El acuerdo, o por qué ¿lo mejor? es enemigo de lo bueno

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Estamos demasiado acostumbrados al ruido. Y al espectáculo vacío. Tanto, que cuando sindicatos y patronal llegan a un acuerdo para subir entre un 10 y un 12% los salarios en los próximos tres años hay a quien le sabe a poco. “¡Ahí no hay conflicto, más madera!”, proclaman animados por esos medios que creen que todo lo que no sea andar a tortazos no tiene interés informativo. 

También hay quien busca desviar la atención, como el PP, que para no hablar del fondo del asunto (¿le parece bien o mal? ¿tiene alguna alternativa?) saca de nuevo a ETA de la chistera (¡cómo no!) o destaca que en la firma no hay ningún miembro del Gobierno, como si el acuerdo fuera contra el Ejecutivo y no alentado por él. No en vano, seis ministras y ministros asistieron a las concentraciones del Primero de mayo en las que la reivindicación principal fue… el aumento de los salarios. Por cierto: no le hubiera venido nada mal la presencia de la vicepresidenta segunda o alguna de las mujeres que llevan el timón de la política en España a una foto de dos representantes sindicales y dos de la patronal, todos hombres.

En un acuerdo, todos ceden. En un pacto, siempre hay objetivos que no se logran plenamente. Y la inmensa mayoría de los trabajadores han tenido que tragar con una gran pérdida de poder adquisitivo en 2022, cuando los precios subieron un 8,4%. Los salarios lo han hecho en torno a un 3% de media. En 2022 ha sido el poder de compra, no los beneficios y márgenes empresariales, el que ha pagado los platos rotos de una inflación de origen externo que en modo alguno causaron los trabajadores. La patronal también ha cedido, para empezar al aceptar un acuerdo a tres años que no entra en la estrategia de confrontación de los sectores más conservadores, y en elementos como la cláusula de revisión en función de la evolución de la inflación. 

Sí: este pacto lo suscriben formalmente los agentes sociales. Lo hacen en un clima de acuerdo que cuenta con numerosos logros para el diálogo social en los que también ha participado el Gobierno, como la reforma laboral o los ERTE que salvaron el empleo de millones de trabajadores gracias a una enorme e inteligente inversión pública. Preservan así la paz social que brilla por su ausencia en Francia

Está siendo una legislatura para la política, para lo que hace poco parecía imposible: vacunas para una pandemia, control del precio del gas o de la vivienda, revalorización de las pensiones o un enorme volumen de cambios legislativos

Son solo algunos ejemplos de acuerdos entre distintos. Son más habituales de lo que parecen. Esta misma semana, una ley sobre desperdicio alimentario obtendrá en el Congreso un apoyo amplísimo de derecha e izquierda, de partidos grandes y pequeños. Es el caso también del último real decreto ley sobre la sequía, de marzo (que el Gobierno se ha visto en la obligación de complementar porque sigue sin llover), o la nueva norma sobre liquidaciones fiscales, menos conocida, que el Senado aprobó este miércoles con 248 votos a favor, tres “noes” y una abstención. Algo parecido ocurrió con la ley de Ciencia, o la conocida como Ley Rhodes de protección de la infancia contra la violencia, con casi 297 síes en el Congreso (que tiene 349 diputados) y sólo el desmarque de la ultraderecha. Según un artículo reciente de Maldita, el PP ha votado a favor de más de la mitad de los decretos del Gobierno de coalición que conforman PSOE y Unidas Podemos. 

Ha sido una legislatura complicadísima, de las más complejas en décadas. Mejor dicho: lo está siendo, con permiso de todas esas encuestas que desde hace meses insisten en darla por muerta y proclamar el resultado de las elecciones generales antes aún de que se convoquen a final de año. Pero también está siendo una legislatura para la política, para lo que hace poco parecía imposible: vacunas para una pandemia, control del precio del gas o de la vivienda, revalorización de las pensiones o un enorme volumen de cambios legislativos. Todo ello pese a los dogmas neoliberales, de capa caída.

El acuerdo de los salarios es un recordatorio del valor intrínseco que tiene un pacto entre distintos (a eso llamamos sociedad), de que en la política los adversarios no tienen por qué ser enemigos, de que los pactos no tienen por qué ser traiciones y de que, como diría Albert Camus, “hay en los hombres [y mujeres] más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Estamos demasiado acostumbrados al ruido. Y al espectáculo vacío. Tanto, que cuando sindicatos y patronal llegan a un acuerdo para subir entre un 10 y un 12% los salarios en los próximos tres años hay a quien le sabe a poco. “¡Ahí no hay conflicto, más madera!”, proclaman animados por esos medios que creen que todo lo que no sea andar a tortazos no tiene interés informativo. 

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