Encerrada en el baño de la Sutton Eva Baroja

En medio del tumultuoso panorama internacional, con Trump como principal elemento disruptor, una primera lectura de los resultados (provisionales) de las elecciones alemanas celebradas el 23 de febrero podría resultar tranquilizadora en la medida en que, por un lado, ha quedado claro que los alemanes siguen inclinados a acudir a las urnas (la participación, con un 84%, es la más alta desde la reunificación en 1990) y, por otro, la fuerza que ha recibido más votos —la CDU/CSU, liderada por Friedrich Merz— es netamente democrática y europeísta. Pero en cuanto se profundiza un poco más en esa línea, los nubarrones van ennegreciendo inevitablemente esa primera imagen.
Cabe recordar, en primer lugar, que la convocatoria electoral se ha producido como consecuencia directa del fracaso de la Ampelkoalition (“coalición semáforo”), que ha reventado antes de llegar al final de la legislatura por desavenencias internas, especialmente notables en el terreno económico, pero igualmente relevantes en relación con la transición energética, las políticas sociales o el apoyo a Ucrania. Tomados individualmente los socialdemócratas (SPD), con tan solo el 16,5% de los votos, registran el peor resultado de toda su historia (en 2021 obtuvieron el 25,7%), incapaces de frenar la pérdida de atractivo de sus propuestas en lo que llevamos de siglo hasta caer por primera vez desde la II Guerra Mundial por debajo del 20% de los votos. Por su parte, Los Verdes (con el 11,8% de los votos, frente al 14,7% de hace cuatro años) sufren igualmente una significativa caída, mientras que los liberales del FDP sencillamente se quedan fuera del parlamento federal al no lograr traspasar el umbral del 5% (4,4%, muy por debajo del 11,4% de 2021).
Pero tampoco la victoria de la propia CDU/CSU permite a sus dirigentes una excesiva alegría, si se recuerda que los votos obtenidos, el 28,5% del total, suponen el peor resultado de la democracia cristiana desde 1949 (con la excepción del 24,1% obtenido en 2021). Su líder tampoco llega con las mejores credenciales tras haber optado, con sonoras críticas de la propia Angela Merkel, por unirse a AfD el pasado 29 de enero en una votación en el Bundestag para restringir (aún más) el derecho de asilo.
Todo lo anterior queda oscurecido, en términos muy inquietantes, por el acusado ascenso del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), convertido ahora en la segunda fuerza parlamentaria al duplicar el porcentaje de votos recibidos (del 10,3% en 2021 al actual 20,6%). Es, con diferencia, el partido que mejor ha sabido rentabilizar el malestar de un país que ha pasado de sentirse el motor de Europa a ser considerado el principal freno y el enfermo del continente, económicamente en recesión y atrapado en un modelo que no parece en condiciones de responder rápida y adecuadamente a los retos actuales. Especial importancia ha tenido en ello el manejo que sus dirigentes han hecho del tema migratorio, en un giro radical desde la postura valiente de Angela Merkel hace una década, abriendo las puertas a más de un millón y medio de inmigrantes, hasta la actual identificación de esa misma corriente migratoria como la señal más visible de la conspiranoica teoría del “gran reemplazo” y una amenaza directa a la seguridad nacional.
En consecuencia, y con el adelanto de la clara señal de castigo a los tres miembros de la coalición gobernante en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado año, ahora se confirma la incapacidad de Olaf Scholz y la cortedad de miras de sus socios para convivir políticamente y para manejar la agenda política y económica en mitad del conflicto de Ucrania.
La sensación dominante no puede ser de tranquilidad, sino de preocupación. Las elecciones no resuelven por sí mismas ningún problema, sino que, más bien, han hecho aún más visible que las opciones tradicionales pierden atractivo ciudadano
La sensación dominante, por tanto, no puede ser de tranquilidad, sino de preocupación, tanto por Alemania como por el conjunto de la Unión Europea. Las elecciones no resuelven por sí mismas ningún problema, sino que, más bien, han hecho aún más visible que las opciones tradicionales pierden atractivo ciudadano, mientras una fuerza como AfD, nacida apenas en 2013, se sitúa ya solo por detrás de la CDU/CSU en el nuevo Bundestag, ya es mayoritaria en el territorio de la antigua República Democrática Alemana y ya tiene representación en catorce de los dieciséis parlamentos regionales. En esas condiciones, volver a la Grosse Koalition entre cristianodemócratas y socialdemócratas, que a tenor de los resultados parece insuficiente para formar gobierno, tampoco supondría ninguna garantía de que Alemania pueda enderezar el rumbo. En ese punto se abre un camino que lleva a contar nuevamente con Los Verdes, o a que Merz decida definitivamente romper el “cordón sanitario” y sume fuerzas con la ultraderechista Alice Weilde, cortejada abiertamente por la administración de Donald Trump, para conformar un nuevo equipo de gobierno.
Y si esa última opción es mala para Alemania, también lo es para una UE que la necesita como uno de sus principales motores, precisamente en un momento en que el regreso de Trump a la Casa Blanca va a poner a prueba tanto el vínculo trasatlántico como la comunidad de valores que supuestamente compartimos a ambos lados del Atlántico.
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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