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La política del consumo o vota porque te duele un pie

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La Santa Navidad empieza a finales de octubre. Aparecen los primeros juegos de luces, los anuncios de televisión se vuelven más locos que nunca, los comercios preparan sus mercancías y las familias se llaman para preguntarse en dónde les toca la cena del 24. Lo de menos, claro está, es que nazca un niño dios. Por eso la celebración se convierte en una larga temporada comercial.

Las conversaciones sobre el carácter mercantilista de la Navidad no tardaban mucho en aparecer hace unos años. Fueron una moda. Cuando la sombra de los sentimientos cristianos ocupaban un lugar en nuestras vidas, la verdad es que era un poco paradójico ver convertida la historia sagrada en un templo tomado sin pudor por los mercaderes. Ya nadie se extraña porque Dios brilla aquí por su ausencia. Después de todo, si su muerte es un espectáculo costumbrista para el turismo, una celebración sin respeto, por qué vamos a privarnos de convertir su nacimiento en unos grandes almacenes.

Esas discusiones melancólicas sobre los sentimientos cristianos tuvieron más tarde una resistencia caritativa de tinte político. Teniendo en cuenta que Jesús, María y José eran unos pobres refugiados perseguidos por la policía y que Baltasar era negro, resultaba también paradójico que hubiese creyentes incapaces de sentir compasión por los inmigrantes. La verdad es que la prepotencia de los mercaderes y el racismo frente a los pobres pueden casar bien con la Iglesia, pero se lleva muy mal con los Evangelios y con la vida de Jesús.

Como no soy creyente, nunca sentí melancolía al ver que los devotos eran convertidos en consumidores. Sin embargo, vivo como una herida propia la conversión actual de la ciudadanía en clientela, la transformación de la opinión pública en basura mediática y la sustitución de los valores democráticos por campañas publicitarias al gusto de consumidor. Así están las cosas para el que quiera meditar en vez de seguirle el juego de gritos y algaradas a la dinámica antidemocrática que se nos ha venido encima.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el maestro Francisco Ayala intensificó sus meditaciones sobre la libertad en un mundo partido entre el imperialismo estalinista y la manipulación publicitaria de la libertad que llegaba de los Estados Unidos. Las redes sociales han conseguido ahora la sustitución definitiva del discurso político por el vértigo publicitario. El asalto a los valores democráticos tiene una doble dinámica mercantil: se rompe la cohesión social para favorecer el enriquecimiento sin control estatal de las élites y se sustituye el periodismo decente por una batidora de mensajes publicitarios, noticias falsas destinadas a halagar al cliente.

Es muy recomendable el libro de Eli Pariser, El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos (Taurus, 2017). Ayuda a comprender nuestra realidad cotidiana y el alcance de las nuevas formas del clientelismo. Si yo entro en Google y pregunto por Nueva York, es muy fácil que me aparezcan Federico García Lorca, Columbia University y la tradición de los hispanistas republicanos que vivieron allí después de la guerra. Las redes me han fichado, saben lo que me interesa y lo que pueden venderme. Y cada cliente que se acerque a la red será recibido con los brazos o los filtros abiertos.

Niebla, mi camarada

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El discurso político actual sigue estas reglas. Cada ciudadano es halagado por lo que quiere leer para que opine del estado de la democracia no desde el conocimiento compartido, sino según el pie que le duela. La fragmentación social ha llegado a la fragmentación del discurso, porque la gente tiene los pies en el wasap más que en la tierra.

¿Qué se puede hacer? Pues no se me ocurre más alternativa que volver a unir los valores democráticos a la realidad de la vida, es decir, pensar con la democracia en la cabeza y con los pies en la tierra. La tarea es difícil y larga, pero hay algunos consejos caseros, de andar por casa, que me atrevo a darle a mi gente en estas fiestas tan familiares:

 

  1. Cuidado con meterse de manera facilona con los sindicatos. Pueden cometer errores, pero son el mejor aliado de los derechos laborales.
  2. No reírse de las buenas intenciones de los que intentan una y otra vez abandonar la ofensa y establecer un diálogo para encontrar soluciones al conflicto catalán.
  3. No caer en el error de pensar que el relato independentista de ahora tiene algo que ver con la república, la izquierda o la democracia.
  4. No admitir ningún tipo de argumento capaz manipular el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres, ocultando de paso los datos terribles de la violencia machista.
  5. No dejar que las buenas causas se conviertan en un lobby de intereses y cabildeos.
  6. No perderle el respeto a la dignidad de cualquier ser humano.
  7. Los ilustrados pueden en ocasiones ser víctimas del mercado extremo y de los totalitarismos. Los populistas siempre.
  8. Orgullo y paciencia contra la soberbia y la mentira.

La Santa Navidad empieza a finales de octubre. Aparecen los primeros juegos de luces, los anuncios de televisión se vuelven más locos que nunca, los comercios preparan sus mercancías y las familias se llaman para preguntarse en dónde les toca la cena del 24. Lo de menos, claro está, es que nazca un niño dios. Por eso la celebración se convierte en una larga temporada comercial.

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