La carta de Iñigo Errejón me pilló diseñando un curso de lenguaje claro en la Administración pública. La leí la primera vez sin saber nada y después sabiendo. Son dos textos diferentes. En el primero crees que, como a tantas personas de este tiempo, la política lo ha triturado. En el segundo no das crédito. Un político que ha hecho carrera sobre la indignación social por todo lo quebrado desde 2008 y que ha blandido la causa de la salud mental utiliza esos sufrimientos —tan extendidos, tan generacionales— para justificar en el peor lenguaje posible —el tramposo— la violencia sexual por la que ahora le investiga la Policía.
La leí la primera vez desde la empatía —y la ignorancia—. “Forma de vida neoliberal”, “exigencias y ritmos”, “intenso y acelerado”, “pasar factura”, “desgaste de la salud física y mental”, “acompañamiento psicológico”, “formas de vida más cuidadosas y solidarias”: puro lenguaje contemporáneo. Quién no ha pronunciado alguna de esas palabras esta misma semana como todas las otras. Hasta la espantosa formulación “emanciparse de las necesidades de los otros, de los cuidados, de la empatía”, algo que por supuesto nadie dice así, la interpreté como que, quizás, qué sé yo, quería poder cultivar una relación estable, tener hijos y verlos, pasar más tiempo con sus amigos o sus mayores, estar presente. La leí tan inmersa en el relato de la persona atropellada por el ritmo absurdo del tiempo actual que pasé por alto —la trampa del lenguaje— lo que en la segunda lectura tendría tanto significado: “patriarcado”, “contradicción entre el personaje y la persona”, “relaciones mejores, más libres”, “errores que espero contribuir a reparar con esta decisión”.
El final “siniestro” de Errejón, como lo ha descrito Pablo Iglesias, es un siniestro total para toda la nueva izquierda surgida tras el 15-M
El final “siniestro” de Errejón, como lo ha descrito Pablo Iglesias, es un siniestro total para toda la nueva izquierda surgida tras el 15M. Cuando escribo esta columna, todavía falta muchísimo por saber. Saber es otra palabra clave de este asunto. Unos minutos después de la publicación de la carta, Twitter (X) España circulaba en dos conversaciones paralelas: los que ya habían leído las informaciones sobre lo que había tras la dimisión y los que no. Muchos periodistas que vivimos en la periferia expresamos nuestra perplejidad. Somos conscientes de que nos perdemos cosas, sin duda oportunidades, contactos, por no estar en los cafés, en las presentaciones, en las cañas y las copas, los mentideros de Madrid. Pero ha sido realmente impresionante que, en este tiempo hiperconectado, una parte de la profesión y la política asegure saber de esto hace años, como algo que conoce todo el mundo, que se verbaliza, y otra parte significativa no tuviéramos la menor idea, tanto como para leer esa carta con pura inocencia.
Es difícil pensar en otra cosa. Este no es el EscándaloErrejón_final, esto es una explosión en la que aún no hemos salido del aturdimiento. Hay varias formaciones políticas que tienen muchas explicaciones que dar, porque si tantas personas aledañas lo sabían, ¿cómo no se va a saber dentro? Tsunami, dominó, avalancha, destrucción. Los repasos a la hemeroteca son para taparse los ojos como en una película escabrosa. “Yo abrí la cruzada de la salud mental”, titular de una entrevista suya en 2023. “No es ninguna enfermedad mental: es machismo”, un tuit suyo, 2021. El daño es inmenso, todavía incalculable.
La carta de Iñigo Errejón me pilló diseñando un curso de lenguaje claro en la Administración pública. La leí la primera vez sin saber nada y después sabiendo. Son dos textos diferentes. En el primero crees que, como a tantas personas de este tiempo, la política lo ha triturado. En el segundo no das crédito. Un político que ha hecho carrera sobre la indignación social por todo lo quebrado desde 2008 y que ha blandido la causa de la salud mental utiliza esos sufrimientos —tan extendidos, tan generacionales— para justificar en el peor lenguaje posible —el tramposo— la violencia sexual por la que ahora le investiga la Policía.