Contarse la vida

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Todo extranjero tiene derecho, por lo menos una vez, a contarnos su vida. Eso lo afirmaba Baudelaire, y al leerlo yo le di enseguida la razón, convencido de la curiosidad ante lo que se desconoce y de la importancia de darse a conocer. Con el paso de los años y de la misteriosa complejidad de las rutinas, he valorado cada vez más la necesidad de contarnos la vida, aunque llevemos mucho tiempo juntos. Los corazones y los ojos de siempre cambian con inevitable frecuencia, hasta definir de manera flexible la geografía de la palabra ahora. No se olvide que el óxido y el estancamiento son también formas de cambio. Somos extranjeros de nosotros mismos, por lo que no viene mal preguntarse, aprender a escuchar y a decir, a escucharnos y decirnos. En público o en privado, en una mesa de bar o en el micrófono de un congreso, conviene contarnos la vida si queremos hacernos una idea del yo, el tú y el nosotros.

En mi artículo del domingo pasado en infoLibre, conté las interesantes discusiones que había podido escuchar en una reunión convocada por la Asociación de la Prensa de Cádiz con motivo del Congreso Internacional de la Lengua Española. La independencia de los medios, las nuevas dinámicas de la transformación digital y las confusiones entre información, comunicación y opinión centraban un buen debate sobre la dignidad del periodismo.

A los dos días, también dentro de las sesiones del Congreso, asistí a otra mesa en la Casa de Iberoamérica que abordaba los mismos asuntos, pero en una geografía distinta. Cuando se preguntó por las prioridades éticas de la información, una periodista que trabaja en México confesó que para ella el compromiso ético más importante era seguir con vida. Otro periodista añadió que también era una preocupación ética evitar que perdiera la vida la persona a la que se entrevistaba o a la que se pedía una información. Se trataba de algo más que del miedo, porque mantenerse con vida es un compromiso con la obligación de seguir contando, de no dejar las palabras y los silencios en manos de la barbarie.

El informe de la Federación Internacional de Periodistas recoge que en 2022 han sido asesinados 68 profesionales, algunos de ellos en países que nos son muy cercanos: 11 en México y 4 en Colombia. Conocer las cifras es importante, pero debajo de las cifras hay situaciones personales y sólo podemos comprender la realidad profunda cuando nos contamos la vida, cuando comprendemos lo que significa ser perseguida en un coche, pensar en una hija, preguntarse a sí misma si merece la pena el riesgo o estudiar la redacción de una crónica para que un detalle no se convierta en un camino con nombre y apellidos abierto a la venganza.

Consolidar la supervivencia de una vida o de una lengua es un principio ético fundamental para los que creemos en la importancia de la información, la libertad, la diversidad, el respeto y la convivencia como valores democráticos

En otra de las sesiones del Congreso, se debatía sobre la convivencia de las lenguas hegemónicas y las no hegemónicas. No es lo mismo ser la lengua de una minoría de hablantes en un contexto general que ser una lengua minorizada, despreciada, forzada a desaparecer. Irene Larraza Aizpurua, responsable del Instituto Vasco Etxepare, después de analizar formas culturales, enseñanzas de la lengua y planes de divulgación, afirmó que el sentido prioritario de su trabajo era evitar que el euskera desapareciese. Su principal compromiso ético se definía también en la supervivencia.

Porque no, no es lo mismo hablar sobre las posibilidades y retos de un idioma de 500 millones de hablantes nativos que meditar sobre el futuro de una lengua en la que se comunican algo menos de un millón de personas. Consolidar la supervivencia de una vida o de una lengua es un principio ético fundamental para los que creemos en la importancia de la información, la libertad, la diversidad, el respeto y la convivencia como valores democráticos.

Por eso es tan importante contarse la vida, reconocernos a nosotros mismos al conocer al otro, tomar conciencia del contexto que habitamos, preguntarnos sobre el lugar que cada uno ocupa al conformar la palabra nosotros.

Todo extranjero tiene derecho, por lo menos una vez, a contarnos su vida. Eso lo afirmaba Baudelaire, y al leerlo yo le di enseguida la razón, convencido de la curiosidad ante lo que se desconoce y de la importancia de darse a conocer. Con el paso de los años y de la misteriosa complejidad de las rutinas, he valorado cada vez más la necesidad de contarnos la vida, aunque llevemos mucho tiempo juntos. Los corazones y los ojos de siempre cambian con inevitable frecuencia, hasta definir de manera flexible la geografía de la palabra ahora. No se olvide que el óxido y el estancamiento son también formas de cambio. Somos extranjeros de nosotros mismos, por lo que no viene mal preguntarse, aprender a escuchar y a decir, a escucharnos y decirnos. En público o en privado, en una mesa de bar o en el micrófono de un congreso, conviene contarnos la vida si queremos hacernos una idea del yo, el tú y el nosotros.

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