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La cultura de (paz) seguridad y defensa, más que una muletilla

No hay discurso protocolario en el ámbito castrense que no haga referencia a la cultura de defensa. Sin ir más lejos, la Ministra, en su alocución de la pasada Pascua Militar, hablaba una vez más de ella: “Conseguir que nuestra sociedad adquiera Cultura de la Defensa permitirá que cada ciudadano formule su propio juicio sobre su importancia como parte de la Seguridad Nacional y comprenda y asuma su necesidad para nuestra protección y para la protección de nuestros intereses y valores”.

Sin duda, estos recordatorios están muy bien, entre otras cosas porque la misma Ley Orgánica de la Defensa Nacional (2005) obliga a tenerla presente en la acción de Gobierno, y porque la Directiva de la Defensa Nacional (2012) recuerda que los ciudadanos deben “tener cumplida información de la situación de la defensa” para así poder asumir una “exigencia crítica que obligue a sus representantes políticos”. Pero, más allá de los discursos y la letra de las normas, bajando a tierra: ¿qué se está haciendo para que la sociedad civil conozca, comprenda, y en consecuencia valore y adquiera un juicio (también crítico) sobre la Seguridad Nacional y las personas que la protegen? Y, ¿quién debería llevar a cabo esta labor, sólo el Ministerio de Defensa?

A finales de 2011 el Ministerio de Defensa había terminado la elaboración de su segundo Plan Director de Cultura de Seguridad y Defensa (el primero había tenido escasa incidencia). A lo largo de ese año los órganos centrales del Ministerio elaboraron con los tres ejércitos un plan conjunto (no es misión fácil poner de acuerdo a Tierra, Mar y Aire) para dar una respuesta eficaz a aquella exigencia legal y dotar de sentido a los discursos políticos. En los ámbitos relativos a la educación, las relaciones con el tejido social civil, la investigación académica, las publicaciones, el patrimonio histórico, las relaciones institucionales o el propio mundo de la comunicación, el Plan se construyó como el principal instrumento para ordenar, estructurar, coordinar y dar a conocer la enorme cantidad de acciones, materiales, sitios de interés e información que proponen, realizan y atesoran nuestras Fuerzas Armadas y otros organismos encargados de la seguridad. Es decir, casi todo aquello que forma parte de la cultura de seguridad y defensa.

La legislatura llegaba a su fin, y la ministra Carmen Chacón decidió no aprobar el Plan, con la intención de que, si bien el documento carecía de connotaciones ideológicas o de partido, no adquiriese el “color político” de un gobierno claramente de salida; es decir, con la intención (no tan común) de que quedase como un trabajo útil para el siguiente equipo del ministerio, el cual, con las modificaciones que estimase convenientes, lo aprobase como propio y le permitiera, en definitiva, cumplir su cometido. Sin embargo, el nuevo Plan Director de Cultura de Seguridad y Defensa nunca vio la luz. El ministro Morenés, que también hablaba habitualmente en sus discursos de la importancia de la cultura de seguridad y defensa, debió entender que no era necesario.

Esa misma actitud contradictoria con la importancia que se suele atribuir a la información sobre nuestro ámbito se manifestó poco después con la aprobación y presentación pública de la Estrategia de Seguridad Nacional. En julio de 2013, el Jefe de Gabinete del Presidente del Gobierno presentaba ante la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados la Estrategia de Seguridad Nacional. Según sus palabras, esa presentación era el “momento fundacional en política de seguridad nacional” en España, lo cual no es poco. Sin embargo, el Presidente del Gobierno entendió que ese momento histórico podía prescindir de su presencia, que podía ser despachado por alguien con rango de Secretario de Estado, y que no era especialmente necesario activar los medios de comunicación. Quizás sea por eso que el documento y el “momento fundacional” pasaron desapercibidos para prensa y ciudadanía. A determinado nivel, las cosas no son casuales.

Con estos dos ejemplos quiero señalar que existe un mantra en el mundo de la seguridad –“los ciudadanos deben adquirir cultura de defensa”– que no se corresponde con las actitudes y las políticas que debieran favorecerla. Éstas deberían ser más decididas y coordinadas, ajenas a cualquier actitud propagandística y partidarias de la transparencia y la crítica constructiva. Solo así se adquirirá la “conciencia de defensa” que teóriamente al menos se pretende, y se valorarán quienes la protagonizan, más allá de encuestas equívocas e imágenes distorsionadas.

Por lo demás, creo que cuando pensamos en en el mundo de la seguridad y la defensa dos ideas deberían se tenidas en cuenta. La primera es que resulta necesario y apropiado incorporar el concepto de “paz” cuando hablemos de cultura de seguridad y defensa. No por un ideal bienintencionado y pueril, y menos antimilitar, sino porque es “la contribución a la paz y la seguridad internacional” el primer y último objetivo de la política de defensa, y así lo dice la Directiva de Defensa Nacional. La segunda idea tiene que ver con los responsables de esa cultura de paz, seguridad y defensa. A día de hoy debemos interiorizar que dicha responsabilidad no recae sobre el Ministerio de Defensa, sino sobre el Gobierno al completo. Como demuestra el hecho de que el Consejo de Seguridad Nacional está compuesto por distintos ministerios (Presidencia, Asuntos Exteriores y de Cooperación, Justicia, Defensa, Hacienda y Administraciones Públicas, Interior, Fomento, Industria, Energía y Turismo, Economía y Competitividad y de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad), y que la misma Ley de Seguridad Nacional reserva un artículo –el 5– a la Cultura de Seguridad Nacional.

En fin, la paz, la seguridad y la defensa se promueven y procuran desde muchos frentes, también desde la misma ciudadanía soberana. Una cultura civil que las comprenda todas, que las entienda todas, hará de nuestra sociedad una sociedad más consciente, más madura, más democrática y, sin duda, más segura.

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