La derecha, el Congreso y la fábrica de salchichas: siete conclusiones

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Nervios, traiciones, supuestos sabotajes, sensación de extrema gravedad y acusaciones grandilocuentes. Hay veces en las que lo que ocurre en el Congreso parece un reality televisivo de los que despiertan nuestros más bajos instintos y también cierto pudorcito, cuando no directamente vergüenza ajena. Se presta a ser contado como un programa del corazón o un partido de fútbol (y eso, créeme, da audiencia), pero algunos medios decidimos no hacerlo así. Conviene no banalizar con la política y la democracia. Nos jugamos demasiado.

Las votaciones parlamentarias no tienen nada que ver con las de Eurovisión, aunque en ambas se vote y ambas desaten a su manera muchas pasiones. Como prueba, lo sucedido en Lorca o el asalto al Capitolio, del que se acaba de cumplir un año y nos sigue dando escalofríos. Durante años, reclamamos que el Congreso se pareciera a la calle, que representase su diversidad. Hoy cruzamos los dedos porque las calles no se parezcan a algunas escenas de estos días en el Congreso. Pero hay quien insiste en mantener esa mecha encendida. 

“Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no ver cómo se hacen”, reza la cita célebre. Este jueves, vimos hasta qué punto esa carne era de mala calidad. O de peor calidad de la que necesitamos. 

1. Que la votación fuese ajustada es ya lo de menos. En muchas democracias muy asentadas, desde EEUU a los países nórdicos, hay leyes clave que se aprueban por un margen de un solo voto. Se negocia cada apoyo hasta el último momento. El tic-tac del reloj es un elemento más de la negociación (y muy importante). Esa tensión es muy natural y producto, ni más ni menos, del mandato de las urnas, que llevan ya unos cuantos años lanzándonos un grito de diversidad y fragmentación. Los equilibrios son más complejos y requieren pactos más trabajados. Podrá gustarnos más o menos, pero es lo que hay. De nada sirve la nostalgia. 

2. Dos diputados de derecha se han comportado como auténticos mercenarios. Lo digo esforzándome en ser suave. Los dos de UPN mintieron a sus compañeros de partido y a la dirección. Mintieron a los medios de comunicación, ante las cámaras y en privado (los corrillos informales). Mintieron al Gobierno, con el que tenían un pacto. Mintieron a los españoles en el debate parlamentario. Lo que puedan decir ahora Sergio Sayas o Carlos García Adanero para justificarse no vale absolutamente nada. ¿Por qué habríamos de creer sus versiones cuando conocemos sus hechos?

El ataque de convicción repentina que ahora relatan, y que también sintieron como un advenimiento los diputados de Murcia que habían firmado la moción de censura, se explica en la tribuna de oradores o en una rueda de prensa antes de la votación, no después. Como no lo hicieron, como no se trataba de un voto en conciencia sino de adulterar mediante la mentira el resultado de una votación, es inevitable no preguntarse si hay algo que no sabemos. ¿Llegaron a un pacto con Teodoro García Egea o su equipo? La pregunta no tiene de momento respuesta.

3. Un perro se comió los deberes de un diputado del PP y Génova ha decidido convertirlo en una conspiración de Estado. Alberto Casero se equivocó en un sistema que primero te permite votar y luego verificar que lo has hecho bien antes de darle al botón de enviar. En la reforma laboral tenía que votar “no” a la convalidación del decreto y “sí” a que se tramitase como proyecto de ley en caso de que no fuese tumbada. Votó y no, respectivamente. Un error muy humano. También se equivocó en otra iniciativa. Las máquinas no se equivocan así (es de sentido común) y no hay ningún precedente de nada parecido. Sí hay muchos ejemplos de equivocaciones similares, de todos los partidos. Nunca se permite cambiar el voto emitido porque se trata de un acto único. Los que se equivocan desde el escaño tampoco pueden corregirlo, claro. Por eso hay que estar tan atento. 

El mismo PP que celebró con euforia durante unos segundos la derogación de la reforma laboral (apoyada por la CEOE y que mejora los derechos de los trabajadores) reaccionó con rabia cuando se le acabó la fiesta. ¿Pruebas de que ha habido el “atropello democrático” y el “auténtico pucherazo a la soberanía nacional” que denuncia Casado? No, ninguna. ¿Pruebas de que su diputado enfermo (“gastrointeritis”…) votó correctamente? No, ninguna. Pero lo importante para la estrategia no sea que se base en una verdad sino que un número suficiente de personas se trague la mentira. Y estamos en campaña electoral en Castilla y León. Que no se nos olvide. 

