mientras Obama capea el Congreso, los científicos piden que les permitan buscar las claves, los ciudadanos continúan con su día a día y el país más incoherente del mundo suma matanza y sigue.
La masacre de Orlando es una de tantas. Nos hemos acostumbrado a que, de manera regular, lleguen a nuestros oídos los ecos de un tiroteo masivo desde el otro lado del charco. O de un niño que abatió a su padre de un disparo. O de un adolescente que se suicida con una pistola. En Estados Unidos cada año mueren decenas de miles de personas por arma de fuego. 6.000 en lo que llevamos de 2016. La Asociación Médica Americana (AMA) clama y acaba de calificar el fenómeno, único en el mundo desarrollado, de crisis de salud pública.