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Con el comienzo de curso, es cada vez más habitual encontrar en la prensa conservadora reflexiones sobre las mayores tasas de abandono escolar entre los chicos que entre las chicas, que algunos han elevado a teoría de cómo el sistema educativo en su conjunto y los campus universitarios en particular se están convirtiendo en lugares hostiles para los chicos, incapaces de dar respuesta a sus necesidades o directamente discriminándolos. Con planteamientos importados de EEUU y en ocasiones un tono victimista, es ésta, junto con la de los suicidios, una de las temáticas predilectas de la alt-right para esgrimir contra el feminismo, como “verdades silenciadas” de las que el progresismo feminista woke no quiere hablar o no puede responder. Son, de un modo u otro, argumentos alimentados por autores como Jordan Peterson, Camille Paglia o Christine Hoff Sommers.
Estas voces tienen razón en una cosa: hay datos claros de que el abandono escolar y la repetición de curso es mayor entre chicos, y de que crece el número de mujeres universitarias: en España, el 54% de las mujeres de entre 25 y 34 años frente a un 41% (de media en países de la OCDE, 52% mujeres y del 39% en hombres). No tienen razón, ahora bien, en otra cosa más fundamental: en que ese hecho sea una refutación del feminismo, o que el feminismo no pueda hacerse cargo de él. Esto es, ellos tienen razón en algunos datos; pero son incapaces de producir un marco sistemático que se haga cargo de ese dato y a la vez de otros. Por ejemplo, de que ya en la escuela primaria las niñas infravaloran su nivel de habilidad en matemáticas y los niños lo sobrevaloran; o de que los estereotipos que desincentivan a algunos chicos al estudio, como el fomento de las conductas de riesgo y la demonización de la responsabilidad en los estudios, provienen del propio machismo, no de una presunta conspiración contra los chicos; lo mismo cabe decir del hecho que arguyen de que no hay prácticamente hombres profesores en Primaria. Hay que nombrar ya esta irónica paradoja: parte de los fenómenos criticados por la alt-right no son resultado del feminismo, sino del machismo que se niegan a cuestionar —y contribuyen a alimentar—. En cambio, el feminismo puede y debe acoger todas estas problemáticas y darles una respuesta justa. En una palabra: el feminismo es un sistema que puede absorber los “núcleos de verdad” de los conservadores y la alt-right; pero no viceversa.
De entrada, hay que señalar que el fenómeno del abandono escolar es muy complejo y parte de los factores que lo explican tienen que ver con la propia desigualdad y brecha de género previamente existentes a nivel social, que hace que las chicas encuentren mayor incentivo en los estudios para asegurarse espacios de realización e igualdad mayores que en sus entornos sociofamiliares y la posibilidad de optar a puestos laborales menos precarios. Es un hecho que, comparativamente, la ausencia de formación penaliza menos a los hombres que a las mujeres. Ello no obsta, evidentemente, para que deban diseñarse acciones destinadas a contener el abandono escolar específicamente masculino.
Por otro lado, el feminismo ha puesto sobre la mesa el origen verdadero de la brecha laboral: el reparto del tiempo de crianza, cuidados y reproductivo, que recae mayoritariamente sobre las mujeres. Mientras no se resuelva esa cuestión y no haya una organización social con servicios públicos que faciliten la crianza de los hijos —y el cuidado de personas dependientes en general—, serán las mujeres las que sigan llevando ese peso y teniendo que renunciar a trabajos mejor pagados y más exigentes. Las mujeres se han incorporado al mercado laboral, pero los hombres no se han incorporado al ámbito doméstico y familiar en igual medida. Ciertamente, también hay que plantearse honestamente la pregunta de qué tipo de organización social se quiere, con qué reparto del tiempo, qué tipo de sacrificios personales pueden y quieren asumirse, qué exigencias internas conllevan algunas profesiones… y hay que escuchar a las voces que las plantean, algunas de ellas en ese campo más bien conservador. Pero todas estas preguntas son una estafa si no se plantean junto con la cuestión del reparto del tiempo entre hombres y mujeres.
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En fin, el feminismo, por supuesto, debe detectar estas dificultades específicas de los chicos y diseñar modelos de intervención que incentiven su mentalidad académica y de estudio. Debe, también, proponer modelos de masculinidad que escapen de los abismos paralelos del rol machista tradicional y de la deconstrucción absoluta de la pura página en blanco; fomentar modelos y ejemplos que valoren la actividad física e incentiven, también en las chicas, valores como el deporte, la competición o la excelencia. Nada de eso es una refutación del feminismo. Lo arriba expuesto, en cambio, es improcesable para la alt-right. De ahí su debilidad: de ahí nuestra fuerza.
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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora en Albert-Ludwigs-Universität Freiburg y HTW Berlin y profesora invitada en universidades europeas y latinoamericanas. Fue Diputada en la XI Legislatura en la Asamblea de Madrid.
Con el comienzo de curso, es cada vez más habitual encontrar en la prensa conservadora reflexiones sobre las mayores tasas de abandono escolar entre los chicos que entre las chicas, que algunos han elevado a teoría de cómo el sistema educativo en su conjunto y los campus universitarios en particular se están convirtiendo en lugares hostiles para los chicos, incapaces de dar respuesta a sus necesidades o directamente discriminándolos. Con planteamientos importados de EEUU y en ocasiones un tono victimista, es ésta, junto con la de los suicidios, una de las temáticas predilectas de la alt-right para esgrimir contra el feminismo, como “verdades silenciadas” de las que el progresismo feminista woke no quiere hablar o no puede responder. Son, de un modo u otro, argumentos alimentados por autores como Jordan Peterson, Camille Paglia o Christine Hoff Sommers.
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