Sobre abandonar o no X: una defensa de la complejidad

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Una de las grandes aportaciones que el feminismo puede hacer a la forma frecuentemente masculina y neoliberal de ordenar el pensamiento que la izquierda ha parecido adoptar es la teoría de la complejidad. Una de sus máximas exponentes es Donna Haraway. En su libro Staying with the Trouble propone un enfoque diferente a la hora de abordar las distintas crisis a las que nos enfrentamos como humanidad. Partiendo de que no existe una receta mágica que nos permita resolver estas crisis, la autora nos ofrece más bien cambiar la forma en la que las pensamos.

Para ello nos ofrece conceptos bien interesantes como el de pensamiento tentacular o el de la interdependencia. Con estas ideas, Haraway pretende criticar una forma de pensar que se reduzca a ofrecer soluciones a cualquier problema donde control y dominación den paso a lo ético y relacional; criticando desde ahí los enfoques de pensamiento más lineales, dualistas simplistas, individualistas, jerárquicos o centrados en lo únicamente antropocéntrico, capitalista , de progreso o tecnológicos. Frente al modelo de que las cosas son o blancas o negras, Haraway nos invita a la complejidad feminista, donde sencillamente nada sobra: permanecer en el problema, no simplificarlo, sino comprometerse con un enfoque activo que nos permita entender la solución como algo diferente a la simplificación, sino como un proceso de incertidumbre, complejidad, adaptación, cuidado y colaboración. 

Esta es una teoría tremendamente útil para pensar el dilema ético y político que estos días atravesamos sobre si abandonar o no la red social X propiedad de Elon Musk tras el triunfo electoral de su aliado ideológico Donald Trump. Antes de entrar a analizar este dilema, quisiera señalar que ésta es una teoría tremendamente útil en general para el momento que vivimos, donde parecemos estar presos de una simplificación de las narrativas en la que solo hay o buenos o malos, una polarización que como bien nos explicó Hannah Arendt, es sobre todo funcional a los totalitarismos. Y por decirlo todo, una narrativa tan simple, que si fuera el argumento de cualquier película, diríamos de sus personajes que son más bien planos. 

Nada en la vida es tan sencillo como la decisión de irse o no de la red social X. Validar la simpleza de estas posiciones solo nos lleva a seguir instalados en ese modo de pensar que huye por definición de la complejidad, alimentando por tanto que las posiciones más legítimas para ocupar espacio en la esfera pública son aquellas que no permiten el debate. No quiero decir con esto que X sea el lugar donde debatir, pero sí que abandonar una red social donde se debate y se comunica porque el dueño de esa red social tiene posiciones ideológicas influyentes y preocupantes sí es un asunto que merece ser debatido enormemente, porque influye en nuestra concepción de qué lugares son legítimos para emitir mensajes o no, qué mensajes son legítimamente emitibles, y cuál debe ser la relación de todo lo anterior con el poder político, un asunto nada ajeno para el terreno de lo político en nuestro país. 

A mí me desean tanto la muerte por gorda en Instagram como en X. La desinformación como la concentración de poder son las claves que sirven para ordenar aún el cuarto poder español

Cuesta pensar que el dueño de X es el único dueño de una red social o un medio de comunicación que tenga posiciones ideológicas e influencia política preocupantes para los sectores más progresistas en España. Basta mencionar algunos ejemplos para saber que en el abandono masivo de las izquierdas españolas de X hay más de gesto que de posición ideológica. Sin ir más lejos, las redes sociales más usadas en España (WhatsApp, Instagram y Facebook) son controladas por Meta, propiedad de Mark Zuckerberg, cuyas prácticas han sido públicamente cuestionadas en numerosas ocasiones por su papel en la difusión de noticias falsas, en el uso de datos personales para publicidad y por supuesto en el uso de algoritmos que promueven la polarización, algoritmos que son usados también en Google y Youtube con la misma frecuencia. Vamos, dicho de otro modo, a estas alturas, a mí me desean tanto la muerte por gorda en Instagram como en X. Qué decir si nos fijamos en la cuestión de la información falsa y lo hacemos además en clave nacional, donde tanto la desinformación como la concentración de poder son las claves que sirven para ordenar aún el cuarto poder español.

En nuestro país, los principales medios de comunicación están bajo los mandos de grandes grupos empresariales, cuyos propietarios y miembros accionistas influyen, como no podría ser de otro modo, en su línea ideológica, incluso si esto implica ocultar información y crear otra información que sea falsa. Algunos ejemplos para ilustrar esta cuestión. En vez de El País o La Ser quizás deberíamos hablar del Grupo Prisa, y de Joseph Ourghourlian, su actual jefe, y de la relación que el Grupo tiene con las diferentes entidades financieras que sostienen su enorme deuda, lo que, como sostienen muchos autores como Núria Almiron o Luis Albornoz erosiona terriblemente su independencia a la hora de hacer periodismo. Algo parecido podríamos decir de Mediaset España, dueños de Cuatro y Telecinco y controlado de forma mayoritaria por la familia Berlusconi; Antena 3, La Sexta y Onda Cero, que quedan bajo la influencia de Atresmedia, que como La Razón, tienen una influencia directa de la familia Lara, la cual no es difícil conectar con el régimen franquista y que a través del Grupo Planeta hace lo propio en las diferentes líneas editoriales de los medios de comunicación citados. 

