Lo público es una forma de intimidad

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Este artículo empieza a hablar pensando en ti. En los momentos de amistad más ambiciosa, las palabras podrían imaginarse que hablan de ti, que forman parte de tu intimidad y tus afanes. Si se tratase de un poema, las palabras se atreverían a decirlo. Pero una precaución pudorosa no se atreve aquí, en esta columna, a llegar hasta ese extremo, no se atreve a decir que habla de ti, sino que habla para ti.

La lectura de los libros más importantes son una forma de hospitalidad. Llegan de pronto las páginas decisivas que desatan sus puestas de sol y sus puertas abiertas para que las palabras sean habitadas, vividas por dentro y permanezcan después de cerrado el libro. Las aventuras, los miedos, los amores, las indignaciones o las quimeras dejan de pertenecer al personaje y entran por los ojos hasta el interior de una mirada propia, una historia personal, una conciencia y un corazón. Las páginas pasan y los libros nos pasan.

La escritura sabe que vale poco dejar testimonio de una memoria personal, un miedo, un amor, una indignación o una quimera si no se consigue que la historia sea habitada por los demás y se convierta en un acontecimiento de lectura. De nada sirve un amor particular si las palabras no consiguen desembocar en una relación particular de cada lectura con el amor. La escritura hace el poema, pero sólo la lectura permite que el hecho poético salga a la luz interior y exterior.

Creo en la política. Creo que la política democrática es el eje decisivo para la convivencia justa. Creo que el prestigio y la autoridad de la política son el fundamento de que las instituciones puedan regular nuestra vida, poner límites a la ley del más fuerte, sostener el contrato social y el marco que asegure nuestros deberes de cuidar, nuestro derecho a ser cuidados. Es mi credo. Por eso desde hace cuarenta años hay política en mis poemas. Por eso nunca me ha importado que unos puros-puros critiquen las impurezas sociales de mis poemas y que otros puros-impuros denuncien la falta de dogmas panfletarios en mis versos. Unos sacrifican la igualdad en el altar de las palabras, mientras otros martirizan la libertad. No creo en el supremo salvador, sino en la política democrática.

Como la preocupación política ha enseñado tanto a la buena poesía, me gustaría que la buena poesía enseñara algo fundamental a la política. Y es esto: lo público es una forma de intimidad, de vínculo profundo. Sólo es útil la política como un modo de hospitalidad. Es la política institucional que facilita ser habitada por los ciudadanos, del mismo modo que los lectores hacen suyo un poema de amor o una novela de aventuras, piratas, historias urbanas, intuiciones de futuro, naves espaciales y replicantes.

El verdadero reto de la política

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Una dinámica cada vez más ardiente define la política como una discusión casi siempre agresiva entre políticos y no como un diálogo de las preocupaciones públicas con cada uno de nosotros y nosotras. Los resultados son negativos, muy negativos. La vieja inercia del y tú más y tú más convierte cualquier debate en un asunto de otros que se pelean y se justifican a sí mismos al descalificarse, perdiendo la relación personal con los que miran. Los ciudadanos olvidan que la política habla de ellos, de sus miedos y esperanzas, de sus dificultades y sus aspiraciones, y no de las maldades o bondades de los políticos. Una ruidosa estrategia alentada por el pensamiento más reaccionario.

Y el riesgo no sólo está en el alejamiento y la indiferencia, sino en el caldo de cultivo de unas implicaciones instintivas que se fomenten al margen de los cauces institucionales democráticos. El grito de “no nos representan” se transforma en una bomba de relojería cuando cae en manos de los demagogos que sustituyen los argumentos por las mentiras y las razones por los rayos y las tormentas.

Para un lector sólo es bueno el poema que habla de él. Sólo es buena la política que habla de la ciudadanía y para la ciudadanía. Hablar para la gente es la mejor forma de sostener con provecho el diálogo entre opciones políticas distintas. La etimología hermana las acciones de elegir y leer. Y sólo es elegante el que lee y elige bien.

Este artículo empieza a hablar pensando en ti. En los momentos de amistad más ambiciosa, las palabras podrían imaginarse que hablan de ti, que forman parte de tu intimidad y tus afanes. Si se tratase de un poema, las palabras se atreverían a decirlo. Pero una precaución pudorosa no se atreve aquí, en esta columna, a llegar hasta ese extremo, no se atreve a decir que habla de ti, sino que habla para ti.

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