No haber medido bien las fuerzas es, de momento, el principal pecado político del Gobierno. El PSOE no se fiaba de los dos diputados de UPN y tenía razón. La geometría variable es una utopía en votaciones de gran calado y muy simbólicas para la coalición

“MERITXEL BATET ESTÁ SECUESTRANDO NUESTRA DEMOCRACIA”, tuitearon las Nuevas Generaciones del PP. Sin que nadie los desautorizara, sin que nadie en Génova ordenase borrar el tuit. Al ser preguntado en alguna emisora de radio, un miembro de la dirección aseguró que aún no había leído el tuit, pero que Batet, mal. Así, en letras mayúsculas (sin respeto siquiera por el nombre de la presidenta del Congreso, que se llama Meritxell, con dos eles), haciendo acusaciones gravísimas sin pruebas, tuiteaba Donald Trump. Ojalá nunca se llegue en España a un asalto institucional como el que sufrió el Capitolio, pero es evidente que hay partidos a los que no les importa recorrer etapas de ese mismo camino. ¿Cuál es la diferencia en el respeto al Congreso (presidenta, letrados, funcionarios) de un supuesto partido de Estado como el PP y la ultraderecha de Vox? ¿Hay algún matiz?

4. Se esfuman las mayorías alternativas a la de la investidura. No haber medido bien las fuerzas es, de momento, el principal pecado político del Gobierno (a años luz de los puntos 2 y 3). El PSOE no se fiaba de los dos de UPN (por eso les preguntaba cada poco para reconfirmar su ) y tenía razón. La geometría variable es una utopía en votaciones de gran calado y muy simbólicas para la coalición. Entre otras cosas, porque Ciudadanos estaba dispuesto a salirse por motivos que nada tenían que ver con los derechos de los trabajadores. 

Evidentemente, el jueves no fue un buen día ni para Félix Bolaños y la parte socialista, que exploró con ahínco la alternativa a la mayoría de la investidura, ni para Yolanda Díaz, que sacó adelante su proyecto estrella sin los socios habituales de la izquierda y gracias a un error del PP. Por ver está si se puede reparar la relación, clave para la estabilidad de lo que queda de legislatura. Como dice Rufián, “no es el fin del mundo”. Coincido. Depende de todos los actores implicados que no haya comenzado el declive de la legislatura. 

5. El voto de ERC poco tiene que ver con la reforma laboral. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Nadie en ERC duda de que hay avances en la legislación laboral. Sólo por eso debieron haber votado a favor o, en todo caso, abstenerse. Las abstenciones están justamente para esto. Cuando no te gusta del todo una ley o crees que podría haber sido mejor, te abstienes para no frustrar los destacados avances que no estás en condiciones de negar. 

En ERC pesaron otras cosas, jugaron a todo o nada y, según Aina Vidal, diputada de los comunes, la cara de Gabriel Rufián cuando pensó que la reforma naufragaba por el “no” de ERC, PNV, PP y Vox, fue de “mármol blanco puro”. “Vieron pasar la vida por delante”, según ella, cuando deberían estar contentos. Pero no. Su negativa era mal negocio si gracias a sus escaños se mantenía el decreto de la mayoría absoluta de Rajoy. Ahí está la prueba de su error, que ahora podría pagar Pere Aragonès en el Parlament. 

Lo mismo, o un poco menos, sucedió con el PNV, pero éste sí quiso negociar y sí comprometió sin éxito su voto a favor, como explica José Enrique Monrosi en este periódico

6. Algo pasa entre Ione Belarra e Irene Montero, por una parte, y Yolanda Díaz, por otra. En teoría, Montero y Belarra apoyan a Yolanda Díaz. Lo dicen públicamente. También Pablo Echenique, nada menos que el portavoz parlamentario del grupo confederal. Sin embargo, en la negociación de la reforma laboral, en la que la líder de su espacio (designada por Pablo Iglesias), se jugaba gran parte de su capital político, se pusieron de perfil. Extremadamente discretas en el debate público y los medios, decidieron no echar el resto. No se les escuchó pedir por tierra, mar y aire a ERC que la apoyase o se abstuviese. No hubo tuits lacerantes o ingeniosos más allá de decir que el PP es malo y que Ciudadanos no les gusta. Trabajo y los comunes llevaron el peso. El resultado, evidentemente, también les concierne. Comparten espacio político, Gobierno y destino electoral. 

7. No nos olvidemos de lo que parece menos importante y es lo más: qué cambia en la vida de la gente. El aumento de los salarios gracias a la fuerza de los convenios sectoriales, el fin de la ultractividad (que permitía rebajas), las restricciones a la temporalidad, a las subcontratas, el refuerzo de la inspección y sanciones o los ERTE, que pasan a ser estables tras salvar a más de tres millones de ciudadanos en lo peor de la pandemia. Todo ello hecho por acuerdo entre los sindicatos mayoritarios y los empresarios, acostumbrados a no acordar casi nada. Es muy fácil distraer la atención. Pero todas estas mejoras son hechos para personas con nombres y apellidos, no relatos, que sí nos fortalecen.

Nervios, traiciones, supuestos sabotajes, sensación de extrema gravedad y acusaciones grandilocuentes. Hay veces en las que lo que ocurre en el Congreso parece un reality televisivo de los que despiertan nuestros más bajos instintos y también cierto pudorcito, cuando no directamente vergüenza ajena. Se presta a ser contado como un programa del corazón o un partido de fútbol (y eso, créeme, da audiencia), pero algunos medios decidimos no hacerlo así. Conviene no banalizar con la política y la democracia. Nos jugamos demasiado.

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