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Matar al padre

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Camino hasta el Cementerio de Santa María Magdalena en San Juan de Puerto Rico. Aunque murió en Boston, el 4 de diciembre de 1951, el poeta Pedro Salinas pidió que lo enterrasen aquí. La Universidad de Puerto Rico se había convertido en un lugar hospitalario para el exilio español gracias al rector Jaime Benítez. Allí dieron clases Juan Ramón Jiménez, Salinas y Francisco Ayala. El recinto de Río Piedras guarda muchos lugares en los que vive la cultura española. Por eso quiso Pedro Salinas descansar allí, en un hermoso cementerio junto al mar. Sus palabras unen dos orillas en una misma lengua, Puerto Rico y España, el poeta y sus lectores.

Me ha acompañado durante el viaje la novela Las frases robadas (Plaza-Janés, 2024) de José Luis Sastre. Una mujer cuida a su padre en los últimos meses de vida, y el padre pide que lo ayude a morir cuando el deterioro haga insostenible el deseo de vida. El argumento de la novela nos ayuda a comprender hasta qué punto cuidar es reconocerse, desnudarse, descubrir los lugares desconocidos del otro y comprender muchas cosas de uno mismo. La vida pasa con sus dinámicas y sus prisas. Del mismo modo que el extranjero descubre detalles de una ciudad que pasan inadvertidos para los caminantes de la rutina, las situaciones extremas, sobre todo cuando suponen una despedida, facilitan el encuentro. Detalles de un padre que desconoce a su hija, fragmentos de una hija que no se ha llegado a confesar nunca. Ningún amor niega la necesidad de construirse a uno mismo, ningún nosotros puede cancelar un yo con sus secretos.

Así que la necesidad de matar al padre tiene que ver con la petición de facilitar una muerte digna, pero también con la experiencia de crecer por cuenta propia a la hora de asumir el futuro. Hablamos de matar al padre en sentido simbólico. Afirmarnos en nuestra libertad, en nuestros caminos, con una obligada independencia. Podríamos también hablar simbólicamente de la necesidad de matar a la hija para no renunciar a la propia vida. Los descendientes pesan a veces más que los progenitores en las balanzas de la subsistencia diaria.

La memoria es inseparable del presente, la admiración no invita a repetir, sino a buscar la propia voz

El protagonista de la novela de Sastre, además de conductor de trenes nocturnos, ha sido un gran lector. Piensa mucho en su biblioteca. Le gustaba subrayar los libros, robar frases, dejar testimonio de las ideas y las experiencias que lo han hecho tal como es. Nuestras frases literarias preferidas sirven para definirnos. Dedicarse a la literatura supone recibir una herencia y hacerla propia, robar frases con la intención de respetar el pasado y, al mismo tiempo, matar al padre en busca del camino propio. 

Estoy en San Juan de Puerto Rico con motivo de la inauguración de una Cátedra Cervantes que consolidará la hermandad de Río Piedras con la memoria y la cultura española. En un hueco de la agenda, camino hacia el cementerio en el que está enterrado el poeta Pedro Salinas. Voy pensando que la vocación poética es un buen lugar para el ejercicio simbólico de matar a los padres y a los hijos. Uno se forma en la lectura de poetas como Machado, Salinas, García Lorca, Alberti, poetas que sufrieron una guerra civil. La memoria es inseparable del presente, la admiración no invita a repetir, sino a buscar la propia voz. Matar al padre significa seguir cuidándolo, comprender sus razones más allá del frío y de la muerte, buscar en su homenaje una razón propia. 

Significa también aprender a envejecer, respetar la voz de los que vienen detrás. No se trata de hacerse el joven, ni de despreciar lo que ya pertenece a otro tiempo. Se trata de comprender la suerte de recibir un legado para dejarlo después en unas manos nuevas. La suerte de formar parte de un camino que va más allá de nosotros. Y nunca será bastante. Yo nací un 4 de diciembre, el mismo día y 7 años después de que muriera mi admirado Pedro Salinas. He tenido la fortuna de que ese poeta fuera también mi padre.

Camino hasta el Cementerio de Santa María Magdalena en San Juan de Puerto Rico. Aunque murió en Boston, el 4 de diciembre de 1951, el poeta Pedro Salinas pidió que lo enterrasen aquí. La Universidad de Puerto Rico se había convertido en un lugar hospitalario para el exilio español gracias al rector Jaime Benítez. Allí dieron clases Juan Ramón Jiménez, Salinas y Francisco Ayala. El recinto de Río Piedras guarda muchos lugares en los que vive la cultura española. Por eso quiso Pedro Salinas descansar allí, en un hermoso cementerio junto al mar. Sus palabras unen dos orillas en una misma lengua, Puerto Rico y España, el poeta y sus lectores.

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