La muerte y la palabra

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La novela Noviembre (Planeta, México, 2015) de Jorge Galán empezó a escribirse en distintos años. Empezó en 1950 cuando el joven español Ignacio Ellacuría decidió viajar a El Salvador para vivir allí su vocación religiosa. Empezó en 1980 cuando el arzobispo Óscar Romero fue asesinado durante la celebración de una misa en la que denunciaba una vez más las injusticias de su país. Empezó en 1989 cuando un muchacho salvadoreño de 16 años, aficionado a las quimeras, al fútbol y a los barcos fantasmas, se enteró en medio de una guerra que habían sido asesinados 6 jesuitas y dos mujeres en la Universidad Católica. O quizá empezó a escribirse hace muchos siglos, en los orígenes remotos de la convivencia, cuando las palabras se organizaron en cuento y la voz de narración se atrevió a hablar para combatir el olvido, guardar las historias y convertir la ficción en el lugar de la verdad.

Jorge Galán es un buen poeta salvadoreño mucho más diestro en hacer versos que en defenderse de las cosas de la vida. La firmeza con la que busca metáforas, araña recuerdos e imagina aventuras se transforma en desamparo cada vez que debe resolver un asunto de la existencia cotidiana. Le cuesta trabajo sacarse un billete de avión, acercarse a una ventanilla o concretar una cita. Sus amigos cuentan mil anécdotas que ejemplifican a la vez su valentía literaria y la tímida desorientación con la que se enfrenta a la burocracia de los acontecimientos normales.

La valentía literaria se ha impuesto ahora en la tranquilidad preventiva de Jorge Galán y lo ha empujado a escribir una novela-crónica sobre la muerte del teólogo Ignacio Ellacuría y de sus compañeros jesuitas, asesinados por el ejército salvadoreño el 16 de noviembre de 1989. Con el rigor de un cronista, el escritor buscó al padre José María Tojeira, y al expresidente Cristiani, y a los profesores de la UCA, y a los investigadores del crimen, y a los antiguos soldados dispuestos a hablar…, hasta definir todos los detalles de aquel asesinato.

La arbitrariedad de aquellos años, marcados por la prepotencia militar y la impunidad, no necesitaba muchos móviles para actuar contra unos sacerdotes acusados de izquierdistas. Pero tampoco estaba de más acabar con un jesuita español, un pensador prestigioso, llamado a mediar entre el Gobierno y la guerrilla en el intento de un proceso de paz. Con el dinero que los Estados Unidos dedicaban al conflicto, se estaban haciendo millonarios algunos militares. Así que no era oportuna esa idea de acabar con el negocio de la violencia. Detrás de cada odio suele haber un billete de dólar.

El novelista rompe en Noviembre las costuras de la crónica y desata las estrategias de la narraciónNoviembre para que entendamos por dentro lo que significan el amor, el miedo, el compromiso de unas vidas, las amenazas, la muerte que se intuye y el comportamiento apoyado en la fe y en el sentido de la solidaridad. La narración salta de los hechos a los silencios, los insomnios, los ruidos nocturnos, la soledad, las alegrías, los vínculos familiares, las ausencias y las discusiones hasta llegar a esa imagen última de la infancia que se recuerda justo antes de una detonación, al borde de la muerte.

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La muerte da miedo, claro está, pero también crea lealtades y lazos con los vivos. Después del asesinato de monseñor Romero, el obispo de los pobres, Ignacio Ellacuría no quiso aceptar la lógica prudente de la renuncia. Después de la muerte de Ellacuría, y de Segundo Montes, Ignacio Martín-Baro, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López López, Julia Elba y Cecilia Ramos, tampoco iba a aceptar el padre José María Tojeira los chantajes y las amenazas de una versión oficial manipulada: la guerrilla era responsable del asesinato.

La muerte se hace palabra viva. La literatura y la lealtad, el compromiso con la memoria y con la verdad de los muertos, han hecho que Jorge Galán herede esta firmeza, investigue los detalles, escriba una novela y convoque en sus páginas, con nombre real, uno por uno, a los que ordenaron el crimen, dispararon las armas, ocultaron los hechos y permitieron que muchos de los responsables sigan después de 26 años disfrutando de una impunidad absoluta en El Salvador.

El poeta arriesgado ha escrito una buena novela. El Jorge tímido, con la naturalidad de las personas decentes, se ha metido en el ojo de un huracán. El Salvador y la literatura son una herida abierta.

La novela Noviembre (Planeta, México, 2015) de Jorge Galán empezó a escribirse en distintos años. Empezó en 1950 cuando el joven español Ignacio Ellacuría decidió viajar a El Salvador para vivir allí su vocación religiosa. Empezó en 1980 cuando el arzobispo Óscar Romero fue asesinado durante la celebración de una misa en la que denunciaba una vez más las injusticias de su país. Empezó en 1989 cuando un muchacho salvadoreño de 16 años, aficionado a las quimeras, al fútbol y a los barcos fantasmas, se enteró en medio de una guerra que habían sido asesinados 6 jesuitas y dos mujeres en la Universidad Católica. O quizá empezó a escribirse hace muchos siglos, en los orígenes remotos de la convivencia, cuando las palabras se organizaron en cuento y la voz de narración se atrevió a hablar para combatir el olvido, guardar las historias y convertir la ficción en el lugar de la verdad.

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