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Por respeto a las víctimas

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Es una desgracia que la calamidad del terrorismo, que ya forma parte del pasado en la historia de España, siga presente en las manipulaciones de los debates políticos. Las víctimas se merecen respeto. Hubo un tiempo en el que un fundamentalismo muy grave confundió la apuesta por su identidad nacional con el derecho a matar. Se desataron experiencias humanas de dolor que fuimos conociendo día a día en las noticias, las crónicas, las conversaciones y los abrazos inevitables entre los muertos y los vivos.

Un hombre baja las escaleras de su casa, sale a la calle para ir a trabajar y recibe dos tiros en la cabeza. Una mujer escucha dos tiros en la calle, se precipita a la ventana y ve el cuerpo de su marido bañado en sangre. Un matrimonio se sube al coche, encienden el motor y saltan por los aires. Padres, madres, hijos, hijas, recibirán la noticia a través de un vecino, una llamada de teléfono o unas imágenes en el televisor. La angustia entra en una casa cuartel de la Guardia Civil hasta encontrar a la familia de la persona que acaba de ser asesinada en una carretera. El espanto paraliza la vida de una ciudad cuando una bomba irrumpe en una estación o una calle para colmar de cadáveres la convivencia. Fue un dolor que merece respeto.

Cuando se repite que España vive una situación difícil, me acuerdo de las mañanas en las que me despertaban las noticias de la radio hablando de viudas, hermanas desconsoladas y huérfanos. Recuerdo también el vacío que me produjo el éxito político del terror cuando se favoreció desde el Estado a una banda de asesinos para responder a los asesinos de ETA con sus mismos medios de violencia y muerte. Maldita ETA, maldito GAL, maldita persecución política contra el juez decente que quiso investigar el terrorismo de Estado.

La angustia de todo lo sufrido hizo que viviera con orgullo nacional la victoria de la democracia española sobre ETA. Por fin se impuso la idea de que cualquier apuesta ideológica debe debatirse sin violencia en el ámbito de la política y las urnas. Ese mismo orgullo nacional y democrático es el que me hace vivir con tristeza la manipulación en el presente del terrorismo pasado. Es muy fuerte que se utilice el recuerdo de los muertos para justificar programas políticos que pretenden bajarle impuestos a los ricos, convivir con la precariedad laboral, vender la sanidad pública a los negocios privados, sostener la desigualdad a través de desequilibrios educativos, defender la acumulación de riqueza de las élites y generar odio contra las personas obligadas a migrar desde los países más pobres hacia Europa. Quien quiera sostener el bien de esas ideas está en su derecho democrático, pero debería dejar en paz a los muertos.

No podemos comparar ni confundir todo lo que sufrimos durante décadas en el País Vasco por culpa de ETA con las situaciones vividas en Cataluña. Los matices, en este caso, tienen que ver con la dignidad jurídica y política de España

La mezquindad llegó al extremo en 2004 al manipular un asesinato masivo del fundamentalismo islámico para atribuirlo por intereses electorales a ETA. Con la estación de Atocha cargada de muertos, el Gobierno del PP y un sector infame de la prensa se dedicaron a falsificar los hechos. Toda vergüenza ilumina ejemplos de dignidad. Recuerdo con orgullo cívico que José Antonio Zarzalejos, un periodista de pensamiento conservador, se negó a respaldar una infamia que manchaba la decencia del mundo y, por concretar, el ámbito del español.

Es triste que se siga faltando el respeto a la historia de las víctimas. La palabra terrorismo se relaciona en España con el tiro en la cabeza, el dolor de un huérfano y las bombas de ETA o del fundamentalismo islámico. Utilizar esa palabra para calificar una protesta callejera, aunque en medio de esa protesta le diese un infarto a un turista, es un ejercicio de manipulación. Yo me niego a ser tratado como terrorista y a ser igualado con ETA por participar en una movilización política o sindical. Me niego a sentirme terrorista cuando entre mis recuerdos surge, por ejemplo, el 14 de diciembre de 1988 y mi participación en un piquete sindical contra las políticas económicas de Felipe González. Fiel a sí mismo, este político sigue defendiendo hoy a las élites económicas. Intentando ser fiel a mí mismo, yo sigo oponiéndome a los privilegios de esas élites y negándome a la violencia terrorista de cualquier tipo, incluido el terrorismo de Estado.

Por respeto al dolor de las víctimas, debería evitarse la manipulación sesgada de la palabra terrorismo. Tengo una opinión muy negativa del independentismo clasista y reaccionario de los herederos de Pujol. Pero no podemos comparar ni confundir todo lo que sufrimos durante décadas en el País Vasco por culpa de ETA con las situaciones vividas en Cataluña. Los matices, en este caso, tienen que ver con la dignidad jurídica y política de España. 

Es una desgracia que la calamidad del terrorismo, que ya forma parte del pasado en la historia de España, siga presente en las manipulaciones de los debates políticos. Las víctimas se merecen respeto. Hubo un tiempo en el que un fundamentalismo muy grave confundió la apuesta por su identidad nacional con el derecho a matar. Se desataron experiencias humanas de dolor que fuimos conociendo día a día en las noticias, las crónicas, las conversaciones y los abrazos inevitables entre los muertos y los vivos.

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