Sentados en el chiringuito, apartando de los ojos el humo pestilente de los incendios provocados, leemos algunas noticias que, en pleno bochorno, nos dejan helados:
En Youtube, Una periodista salvadoreña entrevista a un hombre moribundo en lugar de socorrerlo.
El hombre que quemó a su mujer rescató al perro antes que a su hijo. (El Mundo)
El héroe del atentado de Niza, el 14 de julio salvó a un peatón de una bala perdida, pero el 7 de agosto atacó a su exnovia con una navaja. (Nize Matin)
¿Qué está pasando? ¿De qué mar nos llega esta ola de violencia incomprensible? (Comentan unas suculentas bañistas, mientras se dan crema de protección 50, a una ración de gambas blancas de Denia). ¿Será que la vida no es como Juego de Tronos? ¿Será que los buenos son los malos?
Sentados a la sombra del verano, el mal nos moja los pies en oleadas. Un tipo acuchilla a diez personas en un tren. Un hijo de buena familia española propina palizas a transeúntes aleatoriamente y sin motivo.
Está visto que los malos no se toman nunca vacaciones. Hay que reconocerlo, los malos son muchísimo más trabajadores que nosotros, los buenos. Y no es de ahora. La Biblia describe los 39 milagros que Jesús realizó durante su ministerio público, incluyendo en esta cifra varios milagros que se asocian con él, como su nacimiento, la Transfiguración, la Resurrección y la Ascensión, que en realidad, solo colateralmente, podríamos considerar actos de altruismo o de amor por el prójimo. Es decir, que en treinta y tres años de vida, Jesús, que además de hombre era dios, hizo poco más de un milagro por año. No parece que se esforzó demasiado.
Hitler, en apenas cuatro años, eliminó a 5.700.000 personas. Stalin, en la misma época, hizo desaparecer a más de tres millones de seres humanos y así podríamos continuar con la lista de malos con gran productividad. Pol-Pot, Hiroshima y Nagasaki, Franco, Pinochet, Videla, el ISIS, etcétera.
Ver másUn grillo llamado 'Puigdemón'
Los malos buscan la productividad, por eso tienden a industrializar el crimen. Todos hemos oído hablar del “crimen organizado”, o del “ajuste de cuentas”. Los malos siguen métodos científicos, mientras los buenos somos más “alternativos”, mas “hippies” y por lo tanto, más partidarios de la artesanía. En tiempos del Big Data y de los paraísos fiscales, los del Domund y la Cruz Roja siguen pidiendo por la calle con una hucha de lata.
¿Pero cuál es el origen del mal? ¿Los malos son locos o son normales? ¿Los malos tienen conciencia? La ciencia acaba de dar algunas respuestas. Según una investigación neurológica hecha pública esta semana, "la corteza cingular anterior es una región profunda del cerebro que está relacionada con conductas pro-sociales y morales”. ¡Eureka! Queda demostrado que todos tenemos conciencia. Pero sigamos leyendo: "Sin embargo, esta región no es igualmente sensible en todas las personas". Nos lo temíamos. La amígdala del general Yagüe no funcionaba igual que la de Antonio Machado o García Lorca.
Una vez localizada la playa del cerebro donde rompen las olas del mal, los buenos, aunque solo sea para empatar el partido con los Trump, al-Ásad, Maduro, Boko Haram y una larga lista de incansables impresentables, deberíamos ponernos las pilas. ¡Bien está protestar, pero es mejor currar! Ser bueno y justo es arrimar el hombro para mejorar el mundo. Antes de que nos privaticen definitivamente la saliva, deberíamos inventar la metralleta de bocatas, la bomba atómica de las vacunas y la droga universal de la inteligencia pacífica. ¡Ya estamos tardando!
Sentados en el chiringuito, apartando de los ojos el humo pestilente de los incendios provocados, leemos algunas noticias que, en pleno bochorno, nos dejan helados: