Verso Libre
La utilidad de lo inútil
Me parece una buena noticia el éxito editorial de La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013), el libro de Nuccio Ordine, profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria y especialista en Giordano Bruno. Su éxito indica el malestar que una parte de nuestra sociedad siente ante la deriva mercantilista de la ciencia, la política, la educación y las instituciones.
Algo huele mal cuando los saberes se humillan ante el utilitarismo económico. Algo va mal cuando se pide a las universidades, a los investigadores, a los profesores que enfoquen su trabajo hacia la rentabilidad comercial. Algo corre por mal camino cuando se confunde el éxito humano con la acumulación de dinero y se piensa que la felicidad no depende de la realización completa de una vida, una vocación, un carácter, sino de las cifras altas en un saldo de beneficios.
En este panorama depredador y economicista resulta difícil mantener la importancia del saber humanístico, el valor de la cultura clásica, el sentido de la poesía. El éxito del libro de Nuccio Ordine señala que el malestar no afecta sólo a los profesores dedicados al saber humanista. Mucha gente sufre el malestar de una sociedad gobernada por políticos que se someten de manera pornográfica e impudorosa a ley del dinero cuando organizan los programas educativos o las reglas de la convivencia. Frente al imperio de las monedas furiosas, es consolador el mundo de valores defendido a lo largo de los siglos por los filósofos y los literatos. Se ha argumentado de muchas formas la utilidad de lo inútil y los peligros del utilitarismo descarnado. Hay un saber, una verdad humana, una raíz ética que vale por sí misma y que no puede someterse a la avaricia y el egoísmo del dinero.
Como demuestran las numerosas citas bien elegidas por Nuccio Ordine, las tensiones entre la sabiduría y el dinero, o entre lo inútil y lo útil, recorren la historia del pensamiento humano. Resulta inevitable en una vocación cívica y cultural plantearse las contradicciones que laten en lo que la sociedad suele entender como útil y en la soledad del conocimiento puro y la poesía. Antonio Muñoz Molina y yo publicamos en 1993, en la editorial Hiperión, un ensayo en el que intentamos respondernos a la pregunta ¿Por qué no es útil la literatura? La cuestión, claro está, es ponerse de acuerdo en qué se entiende por utilidad.
Confieso que, dentro de la identificación general con las razones de Ordine, he sentido algunos instantes de incomodidad intelectual con sus argumentos y sus citas. La larga cabalgada por autores de todos los tiempos me ha recordado a veces a esos resúmenes de los partidos de fútbol en los que todos los equipos y sus jugadores parecen geniales. Visto el partido completo, y no sólo la miel de las jugadas brillantes, uno comprueba que la realidad no es tan deslumbradora.
Mi incomodidad tiene que ver con la tendencia de muchos artistas a reivindicar la inutilidad como una forma de orgullo frente al utilitarismo mercantil. En nombre de esa inutilidad se han hecho cientos de payasadas y se han defendido muchas estupideces. Más que la exaltación de la inutilidad, considero que importa la defensa y la definición de un significado no mercantilista de la palabra utilidad. Hay muchas cosas útiles, muy necesarias para el ser humano, que no pasan por el dinero o, llevando la discusión a otra parte, que no dependen de la aplicación tecnológica de los saberes. Estoy convencido de que ante la muerte de un amigo es mucho más útil un poema que un electrodoméstico.
Se trata de un matiz importante: no elogiar lo inútil, sino conquistar un sentido no economicista de la palabra utilidad. Lo siento: Baudelaire, uno de mis poetas preferidos, sostuvo una estupidez grave al decir “ser un hombre útil me ha parecido siempre algo en verdad espantoso”. Me he reafirmado en este sentimiento no ya al leer las páginas placenteras de Baudelaire en las que recuerda el apaleamiento de un obrero, sino cada vez que he necesitado de forma urgente un médico o un electricista. Por respeto a la poesía, debemos negarnos a que se convierta en una carta blanca para decir o escribir tonterías. Se puede estar en contra de la hostilidad de John Locke contra la poesía, sin caer en la trampa de despreciar lo útil. Me parece más interesante afirmar, contra los gobernadores y los buitres del negocio, que la poesía es tan útil como la ciencia o la técnica.
El asunto no es superficial. Está en juego el espacio del saber democrático. El libro de Nuccio Ordine da suficientes datos para abandonar la vieja polémica entre letras, ciencias y técnica. Es una inercia reaccionaria el desprecio de las ciencias y las letras. Conviene tenerlo claro para afirmar después que es también muy reaccionario despreciar el saber humanístico. Estamos hablando de cosas decisivas, como los programas de estudio, las universidades y la educación.
Las humanidades son muy útiles, son imprescindibles, en la consolidación de una sociedad democrática y justa. Basta con ver la deriva que lleva el mundo, los resultados de la liquidación de la conciencia humana. El saber es la única riqueza que podemos transmitir, dar a los demás, sin empobrecernos.