Ahora, en este último artículo en vísperas del 18 de julio, al Sr. Esparza Torres no le molestará, confío, que me detenga con cierta atención en la cuestión del café, que tanto le preocupó. Afortunadamente, el expediente de tal operación estaba casi completo. Subrayo lo de casi porque eché en falta alguna documentación complementaria.
Con todo, el Señor sea loado, sobrevivió una parte importante que me permitió arrojar nueva luz sobre tan interesante fuente de enriquecimiento de SEJE. Por ello, a riesgo de incurrir en las iras de la FNFF y de su insigne colaborador, he abreviado en los títulos de los artículos de esta serie la tan significativa fuente con el acrónimo correspondiente: no Victoria Cross, sino “Vendedor de Café”. Habría, a la manera británica, que acostumbrarse a utilizarlo.
En La otra cara del Caudillo (hoy fácilmente asequible en una nueva presentación de 2019), describí cómo, según tal expediente, se desarrolló la operación que contribuyó al sucesivo enriquecimiento de SEJE. Le hace, por lo menos, acreedor inmortal a dicha calificación profesional como uno de los más que ilustres comerciantes de ultramarinos.
En breve sinopsis fue de la siguiente manera: el presidente de la República del Brasil, ya al frente del Estado Novo, Getúlio Vargas, envió en 1939 a España 600 toneladas de café de excelente calidad. Cabe recordar que en aquella época tenía fama de ser el mejor o uno de los mejores del mundo.
Se trató de un regalo de Vargas no a su colega de dictadura sino al Gobierno español, representante de los héroes que habían ganado la guerra civil y, por desgracia para ellos, también victimario máximo de quienes la habían perdido. (El Sr. Esparza Torres afirmó, sin la menor evidencia, que fue una donación personal a Franco). Para mí tenía más sentido que lo hubiera hecho en homenaje a los heroicos combatientes que, según decía la propaganda franquista, habían vencido a las “hordas rojas” y a los malvados comunistas con el fin de garantizar a los españoles, como no se hartaban de gritar los falangistas, “Patria, Pan y Justicia”.
El colaborador de la FNFF no aborda, por desgracia, con mente analítica un hecho que servidor documentó perfectamente: la forma y manera en que el general Franco VC traspasó los 600.000 kilos de café a la CAT (Comisaría de Abastecimientos y Transportes). Lo hizo con gran prudencia y, en un insólito rasgo de honestidad “orientada”, visto su comportamiento financiero anterior y posterior. Los pasó no al precio del mercado negro para una mercancía que ya no solía verse demasiado en la depauperada España de la postguerra, carente de alimentos, combustibles y materias primas. Lo hizo como Dios manda: al precio de tasa, es decir, el fijado oficialmente para los afortunados consumidores que lograran adquirir algo por los canales regulares (es decir, fuera del mercado negro y del estraperlo, lacras dominantes en aquellos años de hambre masiva y escaseces).
La CAT distribuyó las 600 toneladas a sus delegaciones provinciales (salvo Baleares y Canarias). Los kilos que recibió cada una se detallaron minuciosamente. También su contravalor en pesetas corrientes y, lo que son las cosas, la operación arrojó el mismo resultado que figuró en el estadillo de 31 agosto de 1940: 7.536.140,88 pesetas. El Sr. Esparza Torres afirma que “casualmente en la relación de cuentas de Franco de agosto de 1940 figura un apunte de 7,5 millones de pesetas”. No fue nada casual. Servidor valora en mucho tal pulcritud y exactitud contables. Era obvio que con las “pelas” del general Franco VC no había que jugar.
Después, la CAT ordenó que cada delegación entregara el contravalor en pesetas que correspondía al cupo recibido. El importe debía depositarse en las sucursales del Banco de España o en otros establecimientos bancarios identificados. A su vez, a todos ellos se cursaron órdenes de retransferir los montantes recibidos al Banco de España en Madrid. ¿Y qué pasó en la augusta central de la Plaza de la Cibeles? Pues que, por medio de una sencilla operación contable, los dineros procedentes de las delegaciones de la CAT terminaron aterrizando en una de las cuentas del general Francisco Franco VC, a saber, la número 70.713. ¡Horror! Al Sr. Esparza Torres se le ha olvidado todo lo con ella relacionado.
Es de suponer que el glorioso artífice de la VICTORIA quedaría muy contento. Los directores y funcionarios de las delegaciones, también. La CAT era un nido de corrupción masiva y no sería de extrañar que una parte de los cupos de café recibidos fuese a parar al mercado negro, aunque evidentemente no al precio de tasa.
