El golpe que no cesa (II)

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En mi último artículo, titulado El golpe que no cesa, explicaba cómo había fracasado el golpe que la extrema derecha intentó durante la primavera y principios del verano. El artículo concluía así: “La extrema derecha se prodiga desafiante con inquietante frecuencia e impunidad y no va a desperdiciar la implantación que tiene en las Fuerzas Armadas para intentar tomar el poder sin pasar por las urnas. Si no se pone remedio, en la próxima crisis volverán a las andadas.”

El vaticinio se ha cumplido, en las últimas semanas hemos visto cómo la extrema derecha ha seguido agitando a los militares retirados y en activo para derribar al Gobierno. La XIX promoción del Aire y la XXIII de Tierra, entre otras, han enviado cartas al rey, se han conocido los chats llenos de odio de la XIX del Aire y IX de Artillería [ver aquí nuestro dossier], ha habido manifiestos, vídeos de militares en activo cantando canciones nazis con los brazos en alto en Paracuellos y en la Escuela Naval de Marín, en el orden del día de la escuela de especialidades de la Graña se ha homenajeado a los sublevados de 1936, y finalmente el conocido general franquista Pérez Alamán ha dirigido una carta abierta a la ministra de Defensa.

Respecto a esta última carta del general Alamán me interesa hacer algunas reflexiones tanto de índole particular como general. En la citada carta, el remitente de la misiva me cita como el “conocido topo”. Tengo que aclarar que para ser topo hay que ocultarse, y es público y notorio que soy un conocido antifascista desde los tiempos de Franco, cuando actué como portavoz de la UMD en el exilio y di una rueda de prensa multitudinaria en París el 13 de octubre de 1975. Los que sí hacen de topos son los militares franquistas que estando en activo y ocupando cargos de muy alta responsabilidad en gobiernos del PP y del PSOE simulan una fidelidad absoluta a los principios democráticos, pero nada más retirarse firman proclamas contra sus antiguos jefes, como es el caso de Alamán, que tiene el atrevimiento de amedrentar a la ciudadanía hablando en la carta a la Ministra de la necesidad de dar un golpe de timón, terminología utilizada por los golpistas del 23F.

Conviene aclarar que entre los militares predomina el error, a mi juicio intencionado, de considerar al rey como el jefe de las Fuerzas Armadas. El motivo del equívoco es que el artículo 62 de la Constitución atribuye al monarca “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”, pero de acuerdo con el artículo 64, para que los actos del rey tengan validez legal deben de ser refrendados por el Presidente del Gobierno, que será el responsable de la decisión final. Sin el refrendo gubernamental, no hay decisión real válida, conforme al artículo 56.3.

Por otro lado, el artículo 97 de la Constitución atribuye al Gobierno la dirección de la administración militar. Este artículo fue desarrollado mediante la Ley Orgánica 1/1984, reguladora de los criterios básicos de la defensa nacional, que en su artículo octavo dice:

“Corresponde al Presidente del Gobierno la dirección de la política de defensa. En consecuencia, ejerce su autoridad para ordenar, coordinar y dirigir la actuación de las Fuerzas Armadas”.

No hay la menor duda de que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas es el Presidente del Gobierno, donde culmina la cadena de mando militar; el rey ostenta un mando simbólico, no ejecutivo.

En todas las monarquías parlamentarias y repúblicas europeas, el comandante en jefe de las fuerzas armadas es el Presidente del Gobierno. En algunas monarquías como la británica sucede lo que en España, que el mando simbólico de las Fuerzas Armadas corresponde a la Reina, pero en la mayoría de las monarquías europeas ni siquiera se asigna esta función simbólica a la Jefatura del Estado, como sucede por ejemplo en Suecia o en Holanda.

Los franquistas no sólo defienden que el rey es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, sino que también piensan que tienen competencias constitucionales para decidir si se cumple o no la Constitución. Se basan en el artículo 8, que atribuye a las Fuerzas Armadas la misión de “defender el orden constitucional”, caso único en Europa, donde el orden constitucional lo defienden los tribunales constitucionales u organismos equivalentes.

Por tanto, los militares ultras, y no tan ultras, consideran que el comandante en jefe es el rey y que ellos tienen la obligación de defender el orden constitucional. Están convencidos de que si ellos o el rey interpretan que se está vulnerando la Constitución deben intervenir para hacerla respetar, en cumplimiento del artículo 8. Por eso en sus cartas y manifiestos los militares franquistas dan su apoyo al rey y a la Constitución, aunque ambos les importen muy poco. Sólo pretenden derrocar al Gobierno sin pasar por las urnas, porque ni son monárquicos, ni constitucionalistas, ni demócratas: son simplemente franquistas que buscan una nueva dictadura militar, como pregonan reiteradamente en sus chats. En sus apariciones públicas y en las cartas al rey acusan al Gobierno de no respetar la separación de poderes, pero en privado defienden que hay que implantar una dictadura.

La iniciativa de mandar las cartas a Felipe VI partió de la XIX promoción, que envió su carta el 10 de noviembre. Posteriormente el resto de promociones de la Academia General del Aire se enzarzaron en discusiones sobre la conveniencia o no de mandar la carta. Mientras esto sucedía, el 25 de noviembre apareció en los medios de comunicación la carta de la XXIII promoción del Ejército de Tierra que, teniendo un contenido similar a la del Aire no fue coordinada por los miembros de ese ejército. Tantos actos de insubordinación coincidentes en el tiempo requieren una capacidad organizativa que sólo la tiene la extrema derecha. Es imposible que unos ancianos retirados sean capaces de coordinar entre sí a las distintas promociones de los tres ejércitos para mandar cartas al rey con el mismo contenido. Eso requiere un nivel de organización que los militares retirados no han podido alcanzar por sí solos.

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La agitación entre los militares no es casual, está provocada y organizada por la extrema derecha, forma parte de su estrategia de crispación política. Vox defiende públicamente el envío de cartas al rey por parte de los militares, algo insólito e inadmisible en cualquier democracia europea. Consideran normal que los militares sigan siendo una guardia pretoriana como lo fueron durante el franquismo. Incluso algunos dirigentes de Vox como Espinosa de los Monteros o Hermann Tertsch defienden el chat donde se pretende fusilar a 26 millones de compatriotas.

Esta situación es lo suficientemente grave como para que el rey se hubiese desligado de los militares ultras en la Pascua Militar, lo que entre otras cosas habría evitado la carta del conocido franquista Pérez Alamán y los próximos esperpentos que sin duda tendremos que seguir sufriendo.

La extrema derecha se prodiga desafiante con inquietante frecuencia e impunidad y no va a desperdiciar la implantación que tiene en las Fuerzas Armadas para intentar tomar el poder sin molestarse en pasar por las urnas.

En mi último artículo, titulado El golpe que no cesa, explicaba cómo había fracasado el golpe que la extrema derecha intentó durante la primavera y principios del verano. El artículo concluía así: “La extrema derecha se prodiga desafiante con inquietante frecuencia e impunidad y no va a desperdiciar la implantación que tiene en las Fuerzas Armadas para intentar tomar el poder sin pasar por las urnas. Si no se pone remedio, en la próxima crisis volverán a las andadas.”

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