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Reconózcalo. En algún momento lo ha pensado. Si es así, no se preocupe. Era algo que recorría los mentideros de la política en la villa y corte, que protagonizaba las conversaciones de los en teoría más sagaces tertulianos, complacidos por la exactitud de su análisis. Unidas Podemos tiene perdida desde hace tiempo la batalla con el PSOE por el liderazgo de la izquierda (eso sí, estuvo cerca de lograrlo y el futuro es, por definición, una página en blanco). A Pablo Iglesias sólo le quedaba agarrarse al poder mientras durase. No lo sacarían ni con dinamita. Nunca se vería en otra igual y además, no tenía otro horizonte. ¿Cómo pagaría, si no, su vivienda en la sierra madrileña? ¡Ya es casta!
Sumémosle otra aguda ‘reflexión’. Pablo Iglesias e Irene Montero son pareja y ella es una de las dirigentes de Podemos con más proyección. Ocupa un ministerio de enorme simbolismo para la izquierda y, entre otras cosas, ejerció como portavoz del partido en el Congreso, un puesto de número dos de facto. Si Montero había alcanzado ese nivel de poder en Podemos es por ser la pareja de Iglesias. Es por ser ‘su’ mujer. Si Iglesias la seguía promocionando es porque veía en ella la sucesora perfecta para que todo quedase en casa. Literalmente.
Muchos deben hoy una disculpa a Pablo Iglesias (por no hablar del machismo hacia Irene Montero). Y, de paso, a sí mismos. Confundir las propias opiniones con hechos, los prejuicios personales con verdades contrastadas, es un mal endémico. También (y eso es mucho más grave) entre los periodistas que se supone deben un respeto máximo a la información. “¿Te consta? No, pero ¡no puede ser de otra manera, démoslo por hecho!” Hay una nítida frontera entre la línea editorial y la manipulación: la honestidad y el respeto a los hechos.
Los hechos de este lunes convulso demuestran varias cosas: Pablo Iglesias se va. O comienza a irse. Porque la decisión de concurrir a las elecciones en la Comunidad de Madrid puede hacerlo presidente regional, sí, pero se trata de una hipótesis muy incierta y arriesgada. Muy improbable tal y como están las cosas. Y lo que está claro es que deja el pájaro en mano, la seguridad de ser vicepresidente segundo del Gobierno, por el medio centenar volando. Además, renuncia a volver a ser candidato a la presidencia del Gobierno. Con muy pocas excepciones en España (la más notoria, el PNV), la máxima se cumple: el que más manda en un partido ocupa todos los espacios de poder a su disposición, desde el ámbito institucional al cartel electoral. De nuevo, se rompe un molde.
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Podemos es, desde que nació hace siete años, un continuo desafío a muchas verdades preestablecidas y supuestamente inmutables, hasta el punto de que hay quien cree que no merece la pena ni contrastarlas. Ahora, Iglesias, emblema de la formación, vuelve a sorprender para enfrentarse a la que puede ser la última gran empresa de una vida política que, en estos tiempos, parecen tres. Por la magnitud de los hechos históricos acumulados y el desgaste sufrido.
Si “la fortuna sonríe a los audaces” lo veremos el 4 de mayo. De momento, siete conclusiones a vuelapluma:
Reconózcalo. En algún momento lo ha pensado. Si es así, no se preocupe. Era algo que recorría los mentideros de la política en la villa y corte, que protagonizaba las conversaciones de los en teoría más sagaces tertulianos, complacidos por la exactitud de su análisis. Unidas Podemos tiene perdida desde hace tiempo la batalla con el PSOE por el liderazgo de la izquierda (eso sí, estuvo cerca de lograrlo y el futuro es, por definición, una página en blanco). A Pablo Iglesias sólo le quedaba agarrarse al poder mientras durase. No lo sacarían ni con dinamita. Nunca se vería en otra igual y además, no tenía otro horizonte. ¿Cómo pagaría, si no, su vivienda en la sierra madrileña? ¡Ya es casta!
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