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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

El dinosaurio sigue ahí

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Hay que reconocer que Mariano Rajoy, tras años de errores y meses de pasividad en Cataluña, ha estado brillante por primera vez. La convocatoria de elecciones en el plazo más breve que le permitía la ley ha descolocado a todo el mundo, sobre todo al independentismo exprés, que muestra un desconcierto insólito. Se ha visto forzado a conciliar el discurso de la República con el acatamiento de la realidad y prepararse para los comicios. La tentación del boicot a las urnas de Rajoy, que hubiera deslegitimado el resultado, tenía dos problemas: la imagen exterior, ¿no querían votar?, y el dinero; perder todas las subvenciones pondría en peligro la viabilidad de algún partido. El PS francés ha tenido que vender su sede tras la debacle electoral. Una eventual ausencia de la CUP supondría el fin del procés porque no habría mayoría.

No sé si agigantamos el enemigo en exceso comprando la propaganda constitucionalista –por entendernos en los términos– o nos creímos las bravatas de una defensa numantina en las calles, con el presidente, el Parlamento y las consejerías resistiendo el asalto de las huestes de Madrid, también por entendernos porque Madrid es tan variopinto como Barcelona.

Nos descolocó la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, y sus consecuencias en el mapa político mundial. Después de tanta cháchara durante la Guerra Fría resultó que detrás del muro solo había un castillo de naipes. Ninguno de los regímenes comunistas se asentaba en el apoyo popular. No había felicidad, solo represión.

Aunque el independentismo exprés tiene el mentón de cristal, el combate, o la partida si lo prefieren, no ha terminado. Sería un grave error dar por muerto al procés. Mantiene intacto el apoyo y su relato victimista como probó la rueda de prensa de Carles Puigdemont en Bruselas. No se han esfumado de golpe los dos millones de personas que secundaron la independencia en el referéndum unilateral y sin garantías del 1-O. Representan un 43% del censo. Siguen ahí y votarán el 21 de diciembre, excepto los que hayan destruido su DNI y pasaporte en un rapto antiespañolista.

El barómetro del Centre d’Estudis d'Opinió (CEO), el CIS catalán que depende de la Generalitat, indica que una eventual reedición de Junts pel Sí obtendría, junto a la CUP, la mayoría absoluta en escaños en el Parlament, aunque perdería votos respecto a las elecciones de 2015: un 45,9 frente al 47,7%. En ese mismo estudio, el a la independencia sube 7,6 puntos desde junio hasta situarse en un 48,7% frente a un 43,6% que la rechaza.

Cuando Rajoy y los constitucionalistas despierten del sueño del 155 el dinosaurio seguirá ahí. Los problemas políticos de fondo requieren soluciones políticas de fondo.

Si se repiten los resultados de 2015, que es lo más probable, ¿repetirá Puigdemont sus errores? El principal fue correr hacía una independencia para la que carece de apoyos suficientes, dentro y fuera de Cataluña. Para proclamar una DUI necesita más de un 47,7%. En el caso de Eslovenia, uno de los ejemplos esgrimidos, la mayoría independentista rozaba el 90%.

El general David Petraeus, experto norteamericano en contra-insurgencia, asumió en enero de 2007 el mando de las tropas de EEUU en Irak. La situación era desastrosa. Se había pasado de ningún muerto durante la invasión a 580 cuando se suponía que la guerra había terminado. En 2004 se subió a 906 fallecidos en atentados, el peor año junto a 2007. Hasta entonces todos los generales se habían creído su propio cuento. El "estamos ganando" era una falacia.

Petraeus identificó dos insurgencias, la nacional, que luchaba contra el invasor, y la próxima a Al Qaeda. Lo que hizo fue comprar la nacional para lanzarla contra la extranjera. Explotó con gran habilidad las diferencias entre suníes y chiíes. En 2008, los muertos estadounidenses bajaron a 322, y al año siguiente, a 150. Fue un éxito a corto plazo que no solucionó ninguna cuestión de fondo. Su estrategia se basó en un aumento de tropas que concentró en Bagdad. El plan era asegurar la capital y transmitir la sensación al resto del país de que había más seguridad. Jugaba con las percepciones: si los iraquíes percibían que las cosas iban mejor, las cosas irían mejor.

Con el 155 sucede algo parecido. La batalla se libra en las percepciones. Como pasó en Irak la estrategia mariana no va a funcionar si no se acompaña de algo más. De inteligencia, por ejemplo, y de mano izquierda, de política con mayúsculas.

Si escuchamos a los ministros, a los Albiols y demás verborreicos, y leemos el encabezamiento de la nota del fiscal general, el de "más dura será la caída", vemos que estos valores brillan por su ausencia. No estamos educados en la sutileza. En nuestra cultura pactar es ceder y dimitir, una muestra de debilidad.

La jugada de Petraeus fue arriesgada, como lo es la de Rajoy. El 21-D es una moneda al aire. Si las fuerzas independentistas no logran la mayoría absoluta será un éxito. En caso contrario, lo más probable, estaremos igual que antes, y con la posibilidad de que el Gobierno tenga que volver a disolver el Parlamento. La tranquilidad en la calle no es infinita ni indefinida.

Tenemos demasiado cerca las bravatas de Rajoy de que no habría urnas, y la violencia policial del 1-O, como para sospechar que el acierto de convocar las elecciones es una casualidad, un golpe de suerte, tal vez inducido por el PSOE y nuestros socios europeos.

Sería más creíble la defensa de la legalidad si el fiscal general del Estado no fuese este, el que nombró a Manuel Moix, lo sostuvo y justificó su honestidad en una ceguera que merecía mandarle a casa sin sueldo. Si el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, hubiese asumido su responsabilidad política tras el 1-O y dimitido, por ser incapaz de frenar el referéndum como había prometido su jefe y por la imagen dada. A los policías se les puede entrenar mejor, pero los antidisturbios no están para dar los buenos días en ningún país del mundo. Tampoco los Mossos. Si hay excesos casi siempre es culpa del mando político.

Hablábamos de percepciones. Ahora, con la pausa obligada por el 155 hasta el 21-D, todo el mundo tiene una oportunidad para detenerse y pensar. Solo los muy devotos pueden seguir comprando el cuento de la República feliz. Hay suficientes síntomas de realidad para que cada uno saque sus conclusiones. Ya todos saben qué interpretación y consecuencias tendrán sus votos el 21-D. No será como en 2015 cuando algunos amigos votaron al Junts pel Sí pensando que así protegían una eventual negociación.

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Es labor del Gobierno central convencer a los independentistas defraudados con una oferta. El sentimiento de humillación está a flor de piel y lo que menos se necesitan son declaraciones chulescas. Algo complicado con tanto fantasma suelto. Después de todo, Rajoy, con todos sus defectos, es de lo más sensato que tiene su partido en B, un detalle que tampoco ayuda en la batalla de la credibilidad.

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