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La cultura debe responder a la deriva autoritaria

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Los momentos de crisis que procuran romper la convivencia de una comunidad buscan como uno de sus primeros objetivos la mortificación de su cultura. Al pensar en el autoritarismo sin escrúpulos y en los golpes dictatoriales, nos vuelven los recuerdos de los asesinatos o las persecuciones sufridas por Federico García Lorca, Pablo Neruda, Víctor Jara, Anna Ajmátova, Walter Benjamin, María Teresa León, María Zambrano o Rodolfo Walsh, nombres que sostienen hoy su valor artístico por encima de palabras como ejecución, desaparición, cárcel, exilio o censura. Por eso el compromiso cultural se define desde la Ilustración en contra de los fanatismos antidemocráticos, como ocurrió en Valencia, en 1937, en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Celebramos que la Fundación Primero de Mayo recuerde esta semana aquel acontecimiento, porque la situación nacional e internacional de los movimientos políticos nos compromete hoy a una reflexión sobre la sociedad y la cultura que va más allá de los golpes de Estado y las represiones militares.

¿Qué está sucediendo en la sociedad para que se produzca el deterioro de la convivencia democrática y nazcan nuevos brotes de discursos totalitarios? El odio, el rencor y el miedo vuelven a utilizarse para justificar dinámicas que van en contra de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por eso es conveniente un compromiso que vaya más allá de la denuncia de los casos de censura, aunque se trate de una ofensa que la extrema derecha española está normalizando en cuanto ocupa una concejalía municipal o una consejería autonómica. La denuncia es necesaria. No, no puede confundirse una labor de programación con una censura institucional de obras que forman parte del debate democrático y artístico legítimo. Eso está claro, pero conviene ir más allá de la denuncia y preguntarse también por qué, después de 45 años de la aprobación de la Constitución Española que puso punto final a la amarga historia de la dictadura franquista, vuelve la extrema derecha a deteriorar los valores democráticos, utilizando la legitimidad de la propia democracia. La cultura debe responder a esta deriva que se vive en numerosas naciones de Europa, América, África y Asia.

El extremismo de la ideología neoliberal, enemiga del contrato social y de los marcos de convivencia establecidos por el Estado, llega a confundir la libertad con la ley del más fuerte, rompiendo sus lazos con la igualdad y la fraternidad. Por eso resulta lógico que una parte de las mayorías empobrecidas caiga en la trampa de las campañas manipuladas que culpabilizan a la política y al Estado de sus males. La ley de la selva transforma la convivencia no sólo en el reino de los poderosos sino en la agresividad y el desamor del sálvese quien pueda. El egoísmo individualista deteriora los vínculos colectivos de la convivencia. Y crea relatos tramposos: ¡unescándalo!, ¡qué se invierta en cultura o en investigaciones científicas sobre el Planeta mientras yo me muero de hambre! ¡Un escándalo! Esta inercia desemboca en la consolidación de identidades encerradas en sí mismas, enemigasde otras identidades, y ensucia incluso las reivindicaciones necesarias de las minorías y las buenas causas. En vez de consolidar un bien común caracterizado por el respeto a la diversidad y las medidas inclusivas, se fragmenta el espacio público en un tumulto de sectas identitarias enfrentadas entre sí. El racismo imperante en las sociedades y la tragedia humana de la migración y las fronteras son el síntoma más doloroso de este cultivo de las identidades cerradas que desprecian el compromiso universal de los Derechos Humanos.

La premeditada degradación de la prensa y los medios de comunicación es otro de los problemas fundamentales de las democracias que se ven asaltadas por líderes populistas y propuestas autoritarias

Por eso es importante apostar por una economía justa y unos derechos laborales decentes que eviten las situaciones de desamparo social propicias a la manipulación y los discursos de odio. Por otra parte, hay que tomar conciencia de que las redes sociales y la deriva profesional de muchos medios está facilitando la sustitución del periodismo y la información veraz por una lógica comunicativa especializada en extender bulos y despertar rencores. Los estados de indignación mediática no facilitan el conocimiento de la verdad, sino la autoalimentación de los discursos del odio con falsas noticias e interpretaciones tergiversadas. La premeditada degradación de la prensa y los medios de comunicación es otro de los problemas fundamentales de las democracias que se ven asaltadas por líderes populistas y propuestas autoritarias. Conviene tomarse muy en serio la degradación informativa en una dinámica que siembra vientos para provocar tempestades.

