Justamente hace una semana, se conocía la muerte de la actriz Mary Tyler Moore. No tuvimos la posibilidad de incluir ni una sola alusión en la última columna de Sala de Visionado. Además, la noticia me impactó íntimamente y he preferido dejar pasar unos días para sentarme a teclear ante el ordenador. Si tenéis algo de tiempo me gustaría contaros mi historia con Mary Tyler Moore y la deuda que siempre arrastraré con ella. La narración empieza con un pequeño detalle que quizá no os importe en exceso. Yo amaba a Mary. Pero la amaba de verdad. El amor surgió de la manera más tonta. Era yo un incipiente adolescente de alrededor de 13 años, cuando vi aparecer en la tele del cuarto de estar de nuestra casa, en blanco y negro, a un ángel. Era la protagonista de una serie llamada La Chica de la Tele (The Mary Tyler Moore Show, en inglés), que emitía TVE. En realidad, ya la conocía de antes, cuando coprotagonizaba El Show de Dick Van Dyke, unos años atrás. Pero claro, en esa época aún era demasiado niño y las feromonas no habían entrado en ebullición en mi organismo. Mary Richards, así se llamaba en La Chica de la Tele, era para mí hipnótica: dulce, inocente, bienintencionada, desafortunada, incomprendida, honrada, sensible, siempre preocupada por los demás y siempre sin un hombre al lado que la acompañara. En la serie ya era una avanzada treintañera, lo que fue uno de los motivos que me animó a no trasladarme a Hollywood a visitarla. Decidí dejar el asunto en una intensa experiencia platónica.
En realidad, la serie fue mi primer contacto con el periodismo y la televisión como oficio y sin duda fue una de las bases que me ayudó a conformar mi vocación profesional. Pocos años después, justamente cuando ya había empezado a estudiar Periodismo en la Complutense de Madrid se estrenó la extraordinaria Lou Grant, que fue el más peculiar ejemplo de spin-offLou Grantspin-off. Se trataba de una serie protagonizada por uno de los personajes que participaba en la comedia La Chica de la Tele. Allí era el jefe de Mary. Ed Asner, el actor que lo encarnaba, (la voz original del abuelo de Up) era un divertido gruñón empedernido. Sin embargo, en Lou Grant, el personaje cambiaba de la noche al día. La comedia desaparecía y arrancaba un drama realista de gran crudeza y verosimilitud, que contaba la intensa vida en un diario local en San Francisco. Quizá el mejor homenaje al periodismo que nunca haya hecho la tele.
Mary Tyler Moore fue la gran reina de la televisión durante buena parte de los años 60 y 70. Pero su importancia en el medio va mucho más allá de su relevante carrera como actriz. La chica de la tele es sin duda una de las comedias más importantes jamás emitida. El listado de premios y reconocimientos es absoluto hasta nuestros días. Hace unos años la revista Time la seleccionó como una de las series que más había contribuido a cambiar la historia de la televisión. Fue creada por dos jóvenes guionistas, James L. Brooks y Allan Burns, hoy conocidos por los más jóvenes aficionados como los creadores de Los Simpson. Tina Fey reconoció públicamente que 30 Rock tenía como principal fuente de inspiración The Mary Tyler Moore Show. Oprah Winfrey siempre fue una fan incondicional de la serie. Uno de los momentos más emotivos de su programa se produjo precisamente con ocasión de una visita sorpresa de Mary a su plató. Vale la pena ver el fragmento.
Una de los principales aportes de la serie fue su modernidad, casi revolucionaria. Nunca antes en la historia alguien se había atrevido a convertir a una mujer soltera, trabajadora e independiente en protagonista de una ficción televisiva. Es todo un icono para el feminismo audiovisual. Ellen DeGeneres tuiteó al conocer su muerte lo siguiente: “Mary Tyler Moore cambió el mundo para todas las mujeres”.
La mítica cabecera con la que abría cada episodio es todo un icono de la cultura pop. La música es de Sonny Curtis, un músico y cantante que trabajó con Buddy Holly. La letra arranca con una pregunta ¿Quién puede encender el mundo con su sonrisa? La respuesta era evidente, ella, Mary. La sintonía de la serie suena todavía hoy en día deliciosa y sirve como fondo a uno de los planos indispensables para conservar en el salón del trono de la televisión. Mary lanzaba al aire su boina en mitad de las calles de Minneapolis mientras sonaban los acordes del Love is all around. En Minneapolis, donde se supone que transcurría la serie, se llegó a levantar una estatua con la figura de Mary lanzando su boina escocesa al aire. Si pasas por allí, no olvides hacerte una foto a su lado. La revista Entertaintment Weekly eligió la escena como el segundo momento más importante de la memoria televisiva de la década de los 70.