Por desgracia, en mi libro de 2015 y en sus sucesivas reediciones no pude cerrar el círculo. ¿Quién podría afirmar haber visto todos los papeles de una operación financiera extremadamente secreta? Quedaron dos cuestiones pendientes de esclarecer. La primera fue la fecha de llegada de los barcos cargados de café brasileño a puertos españoles. Existían varias posibilidades y el expediente no indicaba nada al respecto. La segunda, cuál habría sido realmente el trasfondo de la donación del presidente Vargas.
Sobre ambas me han llegado informaciones posteriores y aquí las expongo por primera vez. La más importante es susceptible de comprobación en internet utilizando simplemente el ratón del ordenador. No podría afirmarse que servidor es de los historiadores que esconde sus fuentes o que las desfigura.
En relación con el primer aspecto, he sabido que el agente oficioso franquista en Río de Janeiro (entonces la capital brasileña) solía remitir a la Secretaría de Relaciones Exteriores (dirigida al principio por Francisco Serrat Bonastre) y luego al Ministerio de Asuntos Exteriores en Burgos, al mando del teniente general Conde de Jordana, notas informativas. Lo normal. Lo hacían todos los componentes de la amplia red diplomática que los sublevados habían ido montando a lo largo de los años de la guerra civil.
El agente en cuestión se llamaba José de Cárcer y Lassance. Cabe identificarlo perfectamente sin dificultad alguna y figura también en un libro que tuve el honor de dirigir (Diplomáticos y guerra civil, Marcial Pons).
Cárcer era el antiguo primer secretario de la embajada española en Río. De ella había dimitido a la par que se pasaba a los rebeldes. Actuó como ya estaban haciendo o iban a hacer tantos otros. El Gobierno republicano lo cesó el 31 de julio de 1936. Tras el reconocimiento diplomático por parte de Brasil del nuevo régimen franquista en 1939, se convirtió en el representante del Estado español (denominación que era la que se utilizaba). En consecuencia, siguió actuando con la denominación de encargado de Negocios. Cuando tomó posesión el primer embajador franquista, el inolvidable falangista Raimundo Fernández Cuesta, continuó como consejero de la embajada.
Pues bien, José de Cárcer escribió al conde de Jordana el 17 de mayo de 1939. Le anunció la donación brasileña de 10.000 sacos de café en grano al Gobierno español “para que lo reparta como estime oportuno”. Estas negritas son mías. No hubo nada de regalito a Franco.
Según informaciones que todavía no se le habían confirmado, el diplomático franquista anunció que el envío se haría en tres expediciones. En la primera irían 3.000 sacos en el vapor Almirante Alexandrino; 4.000 en el Bagé y el resto en el Raul Soares en fechas que podrían ser el 27 de mayo y los días 12 y 27 de junio respectivamente. El puerto de salida iba a ser Santos (habítual para las exportaciones de café) y el de llegada Vigo. La travesía duraría aproximadamente 18 días.
También informó Cárcer que los sacos irían consignados al gobernador civil de Pontevedra y que el agente que intervendría sería el Lloyd Brasileiro que contaba con un representante en Vigo: la empresa Joaquín Dávila & Cía, que llevaba veinte años funcionando como consignataria de buques. El gobierno de Río de Janeiro se había hecho cargo de todos los gastos adicionales, “que no son pocos”.
En aquellos momentos, el gobernador de Pontevedra era D. Manuel Gómez Cantos. Fue relevado en agosto por D. Francisco García Alted. El gobernador Gómez Cantos era un hombre ya muy famoso, pero no para bien. De su fidelidad a la nueva dictadura es imposible dudar.
Los datos anteriores, en particular los relativos a la empresa, podrían no ser irrelevantes desde el punto de vista local. ¿Quién estaba al frente de la empresa Joaquín Dávila? ¿Es posible que en la prensa de aquel tiempo aparecieran informaciones al respecto? ¿De qué índole? ¿De qué se informó?
Desde luego algunas noticias sobre los envíos aparecieron en periódicos que no eran gallegos. A este efecto, un amable lector que pasa muchas horas viendo prensa de la época en internet me envió hace años la fotocopia de dos recortes. Uno de El día de Palencia (23 de junio de 1939) y otro de Azul, de Córdoba (13 de junio). En ambos hubo un somero reflejo del regalito. Quizá aparecieron en más. En el primero se afirmó que el Almirante Alexandrino había llegado la víspera a Vigo con 10.000 sacos de café. En el segundo se dijo que el donativo se había hecho en tres entregas. No ligo, necesariamente, el cese en agosto de aquel año del gobernador Gómez Cantos, pero a lo mejor interesó que no continuara.
