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Sí nos representan

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Hay mucho de verdad en ese lema “No nos representan” que lanzamos en las manifestaciones contra el comportamiento de los políticos. El voto que nos piden en las campañas electorales no es nunca un contrato social. Sus decisiones parlamentarias o gubernamentales tienen poco que ver con lo que prometen.

La costumbre política permite que nuestros representantes mientan cuando hablan. Mienten también cuando callan. La respuesta militarista de Europa a los atentados de París nos ha ofrecido un buen ejemplo de las mentiras que se ocultan en los silencios. El presidente Rajoy evita pronunciarse porque resulta incómodo pedir el voto bajo los himnos de la guerra. Pero tiene una demostrada experiencia belicista y no dudará en ponerse al servicio de la industria de las armas en cuanto llegue al poder.

Su prudencia es una forma más de torear a los votantes. Respetar la decisión que tome el próximo Gobierno sólo sirve aquí para ocultar durante la campaña lo que piensa hacer si llega a gobernar. Los otros estadistas europeos comprenden estas cosas de la necesaria mentira política y respetan la coyuntura de su colega español.

Pero ya que hablamos de sinceridades y engaños, conviene también que pensemos en lo que de mentira tiene el lema “No nos representan”. Y es que muchos políticos españoles hacen lo que hacen, mienten lo que mienten, roban lo que roban, usan los medios de comunicación como los usan, obedecen a las élites económicas como las obedecen, porque sus votantes se lo permiten y porque carecemos de un tejido social capaz de exigir desde la España real un decoro democrático en la España oficial.

Del “no nos representan” consolador pasamos en un momento al “tenemos lo que nos merecemos”. Tampoco es del todo justo este sentimiento de culpa, pero no carece de motivos. La falta de educación democrática en España es todavía insoportable después de que se hayan cumplido 40 años de la muerte del Caudillo.

Conviene hablar en serio, aunque sea con humor, del sí y del no en la representación. La novelista Marta Sanz ha ganado el Premio Herralde con una magnífica novela titulada Farándula (Anagrama, 2015). La voz de la narración confiesa que el término farándula esconde una mezcla de faralaes y tarántula, es decir, de los entretenimientos superficiales de la sociedad del espectáculo y de los venenos y picaduras profundas de la existencia mercantil que llevamos.

El mundo del teatro es una buena metáfora para contar la vida de hoy. Pero no se trata sólo de denunciar las mentiras de la representación que caracterizan las promesas políticas y los cantos de sirenas de la publicidad. El teatro moderno consolidó sus raíces en la representación pública de lo privado. Cuando se abre el telón, se descorre la pared del cuarto de estar en el que sucede nuestra vida cotidiana. Así que hablar en serio de teatro supone buscar el punto de articulación en el que los intereses privados de cada uno se relacionan con la vida pública.

Los protagonistas de la novela de Marta Sanz son actores y actrices que viven su profesión de distinta manera. Nos encontramos, por ejemplo, con el actor de éxito que gana mucho dinero y que al mismo tiempo firma manifiestos contra el paro y las injusticias sociales, poniendo en riesgo su carrera por las antipatías que despierta en el público una toma de postura política. Nos encontramos también con la actriz joven que decide participar sin pudor en un reality show para abrirse paso gracias a la popularidad que otorga la telebasura.

¿Quién es más comprometido, más ideológico? El compromiso político con nuestra cultura dominante es mucho más fuerte en el reality show que en el manifiesto. reality showLa articulación de la farándula vital, las relaciones privado-público en la ley de la oferta y la demanda, nos convierten a todos en actores. El electoralismo y el populismo televisivo son un aspecto más de la realidad virtual en la que vivimos. Y el vivir sin principios no augura buenos finales.

La muerte y la palabra

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El pintor chileno Roberto Matta, uno de los más grandes artistas del siglo XX, regaló al pueblo de Sanlúcar de Barrameda una escultura que se colocó en Bajo de Guía, junto a la desembocadura del Río Guadalquivir. Un buen lugar para que España mire hacia América. Pero el ayuntamiento socialista de Sanlúcar, sin duda animado por una demanda popular, ha decidido quitar la obra de Matta para sustituirla por una imagen de la Virgen del Rocío.

El concejal de Ahora Madrid Guillermo Zapata opina que no es necesario quitar los nombres y los símbolos franquistas del callejero de Madrid porque hay otras cuestiones prioritarias. ¿Para quién? ¿Para qué? ¿Y cuál es la incompatibilidad?

¿Nos representan nuestros políticos? Que cada uno de nosotros haga examen de conciencia.

Hay mucho de verdad en ese lema “No nos representan” que lanzamos en las manifestaciones contra el comportamiento de los políticos. El voto que nos piden en las campañas electorales no es nunca un contrato social. Sus decisiones parlamentarias o gubernamentales tienen poco que ver con lo que prometen.

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