La investidura fallida: ganar o perder… el tiempo

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Si Alberto Núñez Feijóo logró alguna victoria esta semana es la de que se hable mucho de su derrota. Porque el primer paso para ganar un debate público es establecer sus términos y elegir los temas sobre la mesa. El desenlace de la investidura había sido avanzado hasta la extenuación, hasta por el propio candidato, y el suspense (por transfuguismo), era artificial. Y, sin embargo, ahí estuvieron los programas informativos especiales y artículos sin fin.

Feijóo está haciendo un esfuerzo ímprobo en seguir alimentando su gran aportación a la teoría constitucional: marear el significado de los términos “ganar” y “perder”, impregnando la democracia española de un aroma de ilegitimidad con fines en primer lugar personales y, después, partidistas. Me explico.

Lo que cosecha el presidente del PP al no lograr su investidura es una derrota indudable, tangible y a la vista de todos. Lo sabe desde el 23 de julio, su verdadero ‘día D’. Diría que se le notaba en la cara mientras ¿celebraba? lo que definía como una victoria inapelable. Dejó la presidencia de la Xunta tras cuatro mayorías absolutas para ser presidente del Gobierno, una expectativa que, a golpe de encuesta, parecía inevitable. Pero en el momento culmen de su carrera, su investidura a propuesta del jefe del Estado, fue rechazado por la cámara de los representantes de la soberanía nacional.

Es la primera gran derrota política de toda su carrera política. Se dice pronto. Feijóo lleva más de 30 años en puestos de gran responsabilidad, en coche oficial, y nunca había perdido como cabeza de cartel. Al contrario: ha mandado, y mucho. Por eso en el debate se sentía mucho más cómodo cuando hablaba como si siguiera siendo presidente de Galicia, Junts fuese la Convergència i Unió de Pujol, Roca y Molins, el PNV una muleta a disposición del mejor postor o ETA una banda terrorista en activo. Es en esa España en la que el discurso de Feijóo tiene más posibilidades. Pero esa España ya no existe y eso es algo que Feijóo tampoco parece haber aceptado.

El presidente del PP ha fracasado en su único objetivo: ser presidente del Gobierno. Para taparlo, se ha sacado de la manga un supuesto derecho a ser presidente por encabezar la lista más votada. Eso niega el sistema constitucional, de naturaleza parlamentaria (no vivimos en un régimen presidencialista), que tan bien articula el PP en comunidades y ayuntamientos donde quedó segundo o incluso tercero. 

La gran aportación de Feijóo a la teoría constitucional es marear el significado de “ganar” y “perder” hasta aturdir a la ciudadanía ante su derrota

Da la impresión de que le están robando algo que es suyo, cuando no es así. Hacer creer eso a la ciudadanía es una enorme irresponsabilidad. Por eso, es razonable concluir lo contrario: que Feijóo busca por todos los medios (incluido el desprecio por el sistema parlamentario y el engaño masivo) el poder que no le corresponde. La anomalía no es que no gobierne la lista más votada sino que, por primera vez en el Congreso, la lista más votada no tenga capacidad de pacto para gobernar. Para más información: Vox. 

El discurso de Feijóo fue, en muchos momentos, el del ábaco. Él tiene más escaños que el PSOE, Sumar no tiene representación en el Parlamento de Galicia y el BNG sólo un escaño en el Congreso, el PNV está ahí ahí con EH Bildu en Euskadi y los partidos independentistas suman el 6% de los votos. Un constante: “¿pero usted quién se cree que es?” que era en realidad un gigantesco “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Porque aunque se entretenga en otras cosas, Feijóo no tiene los escaños suficientes para ser presidente del Gobierno. Y se trataba de eso. 

España ha perdido el tiempo aunque Feijóo haya intentado su investidura por tierra, mar y aire. No olvidemos que mantuvo contactos con Junts, reconoció la falta de encaje de Cataluña en España, suplicó al PNV antes de lanzarse a su yugular y hasta ofreció a Sánchez repartirse la presidencia dos años cada uno. Decir ahora que, en realidad, no quiere ser presidente del Gobierno (él, que ha gobernado cuatro veces con mayoría absoluta) suena casi a broma. 

España no se para. Cuando despertemos de tanto análisis sesudo sobre las tácticas de políticos que viven en una burbuja, sus problemas seguirán estando allí. Tengo la impresión de que a esta pérdida de tiempo hemos contribuido muchos, en mayor o menor grado. Feijóo por utilizar la investidura como una manera de seguir vivo y asentarse en Génova tras fracasar en su objetivo. El rey al convertirse en un automatismo que certifica una “costumbre” y encargar la investidura a quien sabía que tenía una clara y declarada mayoría en contra. La presidenta del Congreso al concederle 35 días de protagonismo para no comenzar la legislatura con un choque con el PP. Incluso los medios al dedicar tantísimo tiempo a una no-noticia que merece cobertura, sí, pero no hacer que casi todo lo demás pase a un segundo plano. 

Algún día tendremos que hacer una profunda reflexión sobre los motivos que llevan a tantas personas a alejarse de las noticias. Igual están (los motivos y las personas) más cerca de lo que pensamos y al dejarnos llevar no sólo contribuimos a ese tiempo improductivo sino a las estrategias e intereses particulares más o menos confesables. Ahora sí. Ya que Feijóo no será presidente (al menos de momento), que haya investidura. Lo contrario sería volver a las urnas, que es tanto como decir que los ciudadanos votaron mal. Y que la haya cuanto antes. No hay tiempo que perder.

Si Alberto Núñez Feijóo logró alguna victoria esta semana es la de que se hable mucho de su derrota. Porque el primer paso para ganar un debate público es establecer sus términos y elegir los temas sobre la mesa. El desenlace de la investidura había sido avanzado hasta la extenuación, hasta por el propio candidato, y el suspense (por transfuguismo), era artificial. Y, sin embargo, ahí estuvieron los programas informativos especiales y artículos sin fin.

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