Es decir, en un régimen militar de estricto control de guerra de los medios de comunicación, tales noticias –autorizadas debidamente– cuadran con las informaciones de Cárcer en lo sustancial, aunque los diez millares de sacos los periódicos mencionados los atribuyeron a solo un vapor. En cualquier caso me parece que el carácter de obsequio brasileño al gobierno del Estado naciente (en términos de derecho internacional) es indudable. NO FUE A FRANCO.
Se trataba de una donación y la distribución quedó, lógicamente, en manos de las autoridades españolas. Lo que los brasileños no podían conocer (ni tampoco les interesaba) eran los circuitos de reparto y de pagos internos en España.
En cualquier caso me parece que el carácter de obsequio brasileño al gobierno del Estado naciente (en términos de derecho internacional) es indudable. No fue a Franco
Pues bien, tras leer mi libro, un historiador brasileño, el Dr. Fernando Furquim de Camargo, tuvo la bondad de remitirme su tesis doctoral presentada en la Universidad de Sao Paulo en 2016: El Brasil y la guerra civil española: flujos económicos y negociaciones oficiosas (1936-1939). En casi doscientas páginas su exploración fue concienzuda. Pasó revista a los contactos que el régimen de Vargas tuvo con los españoles en guerra a través de las relaciones oficiales con el Gobierno republicano y, en paralelo, por medio de las oficiosas que anudó con los sublevados. No fue una excepción.
El Dr. Furquim de Camargo analizó las corrientes comerciales con España desde antes de la guerra civil hasta 1939. El grueso lo representaron los envíos de café. Acudió a la EPRE remansada en los archivos de su país, en los norteamericanos y en los españoles. ¿Qué aspectos adicionales, para el caso en cuestión, se desprendieron de tal tesis?
En primer lugar, que el café vendido por Franco a la CAT no fue sino el último de los envíos que, durante la guerra o inmediatamente después, se hicieron desde Brasil a la gloriosa pero empobrecida España. En segundo lugar, que tampoco fue el primer donativo hecho por el dictador brasileño al jovencísimo Estado franquista. Lo que pasó con las remesas anteriores en cuanto a distribución en los territorios ocupados por los sublevados de 1936 no fue, a priori, interesante para mis propósitos ni tampoco encontré documentación al respecto. Para profundizar en ellos habría que explorar específicamente en los archivos españoles, algo más complicado ya que durante la contienda no existía la CAT.
Pero dado que, en la actualidad, la tesis del Dr. Furquim de Camargo está disponible en internet y que cabe descargarla, remataré mínimamente el tema.
El primero de los donativos por parte de Getúlio Vargas del que hay constancia data de los meses tras el estallido de julio de 1936. Franco lo reconoció y agradeció en octubre de 1936. Versó no solo sobre café sino también sobre azúcar y estaba destinado a las tropas nacionales “que luchan en defensa de España y de la civilización contra las hordas marxistas” (según el inmortal criterio de SEJE y que todavía creen algunos españoles). Después hubo más y Franco aceptó pagar un sueldecillo a un intermediario en Brasil, José Fernández Alcázar, que estaba en contacto estrecho con el Departamento Nacional del Café.
Nada que objetar a tales envíos (por lo menos hasta ahora) pero que demuestran que, mientras el Sr. Esparza Torres no demuestre lo contrario, el caso de la última expedición de la serie tuvo un tratamiento algo diferente.
Por lo demás, me reservo la posibilidad de volver al caso de la conducta financiera del general Francisco Franco VC para el próximo septiembre, como contribución pública y desinteresada a los momentos finales del I Certamen literario que ha organizado la FNFF.
Feliz verano.
(Puedes pinchar aquí y aquí para leer los dos artículos anteriores de esta serie)
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Ángel Viñas acaba de publicar, con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla, 'Castigar a los rojos'.
Ahora, en este último artículo en vísperas del 18 de julio, al Sr. Esparza Torres no le molestará, confío, que me detenga con cierta atención en la cuestión del café, que tanto le preocupó. Afortunadamente, el expediente de tal operación estaba casi completo. Subrayo lo de casi porque eché en falta alguna documentación complementaria.