Verso Libre
Dejemos en paz las lenguas
Es una triste noticia que se involucre a las lenguas en peleas políticas coyunturales, sobre todo cuando el debate deriva hacia una estrategia de crispación que exige el falseamiento de la realidad, las ofensas y las manipulaciones. Las lenguas maternas forman parte de la identidad, de la raíz más profunda de sus hablantes, y ofenderlas o someterlas a coyunturas crea heridas íntimas. Confieso que siento una inmediata antipatía ante cualquier persona, política o no, que desprecia la manera que tenemos los andaluces de pronunciar el español. Es la manera en la que yo aprendí a relacionarme con la vida.
El español, con 489 millones de hablantes nativos, es la segunda lengua del mundo detrás del chino mandarín. Y con casi 600 millones de usuarios, es la segunda lengua de comunicación internacional detrás del inglés. Salamanca, Bogotá, Buenos Aires, Los Ángeles, Cádiz, Lima, Aguascalientes, Malabo… No se habla mejor ni peor en ningún sitio, cada cual habla según sus matices. La diversidad respetada asegura la unidad y la gran riqueza de nuestro idioma.
España tiene la suerte de compartir un idioma tan sólido y extenso como el español y, también, de disfrutar una pluralidad lingüística reconocida oficialmente. A los que, sin saber de lo que hablan, están arremetiendo contra la nueva ley de educación con el argumento de que pone en peligro el castellano en Cataluña, quiero recordarles el artículo tercero de nuestra Constitución. La lengua es parte de la identidad porque, además de nombrar y describir, las palabras implican una acción. Es decir, la palabra Constitución nos constituye: “El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos”.
Como la Constitución nos constituye, los responsables de la Constitución tuvieron cuidado en encontrar fórmulas que sirviesen para salir en lo posible de muchos años de dictadura. Como filólogo, soy más partidario por motivos históricos del término español para nombrar a nuestra lengua. Pero con castellano se quería entonces ofrecer un ámbito inclusivo a las otras lenguas también españolas. Hoy es normal utilizar los dos términos, dependiendo de los diversos países de la lengua y de la voluntad o costumbre de cada hablante. No es un problema.
Quien dice que el español está en peligro miente. Los españoles somos el 8% entre los hablantes de una lengua que se extiende demográficamente con paso firme. Quien quiera ayudar al español no debe preocuparse por un peligro de desaparición, sino por reforzar su presencia en el mundo consolidando su prestigio cultural, científico, técnico y por unir su imagen a los valores de la democracia y la multiculturalidad. Mezclar al español con ideas imperialistas o con faltas de respeto a otras lenguas supone un camino pernicioso, una tremenda equivocación.
El bilingüismo es un bien. La democracia española debe aprovechar la posibilidad enorme del español como lengua internacional y debe también apoyar y asegurar la verdad cultural y social de las otras lenguas oficiales del Estado. La diversidad, vuelvo a repetirlo, es una riqueza, y respetarla es el único modo de reforzar los vínculos.
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Llama la atención que el debate sobre la palabra vehicular en la nueva ley haya tenido muy poca repercusión en Cataluña, Galicia o País Vasco y mucha entre los partidos que están exasperando en el resto del Estado su política de oposición al Gobierno. Se trata de una calificación añadida en 2013 y que no ha tenido incidencia en el sistema educativo catalán. Un conocimiento honesto y real de la situación demuestra que la política de inmersión catalana es buena para la realización social de la ciudadanía que vive en Cataluña y que el español no está en peligro allí ni en el resto del mundo. Los problemas surgidos son puntuales y, claro, estará bien utilizar la experiencia de años de funcionamiento para solucionarlos.
La nueva ley de educación puede causarle problemas a los colegios que quieran segregar por sexo a los alumnos o cobrar a la vez al Estado y a las familias, pero no a los que tienen la obligación y el derecho de hablar español. Es triste que se mezcle nuestra lengua, junto con el racismo, el machismo o el terrorismo, para exasperar y generar odio.
Poco sensato es el nacionalista catalán que no comprende la riqueza inmensa que para Cataluña supone hablar, además del catalán, un idioma tan valioso como el español. Poco sensato es el nacionalista español que desprecia el catalán, una de las lenguas españolas llenas de historia y de fuerza social y cultural. Y poco sensato es quien en nombre de la democracia mete en un debate sucio a las lenguas maternas, olvidando que son indispensables para la creación de la convivencia, el respeto individual y la conciencia cívica.