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Beber y violar

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Es bien conocido el efecto que el alcohol produce en nuestros organismos, no es el mismo en todas las personas, pero a todas nos afecta en cuanto al control de nuestros propios actos, a la capacidad de reacción, al estímulo para realizar acciones que podemos reprimir estando sobrios, a una especial violencia, o a la risa continua. Todos sabemos si tenemos un beber chungo o simpático, si nuestras amigas al día siguiente nos cuentan anécdotas graciosas, o si te sacaron del bar en cuestión para llevarte a casa justo cuando te estabas metiendo en un lío insultando o agrediendo a otras. También sabemos si somos de las que se controlan, o de las que a partir de la segunda copa no podemos parar. Siendo el alcohol una constante permanente en nuestras relaciones sociales, en los espacios festivos, de amistad o familiares, cada cual conoce su interacción con el mismo, que por cierto aprendemos a una edad más temprana de lo razonable. 

Es por ese conocimiento individual y colectivo por lo que la embriaguez forma parte de nuestro código penal y de nuestro derecho desde antiguo. El pensamiento jurídico y el sentimiento social, lejos de castigar el consumo de alcohol en la comisión de los delitos, lo ha considerado una causa exculpatoria o atenuante de la responsabilidad. Es decir, el pobre borracho que agrede, viola o mata, o todo ello junto, recibía y recibe un castigo, un reproche y una condena menor que si está en lo que se supone el pleno uso de facultades. Es más, puede ser incluso absuelto, puede quedar perdonado si voluntariamente se emborrachó y cometió el delito.

Hay una única excepción, y es la que tiene que ver con la conducción en estado de embriaguez, que se considera en sí misma un delito, y que opera como agravante de la pena si como consecuencia de dicha conducción se produce una imprudencia o un accidente causando daños a las cosas o a las personas. La razón de esta conformación legal que es ciertamente reciente en el tiempo, tuvo y tiene que ver con la cantidad de vidas que se pierden diariamente en la carretera, y que se producen como consecuencia del consumo de alcohol en muchos de los casos. Esto es así porque, conociendo la peligrosidad que puede tener un coche, no se puede beber para conducir, o puede hacerse de una manera mínima que permita controlar las acciones propias y el manejo de un vehículo.

Las muertes no son menos dolorosas, ni las violaciones son menos graves o indignas ni causan menos trastorno si las ha cometido un señor borracho. Beber para violar o violar bebido es exactamente igual que hacerlo sobrio

Pues bien, resulta que la violencia machista supone en nuestro país un enorme riesgo para las mujeres. Ya son al menos 53 asesinadas en 2023. Las agresiones sexuales no han dejado de aumentar desde 2016, casi 50 de media al día, muchas de ellas a niñas, otras tantas efectuadas en grupo, en lo que hemos dado en llamar manada, y en buena parte de las investigaciones y los juicios posteriores los agresores han alegado embriaguez y algunos han obtenido una condena menor por estar bajo los efectos del alcohol y haber visto teóricamente mermada así su capacidad de querer y entender. Yo me pregunto si como sociedad no debemos decir basta, si podemos seguir permitiendo que los agresores machistas con pulsiones violentas incapaces de respetar la libertad y la integridad sexual de las mujeres han de recibir menor reproche social y penal si han bebido. Las muertes no son menos dolorosas, ni las violaciones son menos graves o indignas ni causan menos trastorno si las ha cometido un señor borracho. Beber para violar o violar bebido es exactamente igual que hacerlo sobrio. Pensemos en las víctimas, en su desamparo y estupefacción en el mensaje público que mandamos.

La ley del solo sí es sí ha incorporado la sumisión química como causa de violación. Deberíamos también dejar de considerar el alcohol como una excusa para agredir, y la embriaguez como coartada. las mujeres no soportamos ni un pretexto más. 

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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.

Es bien conocido el efecto que el alcohol produce en nuestros organismos, no es el mismo en todas las personas, pero a todas nos afecta en cuanto al control de nuestros propios actos, a la capacidad de reacción, al estímulo para realizar acciones que podemos reprimir estando sobrios, a una especial violencia, o a la risa continua. Todos sabemos si tenemos un beber chungo o simpático, si nuestras amigas al día siguiente nos cuentan anécdotas graciosas, o si te sacaron del bar en cuestión para llevarte a casa justo cuando te estabas metiendo en un lío insultando o agrediendo a otras. También sabemos si somos de las que se controlan, o de las que a partir de la segunda copa no podemos parar. Siendo el alcohol una constante permanente en nuestras relaciones sociales, en los espacios festivos, de amistad o familiares, cada cual conoce su interacción con el mismo, que por cierto aprendemos a una edad más temprana de lo razonable. 

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