Un divorcio duro. Tres palabras para calificar las amenazas, insultos y humillaciones que recibió una mujer durante el proceso de separación de su pareja. Divorcio duro para simplificar el delito de violencia psíquica habitual y la veintena de faltas de coacciones, injurias y vejaciones que sufrió en su casa o en la puerta del colegio de sus hijos. Divorcio duro para tratar de difuminar el peso de las palabras que le gritó su exmarido: “puta, te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo”.
No hay eufemismos ni atajos que valgan o justifiquen la violencia machista, pero Feijóo usó algunos en la entrevista del pasado lunes. El líder popular también incidió en que Carlos Flores, número 1 de Vox en la Comunidad Valenciana en las elecciones del 28 de mayo, es profesor de Derecho Constitucional. Como si su profesión o estrato social pudieran usarse como argumento para justificar una condena por maltrato. La violencia de género atraviesa clase, edad o lugar de procedencia. No hay un perfil de víctima como tampoco lo hay de maltratador. Lo único que tienen en común todos los agresores es que son hombres profundamente machistas.
Que las feministas tengamos que explicar conceptos tan básicos es un retroceso enorme. Un paso atrás. Pero es importante no perder el foco: mientras estamos ocupadas en esto, enfrascadas en este falso debate social, hay gobiernos del PP y Vox en consistorios y parlamentos autonómicos que ya han comenzado a borrar algunos de los avances que mujeres y colectivos LGTBI han conseguido en los últimos años. Solo hay que fijarse en todos esos municipios en los que ya han suprimido las concejalías de Igualdad para convertirlas en las de familia, centradas en fomentar la natalidad y proteger el derecho a la vida. O los que no colocarán la bandera arcoiris para reivindicar el Orgullo.
Mientras estamos ocupadas en esto, enfrascadas en este falso debate social, hay gobiernos del PP y Vox que ya han comenzado a borrar algunos de los avances que mujeres y colectivos LGTBI han conseguido en los últimos años
Lo cierto es que es el marco de la ultraderecha y nunca lo han escondido. Desde que llegaron a las instituciones han usado este antifeminismo como eje central de su argumentario y en él han encontrado un potente nicho electoral. Lo que hasta ahora no habíamos visto era al Partido Popular asumiendo ese marco como propio. Así lo escenifican cuando firman con sus socios ultras un acuerdo en el que la violencia machista se sustituye por violencia intrafamiliar. O cuando aúpan como presidente del Parlamento balear a un candidato machista, xenófobo y racista que afirma que las mujeres son más beligerantes porque no tienen pene. Hace solo dos años, Vox propuso en el Congreso eliminar la Ley de Violencia de Género. La iniciativa fue rechazada por todos los grupos parlamentarios que, como respuesta, pactaron que se leyeran en la tribuna los nombres de las más de mil mujeres asesinadas. ¿Qué haría hoy el PP si estuviera en la misma situación?
Esta misma semana, en otra entrevista, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno que más logros ha conquistado en igualdad, señalaba un retroceso en lo que llamó feminismo integrador -¿acaso hay alguno que por definición no lo sea?- y señalaba que ciertos discursos del ministerio de Irene Montero provocaban que algunos de sus amigos -varones de entre 40 y 50 años- se sintieran incómodos. Como si hubiese un feminismo cómodo. Menudo oxímoron. Como si nuestras demandas no fueran urgentes. El feminismo molesta porque denuncia, saca los colores, pone sobre la mesa. Y es altavoz porque señala y reprueba. Como dijo Zapatero horas después, es precisamente la igualdad lo que hace mejor a un país y los hombres, por dignidad, deberían luchar por ella.
Describe la escritora Sarah Ahmed a la feminista aguafiestas como aquella que no duda en visibilizar la violencia sexista con la que convive a diario a pesar de que eso implique que el resto la considere una pesada o una amargada. No usa la activista el término de manera peyorativa, sino que lo señala como el camino que deberíamos seguir todas las personas que luchamos por la igualdad. Me uno a ella: ahí estaremos, haciendo pedagogía. Señalando que hay un abismo entre un divorcio duro y la violencia machista o desmontando el negacionismo. Demostrando que el feminismo es incómodo porque pone en riesgo los privilegios que muchos se resisten a perder.
Un divorcio duro. Tres palabras para calificar las amenazas, insultos y humillaciones que recibió una mujer durante el proceso de separación de su pareja. Divorcio duro para simplificar el delito de violencia psíquica habitual y la veintena de faltas de coacciones, injurias y vejaciones que sufrió en su casa o en la puerta del colegio de sus hijos. Divorcio duro para tratar de difuminar el peso de las palabras que le gritó su exmarido: “puta, te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo”.