Aquí no ha pasado nada que no supiéramos y no vamos a insistir en lo que hemos venido escribiendo y comentando en este medio y en otros foros. Si acaso haremos un resumen con una idea clara: salvo el BNG, EH-Bildu y en menor medida el PNV –porque Alvise es Lucifer y Buxadé es Satanás y no tienen salvación posible–, aquí no se salva ni dios. Empecemos por el PP de Feijóo, que vive en un estado de ansiedad permanente desde las elecciones generales del 23J, porque quiere alcanzar la Moncloa como sea y cuanto antes, y como no se da tiempo, pues no tiene perspectiva, ni estrategia, ni táctica ni tan siquiera formas. Todo en el PP de Feijóo son ocurrencias, como elegir a Dolors Montserrat porque de lo malo es lo peor, o bien bravuconadas del estilo que te pego, leche, un te espero el 9J cuando las encuestas ya estaban hablando de empate técnico con el PSOE; o incluso torpezas, como asumir el fracaso plebiscitario antes de tiempo, y delirios, como plantear una moción de censura aliándose con Puigdemont. Si no fuera berlanguesco sería bretoniano, porque nada de esto era necesario. El PP ha ganado las elecciones con el 34,2%, 1,4 millones de votos y 9 escaños más que en el año 2019, y le ha metido un paquete de 700.000 votos al PSOE con 15 puntos menos de participación sobre el Censo de Electores Residentes, que es el que se acaba de escrutar. Es decir, si en el PP se hubieran quedado quietos sin decir nada hoy estarían triunfando, pero no hay manera y esto ya empieza a ser preocupante. Empleando una expresión futbolística diríamos que no son capaces de meterle un gol al arco iris. O, como dice el cantautor Toño Cuesta en su legendaria canción sobre el polígono industrial de Parla, ni haciéndoles de llorar, ni encerrados todo el día daban productividad. Se visualiza incluso mejor si nos imaginamos a Feijóo con una chistera, porque es el vivo retrato del enterrador de un western.
El PSOE compitió con Teresa Ribera, una gran candidata que trató de fijar la contienda en la temática comunitaria. Si nos preguntamos por qué el PP se distanció finalmente dos cabezas del PSOE, nos encontraremos con Pedro Sánchez y su máquina del fango o su zurda, por poner dos ejemplos de la tontería que significa repetir más de tres veces unas ideas que desenfocan la campaña de su candidata; lo que le pasa es que tampoco sabe estarse quieto y estropea más que arregla los resultados electorales de su partido. El PSOE acaba de conseguir el 30,2%, que no está mal, pero perdiendo 2,1 millones de votos y un escaño se ponen a tirar cohetes y solo impresionan a los turistas. Los de aquí sabemos que ese resultado de 5,3 millones y a 700.000 votos del PP es bastante ruinoso.
La dimisión de Yolanda Díaz abre un tiempo nuevo en Sumar y quizá en la reconstrucción de ese espacio a la izquierda del PSOE
Para ruinas con fundamento las de Junts y ERC, que se resisten a aceptar el diálogo y contrapartidas negociadas para Cataluña por puro narcisismo o incapacidad para comprender que ellos también se equivocan. La demanda no está en la unilateralidad, ni en la confrontación ni en el cuento de un refrendo pactado que no existe. Aquí falta mucha humildad y disposición a aprender del PNV, EH-Bildu y el BNG, pero ellos verán, nos importa poco porque nos aburren mucho.
Hay otras ruinas llamativas como la de los Comunes, superados por Podemos en Cataluña pero también por Sumar en Madrid y en Andalucía y por Compromís en la Comunidad Valenciana. Nada que no tenga arreglo con los números en la mano: Comunes fuera e Izquierda Unida dentro, supuesta la paciencia de Más Madrid mientras espera el final de Compromís, que no es más que el marketing del Bloc para incorporar los votos de Mónica Oltra y, por lo tanto, el pasado. La dimisión de Yolanda Díaz abre un tiempo nuevo en Sumar y quizá en la reconstrucción de ese espacio a la izquierda del PSOE.
Paradójicamente, Podemos triunfó con menos votos y escaños que Sumar, y además perdiendo 1,7 millones y 4 diputados, lo que nos enseña que se puede ganar perdiendo, como Podemos, y perder ganando como el PP. En concreto, Podemos ha obtenido 571.902 votos y 2 escaños, lo que no deja de ser una birria de resultado pero ganador por imprescindible.
Nada que comentar sobre Ciudadanos, como es natural.
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Jaime Miquel es analista electoral.
Aquí no ha pasado nada que no supiéramos y no vamos a insistir en lo que hemos venido escribiendo y comentando en este medio y en otros foros. Si acaso haremos un resumen con una idea clara: salvo el BNG, EH-Bildu y en menor medida el PNV –porque Alvise es Lucifer y Buxadé es Satanás y no tienen salvación posible–, aquí no se salva ni dios. Empecemos por el PP de Feijóo, que vive en un estado de ansiedad permanente desde las elecciones generales del 23J, porque quiere alcanzar la Moncloa como sea y cuanto antes, y como no se da tiempo, pues no tiene perspectiva, ni estrategia, ni táctica ni tan siquiera formas. Todo en el PP de Feijóo son ocurrencias, como elegir a Dolors Montserrat porque de lo malo es lo peor, o bien bravuconadas del estilo que te pego, leche, un te espero el 9J cuando las encuestas ya estaban hablando de empate técnico con el PSOE; o incluso torpezas, como asumir el fracaso plebiscitario antes de tiempo, y delirios, como plantear una moción de censura aliándose con Puigdemont. Si no fuera berlanguesco sería bretoniano, porque nada de esto era necesario. El PP ha ganado las elecciones con el 34,2%, 1,4 millones de votos y 9 escaños más que en el año 2019, y le ha metido un paquete de 700.000 votos al PSOE con 15 puntos menos de participación sobre el Censo de Electores Residentes, que es el que se acaba de escrutar. Es decir, si en el PP se hubieran quedado quietos sin decir nada hoy estarían triunfando, pero no hay manera y esto ya empieza a ser preocupante. Empleando una expresión futbolística diríamos que no son capaces de meterle un gol al arco iris. O, como dice el cantautor Toño Cuesta en su legendaria canción sobre el polígono industrial de Parla, ni haciéndoles de llorar, ni encerrados todo el día daban productividad. Se visualiza incluso mejor si nos imaginamos a Feijóo con una chistera, porque es el vivo retrato del enterrador de un western.