Con esto no quiero decir que todos sean iguales, esa sería precisamente la lógica de la simplificación de la que planteo huir. Pero sí me parece que el dilema sobre qué redes, qué medios y qué mensajes debe tener presente que esa pretendida neutralidad en nombre de la cual se abandonan unos espacios y se apuesta por otros no solo no se da, sino que por definición es imposible. Poseer hoy un medio de comunicación o una red social es un instrumento político incluso más poderoso que un partido político. Y he ahí una de las complejidades en las que se asientan nuestras democracias. Si bien es cierto que comparto ese argumento que se ha venido dando estos días acerca del tiempo ( tenemos poco, invirtámoslo en algo que nos agrade o que sea útil), creo que es necesario defender que no ayuda más a eliminar la polarización abandonar los espacios donde esta se da para irse a otros espacios menos tóxicos.

En primer lugar, porque esto es una operación misma de la polarización: agrupar a los pares en esferas de comunicación cada vez más estancas en relación al resto. En segundo lugar, porque la polarización viaja con nosotros, ya que ésta no es solo una herramienta inherente a la extrema derecha, sino que es un modo de comunicarse de nuestro tiempo, de expresar ideas, de monetizar el discurso. No podemos olvidar que sea X, o cualquiera de sus alternativas amables a las que la izquierda migra, todas son empresas que tienen detrás intereses económicos, esto quiere decir que hay un algoritmo programado para que nuestra forma de comunicarnos les genere más dinero. Me temo que el problema no solo está en qué red social nos comunicamos, sino en que nos hemos acostumbrado a que nos gusta más discutir que construir. Quien programa lo sabe. Que tu feed de Instagram sea alimento neoliberal a tus peores traumas no es casualidad, es capitalismo. 

Hay otro segundo asunto que nos debe preocupar más allá de la relación entre el poder y la comunicación, que es el de la libertad de expresión. Este complejísimo debate no debe ser ignorado ante el dilema de abandonar o no ciertas redes sociales. Es necesario partir de lo que Butler menciona en El marco de la guerra cuando nos dice que las palabras no solo hieren, sino que también crean marcos de vida. Cuando se permiten ciertos discursos, cuando Elon Musk restaura cuentas que habían sido censuradas por su discurso de odio, aunque lo hace en nombre de la libertad de expresión, valida esas otras formas de vida en las que hay quien vale menos, por la condición que sea. Este es un dilema que no se puede resolver de forma simple. A la izquierda le debería de preocupar que la censura fuera una de sus propuestas frente a la defensa acérrima de la libertad de la extrema derecha. Debemos apostar por discursos que no engloben bajo el mismo rótulo posiciones conservadoras que discursos de odio.

Esta es una distinción que creo que interesaría enormemente también declinar a la derecha de Feijóo, que atrapada en la lógica de las piezas de caza mayor, se va quedando, por muchos bandazos que dé para evitarlo, sin espacio a su derecha, cuando todo parecía indicar para el expresidente de la Xunta que tenía un centroderecha que transitar cómodamente. ¿No le interesa a la derecha la existencia de un debate de ideas? ¿ O simplemente quieren que asumamos con su cerrazón que su propuesta para ordenar la sociedad es peor, pero es la que se debe instalar porque le viene mejor a unos pocos? ¿No nos interesaba a nosotras poder dar ese debate de ideas? Comparto que hacerlo en una red social con unas reglas de juego marcadas por Elon Musk no es el espacio ideal, pero no caigamos en la trampa de simplificar todo lo demás. No sé si la izquierda, pero sí sé que el feminismo puede apostar por aprovechar este problema con cómo y dónde nos comunicamos como una ocasión. ¿Podríamos tener una red social pública del mismo modo que tenemos un medio de comunicación público? ¿ Qué papel tienen las instituciones como garantes de veracidad? ¿ Se podría regular la libertad de expresión de un modo más efectivo que lo que tiene que ver con las diferentes tipificaciones de los discursos de odio? ¿ Qué papel juega la educación en todo esto? 

Para responder cuestiones como estas es necesario defender la complejidad en este debate. Una forma más sencilla de explicarlo es que nos jugamos demasiado como para simplemente probar en una única dirección. Otra, quizás mucho menos sexy para los tiempos que corren, es porque la defensa misma de esta posición supone un enfoque ético de lo que la comunicación debe ser. No es tan terrible seguir en X, o si lo fuera, también debería serlo estar en otras redes sociales o medios de comunicación. También es lícito no querer estar en un lugar en el que haya discursos de odio, aunque probablemente eso sea contradictorio con estar ahora mismo en la arena política en nuestro país. Debemos abrir un debate más honesto sobre el uso de la doble vara de medir que las izquierdas usamos, y cómo este análisis no puede atraparnos ni en la estupidez de reproducir los patrones de aquello que queremos cambiar que nos dice Weil, ni en la ingenuidad de querer desmantelar la casa del amo solo con las herramientas del amo que nos dice Lorde. Defendamos la complejidad, pensamiento tentacular. No hace tanto que un tipo con coleta iba a Intereconomía, y ahí empezó todo.

Una de las grandes aportaciones que el feminismo puede hacer a la forma frecuentemente masculina y neoliberal de ordenar el pensamiento que la izquierda ha parecido adoptar es la teoría de la complejidad. Una de sus máximas exponentes es Donna Haraway. En su libro Staying with the Trouble propone un enfoque diferente a la hora de abordar las distintas crisis a las que nos enfrentamos como humanidad. Partiendo de que no existe una receta mágica que nos permita resolver estas crisis, la autora nos ofrece más bien cambiar la forma en la que las pensamos.

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