Es ya casi un clásico de entre las conversaciones de los días previos al cierre del año la especulación en torno a qué vestido llevará Cristina Pedroche para presentar las campanadas en Nochevieja. Desde 2014, Pedroche ha sorprendido con diseños a cada cual más llamativo e insinuante, generalmente jugando con transparencias y reducciones al mínimo del tejido. Recibió un arsenal de críticas a que ello supondría una forma de cosificación o interiorización de expectativas y estereotipos sexistas sobre los cuerpos femeninos. Pero fue tal su éxito que, desde 2015, Atresmedia apostó por ella para presentar las Campanadas en Antena 3. Año a año, ha ido subiendo la audiencia del canal hasta que finalmente, en 2021, por primera vez ha superado a TVE 1. El llamado sorpasso traía este año algunas peculiaridades.
Este año, Pedroche apareció enfundada en un traje metálico que emulaba los caparazones y transparencias de los insectos y crisálidas y su proceso de metamorfosis. Aparentemente, también, se había afeitado la cabeza por completo. Josie, el director creativo de este modelo, señalaba que quizás era una metáfora del momento actual y su necesidad de reinvención; que quizás no se trataba tanto esta vez de ir guapa cuanto de ser “guay”. Pedroche señalaba en su cuenta de Instagram “Renacer es posible y necesario”. Creo que puede ponerse en relación con algunos otros momentos de este año que nos hablan del clima cultural en el que estamos.
El movimiento trans ha agudizado el debate que ya existía en el feminismo en torno a qué significan las identidades de género y, en concreto, cómo se plasman en el cuerpo de las mujeres
La activista trans Irene Valdivia reflexionaba en el podcast “Estética Unisex” en torno a la vinculación tradicional del mundo trans con la prostitución. Ella sostenía que había una primera explicación más obvia: las personas trans sufren mayor precariedad y estigma social y por ello se ven abocadas muchas veces a ocupaciones en los márgenes. Pero hay más. Las personas trans, decía, especialmente las que transitan a mujer, sufren, como el resto de las mismas, la enorme presión de la normatividad social sobre lo que debe ser un cuerpo femenino. En estos casos, al no ser un cuerpo cuya legitimidad viniera dada “de entrada”, esa presión se redoblaba. Valdivia explicaba que la prostitución era una vía que la sociedad daba, para todas las mujeres y para las trans en particular, para ser reconocidas como cuerpos de mujer. Ella misma había tomado esa vía. Creo que su explicación era interesante porque iba a un aspecto del fondo de la cuestión: que, socialmente, lo femenino se construye como objeto.
Relacionado con esto, hace unas semanas, la influencer y actriz trans Jedet subía una publicación a su Instagram donde reconocía sentirse mal con el estereotipo tan sexualizado que ha construido sobre sí misma. “Quiero dejar de ser sexy. Me siento un poco incómoda últimamente. Menos maquillaje, menos pelo, menos escote, menos todo. Más ancha, más relajada”, escribía, acompañado de una foto donde lloraba. Añadía sentirse una esclava y “odiar” a Jedet. No le faltaron críticas, ya que ella había sido un ejemplo notorio de construcción de esa identidad y apariencia muy sexualizadas. ¿Acaso ser mujer podía reducirse a eso?
El movimiento trans ha agudizado así el debate que ya existía en el feminismo en torno a qué significan las identidades de género y, en concreto, cómo se plasman en el cuerpo de las mujeres. Creo que la aparición de Pedroche no es ajena a este clima. En 2017, con un vestido casi transparente, dijo: “Mi vestido es superfeminista porque llevándolo defiendo la libertad de la mujer. Me visto como me da la gana.” En 2021, en cambio, reclama la libertad desde la posibilidad de renacer, con la metáfora de la metamorfosis, aires cyberpunk, menos correspondiente con la imagen hegemónica de lo femenino sexy y, muy llamativamente, completamente calva, renunciando a uno de los símbolos tradicionales de la feminidad como es una larga melena. No han faltado los memes convirtiéndola en un icono andrógino sci-fi —tema de absoluta actualidad, por otra parte, con el estreno de la continuación de Matrix, de la que su creadora L. Wachowski, ella misma trans, dice que es una metáfora trans—. Que Pedroche, que había sido el icono precisamente de esa imagen normativa de lo femenino, adopte estos aires, no puede ser ignorado. Efectivamente, creo que su traje es una buena metáfora del momento actual. Los tres ejemplos que he elegido tienen en común, pienso, haber realizado un recorrido por las aporías de la identidad, el deseo y el cuerpo. Y todas nos dicen algo de nuestra época.
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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora en Albert-Ludwigs-Universität Freiburg y HTW Berlin y profesora invitada en universidades europeas y latinoamericanas. Fue Diputada en la XI Legislatura en la Asamblea de Madrid.
Es ya casi un clásico de entre las conversaciones de los días previos al cierre del año la especulación en torno a qué vestido llevará Cristina Pedroche para presentar las campanadas en Nochevieja. Desde 2014, Pedroche ha sorprendido con diseños a cada cual más llamativo e insinuante, generalmente jugando con transparencias y reducciones al mínimo del tejido. Recibió un arsenal de críticas a que ello supondría una forma de cosificación o interiorización de expectativas y estereotipos sexistas sobre los cuerpos femeninos. Pero fue tal su éxito que, desde 2015, Atresmedia apostó por ella para presentar las Campanadas en Antena 3. Año a año, ha ido subiendo la audiencia del canal hasta que finalmente, en 2021, por primera vez ha superado a TVE 1. El llamado sorpasso traía este año algunas peculiaridades.