Más que un artículo, le debo una declaración de amistad a Eduardo Mendicutti. Acabo de leer su última novela, Otra vida para vivirla contigo (Tusquets, 2013), y estoy conmovido por razones literarias y biográficas. Todo tipo de literatura, hasta la poesía, hasta la autobiografía, depende del poder de la ficción. Pero la ficción depende también de su capacidad de convertirse en vida, ya sea al hablar de lo que ocurre en nuestra calle, ya sea al intuir mundo lejanos y utópicos en el siglo XXII. Y esta novela, que nace de la vida de Eduardo, se convierte en vida. El verdadero reto de la ficción no consiste aquí en imaginar mucho, en cambiar y disfrazar las cosas, sino en la capacidad de acercarse al desnudo del amor y del dolor, provocando una sensación de verdad, no un desahogo patético.
Si confieso que le debo una declaración de amistad a Eduardo, no aludo a una deuda literaria. Cada vez que publica una novela, procuro escribir una reseña. Eduardo Mendicutti, con sus golpes de humor en el vocabulario, los personajes y los argumentos, me parece uno de los novelistas más serios de la literatura española. Al hablar de él, necesito siempre destacar su homosexualidad para después dejarla a un lado. Es importante señalar el compromiso de libertad que asumió desde sus primeros libros, contando la experiencia de la homosexualidad en una España represiva. Casi siempre se trata de homosexuales que no santifican la marginalidad, sino que viven con orgullo y miedo su libertad, sabiendo que es la libertad de todos, y que merece la pena dar la cara por un mundo más justo y más respetuoso con la historia particular de cada uno de sus habitantes.
Pero una vez destacado su compromiso, es necesario evitar que una crítica literaria llena de prejuicios intente reducir las novelas de Mendicutti a un subgénero marcado por el asunto. Porque sus libros trascienden cualquier anécdota, cualquier límite, y acaban indagando en lo más profundo de la condición humana. Mientras no se caracterice a Madame Bovary como una novela heterosexual, no hay por qué calificar de forma rutinaria a las novelas de Eduardo Mendicutti con la insistencia en su homosexualidad.
Otra vida para vivirla contigo es un ejemplo de este poder narrativo transcendente. Uno se sumerge en el humor brillante de una historia llena de gracias, maldades, cotilleos y desparpajos, para acabar en lo más hondo de un sentimiento que nos descubre el desamparo que hay en la máscara del humor y la debilidad solitaria que esconde cualquier ser humano. Si pensamos en Oscar Wilde, pasamos de pronto de La importancia de llamarse Ernesto –y así se llama el protagonista de la novela de Mendicutti–, a la conmovedora y deslumbrante confesión de De Profundis, el libro en el que el escritor irlandés cuenta desde la cárcel la historia con el muchacho que acabó arruinándole la vida.
Eduardo no cuenta una ruina, sino un amor con todos sus detalles de entrega, miedo, deseo, felicidad, desamparo y humillación. La homosexualidad, por supuesto, genera matices sociales inevitables, pero el sentimiento del libro conmueve igual que cualquier otra historia de amor. Ahí están para demostrarlo los boleros y las rancheras que marcan la prosa y el argumento.
Las novelas en clave invitan a localizar personajes reales. Es fácil conseguirlo aquí. Pero lo que más me ha afectado es que el protagonista actúa como un heterónimo, no como una máscara. Es un personaje que, al vivir por su cuenta, saca del interior de Eduardo Mendicutti cosas que una identidad única podría esconder con la ayuda del humor y de otro tipo de estrategias. Ernesto no es un seudónimo, sino un heterónimo que me ha hecho comprender la profundidad de un amor y un dolor que a mí, como amigo, me había pasado desapercibido. Conocía la historia, incluso con detalles, pero había sido incapaz de tasarla. Sin querer, con ganas de ayudar, podemos equivocarnos con quien tenemos al lado.
La deuda de este artículo es personal y quiere presentarse como una declaración de incondicionalidad. Si las páginas más conmovedoras de Otra vida para vivirla contigo, suponen una declaración descarnada cuando el amante se casa con otro, yo hago aquí una confesión de amistad. Ni siquiera me interesa valorar el comportamiento de algunos personajes o el concepto de libertad e independencia que recorre la historia. Y la verdad es que da para mucho el modo en el que un ser aparentemente libre, no me importan lo que los demás piensen de mí, puede caer en la falta absoluta de escrúpulos: me traen sin cuidado los demás. Narciso es una de las claves del neoliberalismo.
Pero no voy a entrar en eso. Sólo quiero confesar que sea como sea el final, y da igual qué tipo de amor o qué tipo de dolor, siempre estaré de parte de Eduardo Mendicutti.
Más que un artículo, le debo una declaración de amistad a Eduardo Mendicutti. Acabo de leer su última novela, Otra vida para vivirla contigo (Tusquets, 2013), y estoy conmovido por razones literarias y biográficas. Todo tipo de literatura, hasta la poesía, hasta la autobiografía, depende del poder de la ficción. Pero la ficción depende también de su capacidad de convertirse en vida, ya sea al hablar de lo que ocurre en nuestra calle, ya sea al intuir mundo lejanos y utópicos en el siglo XXII. Y esta novela, que nace de la vida de Eduardo, se convierte en vida. El verdadero reto de la ficción no consiste aquí en imaginar mucho, en cambiar y disfrazar las cosas, sino en la capacidad de acercarse al desnudo del amor y del dolor, provocando una sensación de verdad, no un desahogo patético.