La mentira ofende, la duda enfanga

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El diario francés Libération tituló “Les morts evitables”, que se escribe igual en catalán. Cuanto más sabemos más cierta se torna esa frase. Con lo que ha trascendido diez días después de la catastrófica dana en Valencia, es imposible no preguntarse obsesivamente cuántas vidas se hubieran salvado si la alerta a los móviles se hubiera enviado horas antes, o cuán menor hubiera sido la tragedia si el Gobierno autonómico se hubiera hecho cargo de la gravedad de la situación desde que la AEMET envió su aviso rojo a primerísima hora de la mañana de ese martes. Si hubiera mostrado, quiero decir, alguna señal de competencia ante las preocupantes imágenes televisadas o las alertas hidrológicas o el simple pronóstico del tiempo. 

Cuando el agua comenzó a anegar la vivienda de Francisca Porras, su marido bajó al garaje a sacar el coche, como hicieron tantas personas al ignorar lo que realmente estaba pasando. El hombre logró escapar de la riada y refugiarse en la casa de un vecino: la casa desde la que no vieron nunca más una señal de la mujer. Creen que pudo bajar a buscar a su esposo al ver que no volvía. Francisca, enfermera jubilada reconocida por su labor social en Paiporta, es una de las víctimas confirmadas. Y su historia, como lo es cada una de las que vamos conociendo, evidencia cómo la vida y la muerte fueron cuestión de segundos y auténticos azares en esa noche de horror.

Al tiempo que brotan con los días las historias humanas, el desgarro y la impotencia y la rabia y el dolor, hemos conocido las múltiples e increíbles negligencias del presidente valenciano, Carlos Mazón, y de la consejera responsable de emergencias de la Generalitat valenciana, Salomé Pradas. Hemos conocido, también, sus mentiras. Una detrás de otra, en una cascada de despropósitos políticos y humanos que si la narran en una serie pensaríamos que a los guionistas se les ha ido la mano, que están forzando el guion. La última a la hora de escribir esta columna: el presidente de una autonomía en máxima alerta desapareció durante las horas centrales de una jornada laboral para una comida que primero fue privada, luego de trabajo, luego misteriosa y finalmente, según fuentes del Gobierno valenciano, un almuerzo con una periodista para ofrecerle dirigir el canal autonómico. 

El ejército de los bulos está haciendo su agosto en noviembre. La falta de información oficial, precisa y puntual, ha dejado el campo abierto para la duda, la sospecha, las noticias falsas, los temores, las conspiraciones

Hay detalles de todo este relato que además de frustración y rabia provocan absoluta perplejidad: qué grado de indolencia, qué desidia, qué falta de sangre corriendo por las venas hay que tener para ser capaz de estar en un reservado donde no hay buena cobertura cuando eres el máximo responsable de un territorio en un día de alertas meteorológicas. Cómo se pudo hacer tan mal. Importa cada minuto y cada acción de Mazón y de Pradas durante esa jornada porque cada minuto y cada acción o falta de ella tuvieron consecuencias dramáticas e irreversibles. Si una responsable de emergencias desconoce el sistema de alertas por móvil en marcha hace dos años y si un presidente autonómico se permite estar ausente e incomunicado en una jornada compleja es inaceptable que permanezcan en sus cargos, con todo lo que sabemos, diez días después. 

El vacío comunicativo de la primera semana también ha tenido graves consecuencias: el ejército de los bulos está haciendo su agosto en noviembre. La falta de información oficial, precisa y puntual ha dejado el campo abierto para la duda, la sospecha, las noticias falsas, los temores, las conspiraciones. El Gobierno central, que esta semana parece estar de facto al cargo aunque Mazón siga figurando, intenta poner diques a la riada de mentiras que tantas personas ahora mismo, incluso personas honestas y decentes, creen sin duda que son verdad. Pero como en las calles de Valencia, el fango es persistente y su olor lo invadirá todo todavía durante más tiempo del que ahora podemos anticipar.

El diario francés Libération tituló “Les morts evitables”, que se escribe igual en catalán. Cuanto más sabemos más cierta se torna esa frase. Con lo que ha trascendido diez días después de la catastrófica dana en Valencia, es imposible no preguntarse obsesivamente cuántas vidas se hubieran salvado si la alerta a los móviles se hubiera enviado horas antes, o cuán menor hubiera sido la tragedia si el Gobierno autonómico se hubiera hecho cargo de la gravedad de la situación desde que la AEMET envió su aviso rojo a primerísima hora de la mañana de ese martes. Si hubiera mostrado, quiero decir, alguna señal de competencia ante las preocupantes imágenes televisadas o las alertas hidrológicas o el simple pronóstico del tiempo. 

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