Los altivos halcones duros. Arrogantes y chulescos, imperiales, orgullosos, ostentosos. Aznar fue siempre el arquetipo. Organiza una boda de Estado en un monasterio regio, sentando al rey de verdad y a varios primeros ministros en los bancos de invitados; se va a las Azores para "sacar a España del rincón de la Historia"; le saca la peineta a unos estudiantes que le parecen impertinentes; cambia las populosas playas de Santa Pola por el barco del billonaire Briatore... Esas pulseritas y correítas de cuero en la muñeca, tan características de quien quiere parecer algo más joven y marchoso de lo que es, el entrenamiento tenaz para lucir aspecto deportivo, la admirable disciplina con que se afana en aprender el inglés y ofrecer conferencias en Estados Unidos de... Estoy seguro de que de pasar por la consulta de un psiquiatra, a Aznar le diagnosticarían hibris, ese mal de altura tan característico de los líderes que se creen en posesión de una verdad incontestable, de una suerte de misión ante la Historia a la que ellos han sido llamados.
Daniel Romero-Abreu, el joven emprendedor creador de Thinking Heads, especialista en gestionar agendas de expresidentes, describe muy bien lo que pasa a quien deja la jefatura del Gobierno. El teléfono deja de sonar. Dejan de consultarte. A la sensación de relajo inicial por la ausencia de graves responsabilidades, enseguida le sucede el vértigo del vacío y la angustia de que nadie te preste ya atención. Debió de ser duro para Aznar ese tránsito. Pero al menos pudo seguir volando en solitario de Madrid a Washington, poner por ahí fuera a parir a su Gobierno mientras gobernaba Zapatero, salir a la calle en manifestaciones y ganar unos 40.000 euros por conferencia y, se dijo, algo más de medio millón de euros por la publicación de su trilogía. El expresidente tenía su espacio mientras confirmaba que Mariano no daba para más y que seguía en la oposición. También sabemos de siempre que Aznar optó por Mariano como sucesor porque era más controlable que Rato, que no se habría dejado mandar por un nuevo rico, siendo él rico de toda la vida...
Lo que sucedió después, sin embargo, ha debido de superar la paciencia del halcón. Mariano se rodea en el círculo más cercano de una cuantas palomas: más gregarias, más jóvenes, más suaves en las formas y en el fondo, más amables... ¡Y gana! Hace luego Rajoy lo que le viene en gana, no consulta a su valedor, ni le halaga, ni le llama, ni le consulta. Tampoco parece muy interesado en defenderle de las cosas de que se acusa al ex: todo eso de los sobresueldos, del estado de la contabilidad del partido en su época... esa falta de consideración por su esposa a la que ya están pensando en relevar...
Tras la entrevista del miércoles en Antena 3, los analistas han tratado de escudriñar los motivos por los que José María Aznar deja en tan mal lugar a Rajoy de manera inmisericorde. ¿El patriotismo de quien ve que el país no está siendo bien dirigido? ¿Un arranque de egolatría? ¿Ambición personal?
¿Y si fuera todo a la vez? Veamos qué saca el ex de una entrevista que, por supuesto, había sido bien pensada y preparada:
Primer éxito: Aznar logra llamar la atención y nos pone a todos a hablar sobre él, el mayor placer de los egos grandes.
Segundo éxito: nos ofrece el contraste de quien tiene las ideas claras y las defiende con contundencia. El presidente Rajoy, con su precario nivel de aprobación, su persistencia en significarse poco y manifestarse lo imprescindible, se empequeñece aún más frente a la altiva llamada a la acción de Aznar, en prime time y sin complejos.
Tercer éxito: se sitúa en el escenario para decir que, si la cosa se pone aún peor y Mariano ya no puede, él está ahí. Quizá no él personalmente (aunque quién sabe: es aún joven y tiene su público, quizá más numeroso que el que tiene en este momento Rajoy), pero sí para influir en quien pudiera eventualmente tomar el relevo de Rajoy. Hoy toda España sabe que lo que diga Aznar importa; sigue importando. Por si algún día fuera necesario.
Cuarto éxito, no menor: quizá gracias a la entrevista vuelvan a poner su último libro en la mesa de novedades. No olvidemos que el canal que le lleva es propiedad del mismo grupo que le publica.
Y quinto éxito: reedita su misión salvífica. No le gusta lo que ve, y lo dice. Por responsabilidad. Por el partido. Por España.
A mí la actitud de Aznar me recuerda más bien a la de un ave de carroña. No me parece valiente ensañarse con quien fue tu valido y tu apuesta personal y hoy está débil ante la opinión pública. Me parece cobarde dificultarle la tarea a quien tú apoyaste en el inicio, desde la cómoda poltrona de en un plató de televisión, con los riesgos controlados, si más preocupación que elegir el lugar de tu próxima conferencia o el hotel en el que vas a pasar el fin de semana. Me parece ruin generar en tu Gobierno la perplejidad, la incertidumbre y la desazón.
Pero todo eso al presidente más arrogante que hemos tenido desde Franco le da lo mismo. Ni siquiera lo siente. Vuela alto y altivo el halcón. Él tiene una misión. Él es grande. Sólo responde ante la Historia. Solo le mueve la responsabilidad, el partido y España. Aunque no le comprendamos: ése es problema nuestro, pobres y estúpidos espectadores.
Los altivos halcones duros. Arrogantes y chulescos, imperiales, orgullosos, ostentosos. Aznar fue siempre el arquetipo. Organiza una boda de Estado en un monasterio regio, sentando al rey de verdad y a varios primeros ministros en los bancos de invitados; se va a las Azores para "sacar a España del rincón de la Historia"; le saca la peineta a unos estudiantes que le parecen impertinentes; cambia las populosas playas de Santa Pola por el barco del billonaire Briatore... Esas pulseritas y correítas de cuero en la muñeca, tan características de quien quiere parecer algo más joven y marchoso de lo que es, el entrenamiento tenaz para lucir aspecto deportivo, la admirable disciplina con que se afana en aprender el inglés y ofrecer conferencias en Estados Unidos de... Estoy seguro de que de pasar por la consulta de un psiquiatra, a Aznar le diagnosticarían hibris, ese mal de altura tan característico de los líderes que se creen en posesión de una verdad incontestable, de una suerte de misión ante la Historia a la que ellos han sido llamados.