La chica de la tele se mantuvo en antena durante siete temporadas en la CBS. De ella salieron ni más ni menos que tres diferentes spin-off, record jamás superadospin-off. Antes del lanzamiento de Lou Grant en 1977, ya se habían puesto en marcha dos títulos mientras The Mary Tyler Moore Show estaba aún en emisión: Rhoda y Phillys. Se trataba de las dos amigas de Mary que llegaron a alcanzar tanta popularidad que terminaron por independizarte en su propio proyecto. En la temporada 1975-76 las tres series no sólo coincidieron en emisión, sino que las tres se encontraban en el Top 10 de audiencia.
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En la extensa lista de grandes hitos alcanzados por la serie resulta difícil entresacar los más importantes. Quedémonos con dos. En 1997, la revista TV Guide eligió el episodio Chukels bites the dust (Chuckels muerde el polvo) como el capítulo más divertido de toda la historia de la televisión estadounidense. En 2009, la misma revista lo seleccionó como el número 3 en la lista de los mejores episodios de series jamás emitidos. Este mítico capítulo fue escrito por David Lloyd, padre del creador de la conocida Modern Family. Chuckels… contiene una de las escenas más famosas jamás grabadas en una comedia, la que protagoniza Mary en el funeral del payaso recién fallecido. Si tienes 20 minutos libres, vale la pena disfrutarlo tranquilamente.
Seguramente la otra secuencia inolvidable de la serie fue la final. El último episodio de La Chica de la Tele aparece siempre en las primeras posiciones de los rankings de las mejores resoluciones que nunca se hayan podido hacer. El capítulo de despedida ocupa otro lugar destacado de la mitología televisiva. Resultaba muy complicado acabar tras siete años de acumular una gran cantidad de momentos esplendorosos. Y, sin embargo, los guionistas consiguieron dar con una idea emocionante, divertida, conmovedora e imborrable. Vale la pena verlo entero, pero en caso de poca disponibilidad, resulta absolutamente imprescindible ver al menos los cinco últimos minutos.
En mis clases en la Universidad, desde hace años, suelo siempre poner a mis alumnos este episodio, titulado The Last Show. Lo he visto fácilmente 20 o 30 veces. No hay una sola ocasión en la que no se me haya saltado alguna lágrima. Casualidades del destino, esta semana tenía previsto en clase hacer el visionado habitual. Sin embargo, esta vez no he sido capaz de ponerlo. Los ojos humedecidos pueden entenderse en la cara de un profesor, pero hay que reconocer que verle lloriquear a lágrima viva dando golpes desesperados en la mesa puede ser un espectáculo traumatizante para un alumnado en su sano juicio.
Justamente hace una semana, se conocía la muerte de la actriz Mary Tyler Moore. No tuvimos la posibilidad de incluir ni una sola alusión en la última columna de Sala de Visionado. Además, la noticia me impactó íntimamente y he preferido dejar pasar unos días para sentarme a teclear ante el ordenador. Si tenéis algo de tiempo me gustaría contaros mi historia con Mary Tyler Moore y la deuda que siempre arrastraré con ella. La narración empieza con un pequeño detalle que quizá no os importe en exceso. Yo amaba a Mary. Pero la amaba de verdad. El amor surgió de la manera más tonta. Era yo un incipiente adolescente de alrededor de 13 años, cuando vi aparecer en la tele del cuarto de estar de nuestra casa, en blanco y negro, a un ángel. Era la protagonista de una serie llamada La Chica de la Tele (The Mary Tyler Moore Show, en inglés), que emitía TVE. En realidad, ya la conocía de antes, cuando coprotagonizaba El Show de Dick Van Dyke, unos años atrás. Pero claro, en esa época aún era demasiado niño y las feromonas no habían entrado en ebullición en mi organismo. Mary Richards, así se llamaba en La Chica de la Tele, era para mí hipnótica: dulce, inocente, bienintencionada, desafortunada, incomprendida, honrada, sensible, siempre preocupada por los demás y siempre sin un hombre al lado que la acompañara. En la serie ya era una avanzada treintañera, lo que fue uno de los motivos que me animó a no trasladarme a Hollywood a visitarla. Decidí dejar el asunto en una intensa experiencia platónica.