La creación de relatos tormentosos no sólo sirve para mentir, sino también para invisibilizar bajo el ruido mediático muchos problemas reales. Si se manipulan los datos sobre la violencia machista o sobre la situación de los migrantes en el mundo laboral o en las estadísticas de la delincuencia, no sólo se fomentan discursos agresivos, sino que se invisibiliza una realidad que impide los sentimientos solidarios. Del extremo del odio se pasa al extremo de la indiferencia. Son alarmantes los aumentos de las agresiones machistas entre los menores de edad y la indiferencia con la que se soporta el drama humano de los naufragios de pateras y los cadáveres que flotan en nuestras costas. La invisibilidad afecta también a problemas tan graves para el futuro como el cambio climático y la degradación del planeta. Aunque los síntomas son alarmantes, no hay un compromiso social que vincule este asunto grave con la vida de la gente o con las decisiones de unas autoridades que alcanzan acuerdos para después no cumplirlos.

La degradación de la vida democrática es una dinámica social profunda que va más allá de los golpes de Estado. Contra el individualismo egoísta, las dinámicas de odio, la fragmentación de las ilusiones colectivas, el imperio de la mentira, el desconocimiento de la realidad, la manipulación y el cinismo del sálvese quien pueda, resulta imprescindible recordar que la cultura crea comunidad, conocimiento y emociones compartidas. Nos hace dueños de nuestras propias opiniones y responsables del mundo que queremos construir. Reivindicar el progreso supone hoy defender el bien común fundado en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Supone también insistir en el caminar conjunto de la ciencia, la técnica y las humanidades, porque la ciencia y la técnica se quedan sin raíces cuando no trabajan para la dignidad humana y responden sólo a las exigencias de la especulación económica.

Defender la cultura supone reconocer que el ser humano es mucho más que una mercancía. Esa es la raíz de los fundamentos cívicos que definen la legitimidad de las leyes y el espíritu de la democracia.

Artículo escrito, con motivo del encuentro Sociedad, derechos y extrema derecha de la Fundación Primero de Mayo, en colaboración con Pedro Almodóvar, Victoria Camps, Iñaki Gabilondo

Rocío Acebal (Poeta), Agustín Almodóvar (Productor), Bernardo Atxaga (Escritor), Carlos Bardem (actor y escritor), Daniel Basteiro (Periodista), Ana Belén (Actriz), Gioconda Belli (Escritora), Leire Bilbao (Poeta), Sheila Blanco (Cantante), Juan Diego Botto (Actor y dramaturgo), Juan Cruz (Escritor y Periodista), Ignacio Escolar (Periodista), Carlos Fernández Liria (Profesor), Jesús García Sánchez (Editor), Quique González (Cantante), Jordi Gracia (Profesor), Àngels Gregori (Poeta), Daniel Innerarity (Profesor), Luis Landero (Escritor), Raquel Lanseros (Poeta), Elvira Lindo (Escritora), Javier de Lucas (Profesor), Víctor Manuel (Cantante), Jesús Maraña (Periodista), Rocío Márquez (Cantante), Cristina Monge (Profesora), Rosa Montero (Escritora), Aroa Moreno (Escritora), Lara Moreno (Escritora), Jesús Munárriz (Poeta y editor), Mario Obrero (Poeta), Azucena Rodríguez (Cineasta),Olga Rodríguez (Periodista), José Ovejero (Escritor), Esther Palomera (Periodista), Carlos Pardo (Poeta), Ana Pardo de Vera (Periodista), José Carlos Plaza (Director Teatro), Carme Portaceli(Directora Teatro), Edurne Portela (Escritora), Benjamín Prado (Escritor), Nativel Preciado (Periodista), Sergio Ramírez (Escritor), Rafael Reig (Escritor), Miguel Ríos (Cantante), Manuel Rivas (Escritor), Isaac Rosa (Escritor), Rozalén (Cantante), Aitana Sánchez Gijón (Actriz), Marta Sanz (Escritora), Elvira Sastre (Escritora), Rosa Torres-Pardo (Pianista), Joan Manuel Serrat (Cantante), Estel Solé (Poeta y actriz), Juan José Téllez (Escritor), Juan Vida (Pintor), Leonor Watling (Actriz).

Los momentos de crisis que procuran romper la convivencia de una comunidad buscan como uno de sus primeros objetivos la mortificación de su cultura. Al pensar en el autoritarismo sin escrúpulos y en los golpes dictatoriales, nos vuelven los recuerdos de los asesinatos o las persecuciones sufridas por Federico García Lorca, Pablo Neruda, Víctor Jara, Anna Ajmátova, Walter Benjamin, María Teresa León, María Zambrano o Rodolfo Walsh, nombres que sostienen hoy su valor artístico por encima de palabras como ejecución, desaparición, cárcel, exilio o censura. Por eso el compromiso cultural se define desde la Ilustración en contra de los fanatismos antidemocráticos, como ocurrió en Valencia, en 1937, en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Celebramos que la Fundación Primero de Mayo recuerde esta semana aquel acontecimiento, porque la situación nacional e internacional de los movimientos políticos nos compromete hoy a una reflexión sobre la sociedad y la cultura que va más allá de los golpes de Estado y las represiones militares.

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